"Quedé embarazada a los 15 años pero me lavaron el cerebro y entregué a mi bebé"

Cuando supo del embarazo, la madre de Mirta Villa la llevó a ver a una partera y la echó de casa. Durante tres meses, la partera la convenció de que con ella el bebé iba a morir de hambre o de frío. Pasaron 50 años y Mirta sigue buscando a su hijo

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Mirta Villa, en el puente de la Ruta 5. “Me mintieron, era chica y les creí”, cuenta (Walter Villa).
Mirta Villa, en el puente de la Ruta 5. “Me mintieron, era chica y les creí”, cuenta (Walter Villa).

Ese día de 1967, su mamá volvió de trabajar y le miró el cuerpo: las caderas, los pechos, el abdomen. Después, le hizo una sola pregunta: "¿Hace cuánto que no te viene a vos?". Mirta, que tenía 15 años y hacía un año que estaba saliendo con un compañero del colegio, no supo responder. La madre la agarró de un brazo, alterada, y la llevó a una casa, en Mercedes. La médica que las atendió, la revisó y les dijo que ya no se podía "hacer nada": estaba embarazada de más de cinco meses. La madre de Mirta fue clara: "Yo no me voy a hacer cargo de ésto, que vuelva sola a casa, o que no vuelva".

Mirta Villa tiene 65 años. Carlos Mendoza, aquel chico que conoció en el colegio, tiene la misma edad y es su pareja desde hace 51 años. El hijo que entregaron -para la Justicia "voluntariamente"-, era hijo de los dos. Lo que cuentan a Infobae es que eran chicos, que no sabían, que les "lavaron la cabeza de una manera cruel".

Carlos Mendoza y Mirta son pareja desde 1966. El hijo que entregaron era de los dos (Walter Villa)
Carlos Mendoza y Mirta son pareja desde 1966. El hijo que entregaron era de los dos (Walter Villa)

"Mi papá murió cuando yo tenía 13 años. Éramos seis hermanos. Mi mamá trabajaba limpiando en dos casas de familia, salía de una y entraba a la otra. Yo iba a la primaria y ya me hacía cargo de mis hermanos, les hacía de comer a los chicos, los mandaba a la escuela", empieza Mirta. Vivían en una casa hecha con chapas de cartón y piso de tierra.

Mirta conoció a Carlos a los 14 años. No sabían cómo cuidarse y un año después quedó embarazada. "No oculté el embarazo, no me había dado cuenta", dice. Cuando su madre se dio cuenta, enfureció: "Me agarró de un brazo y me llevó, no me habló en todo el viaje. La partera me revisó y dijo: 'pero esta criatura está grande, ya no se puede hacer un aborto'. Mi mamá se enojó más y empezó a gritar 'yo no la quiero así en mi casa, no la quiero, no sé qué va a hacer pero en mi casa no la quiero".

Y fue en ese momento preciso -cuenta Mirta- que la partera detectó la vena por la que se podía acceder al cuerpo. "Me dijo 'si querés te podés quedar acá, no te vas a ir a la calle con la criatura'. Mi mamá ya se había ido, a los gritos". Mirta fue a su casa, guardó ropa en un bolso y volvió.

"Empecé a trabajar en su casa como servicio doméstico. Mientras tanto el embarazo seguía. Era empleada con cama adentro. Al principio no me decía nada pero de a poco me empezó a decir cosas, especialmente a la noche, cuando me pedía que le masajeara los pies con crema", recuerda. "Me empezó a decir: 'fijate bien qué vas a hacer, porque después de que lo tengas ya no te voy a poder ayudar, de acá te vas a tener que ir. Sola en la calle no te va a ir bien, te van a poner un juez de menores y te lo van a sacar".

“Te van a poner un juez de menores y te lo van a sacar”, le dijo la partera (Walter Villa)
“Te van a poner un juez de menores y te lo van a sacar”, le dijo la partera (Walter Villa)

Había días en que no le decía nada. Hasta que volvía a ajustar las tuercas: "Vos fijate Mirta, si te ponen un juez de menores y te lo llevan a Casa Cuna no lo ves nunca más. Si vos querés yo te lo ubico con alguna familia que te lo críe hasta que seas mayor de edad, así vas a saber dónde está, y cuando cumplas los 18 lo vas a buscar".

El contexto para el "lavado de cerebro" era el indicado. Mirta ya estaba aislada de su ambiente y la partera estaba tocando las teclas de sus necesidades básicas: fuera de esa casa iba a estar sola, no iba a tener qué comer ni dónde dormir. Y ya sabía qué tecla faltaba tocar para terminar de quebrar su voluntad: "Me decía 'mirate, no tenés ropa ni para vos, no tenés dónde llevarlo, no vas a ser tan egoísta de llevar a una criatura a una casa de chapa a que se te muera de hambre y de frío en los brazos", recuerda. Pasaron casi 50 años y Mirta llora cuando lo cuenta, como si el duelo acabara de comenzar.

"Yo le creí. A mí la pobreza me daba terror. Yo pensé 'no voy a ser tan egoísta de arruinarle la vida. Ella me decía 'fijate cómo estás vos', 'fijate cómo te criaste vos', y muchas veces uno prefiere lo mejor para sus hijos", dice, mientras la voz se le derrumba. Mirta pasó los tres meses que le faltaban de gestación sin salir de la casa. No lo tenía prohibido, sólo bastaba con que la partera le dijera que no anduviera sola por ahí, a ver si le agarraba una hemorragia y le pasaba algo a la criatura.

Durante esos meses, no volvió a ver a Carlos. Dice que su mamá lo odiaba y que lo sacó del medio. Carlos también le pidió ayuda a su madre. La madre de él también dijo que no quería saber nada. 

El 27 de febrero de 1968 a las 6 de la mañana, Mirta empezó el trabajo de parto. A las 9, el bebé nació. "Ella tenía la sala de partos y abortos ahí en su casa. Lo tuve ahí y cuando me enderecé para verlo me dijo 'no, no, no, quedate quieta, a ver si te agarra una hemorragia', y me puso una inyección. No sé qué era pero después dormí muchas horas seguidas, muchas". Mirta dice que la partera le dijo que era varón y que era morocho pero que ella sólo escuchó un llanto lejano, no alcanzó a verlo.

"Ella me levantaba, me llevaba al baño, me daba un caldo y yo me dormía. No podía abrir los ojos, me dormía. Yo pensaba que el bebé seguía ahí hasta que me dijo que ya lo había dado y que me quedara tranquila, que iba a estar mejor y que cuando cuando yo cumpliera 18 iba a poder criarlo". Una semana después le avisó que tenía que irse. A los pocos días, Mirta empezó segundo año del secundario. Pocos sabían lo que había pasado durante las vacaciones de verano.

Con el correr de los meses, Mirta empezó a entender. "No podía dejar de pensar en el bebé. ¿Y si me dijo que a los 18 me lo va a dar y después me lo niega? Yo me sentía mal, me sentía muy culpable por lo que había hecho, pensaba ¿por qué no luché por mi hijo? ¿por qué nuestras madres no nos ayudaron? ¿cómo no me dí cuenta que la partera me ayudaba porque quería sacármelo?".

“Yo le creí. A mí la pobreza me daba terror, no quería arruinarle la vida al bebé”. (Walter Villa)
“Yo le creí. A mí la pobreza me daba terror, no quería arruinarle la vida al bebé”. (Walter Villa)

Mirta no había cumplido los 17 años cuando volvió a la casa de la partera y tocó el timbre. Como era una casa en la que se hacían abortos clandestinos y entraban y salían mujeres con frecuencia, la dejaron pasar. "Cuando le dije que quería al bebé me contestó: '¿Qué? vos ya lo diste, ya está, ahora no se lo puedo sacar a la familia. Te vas de acá, no aparecés más porque vas presa vos y tu madre". Mirta y Carlos creyeron la amenaza y tomaron una decisión: no podían correr el riesgo de que su madre fuera presa porque mantenía, sola, a sus tres hermanos menores.

"Unos años después, mi mamá, que nunca había querido a Carlos, vio que yo seguía con él. Y me dijo: ¿vos seguís andando con ese? ¿y entonces por qué diste a la criatura? Yo me la quedé mirando, tenía tantas cosas que decirle, pero no le quería faltar respeto y entonces me quedé callada", lamenta. Cuando cumplieron 20 años, Mirta y Carlos se casaron. Pero antes de casarse, volvieron a la casa de la partera. La mujer, esta vez, llamó a la madre de Mirta. Le dijo que la callara porque las iba a denunciar. La madre de Mirta puso a su hija contra las cuerdas. Mirta, otra vez, obedeció.

Ya como matrimonio, tuvieron otros dos hijos: Karina y Martín. "Pero de eso no te olvidás, nunca te olvidás de eso. Yo siempre me decía: 'algún día lo voy a encontrar, si no lo encuentro acá en la Tierra lo encontraré en el Cielo", dice ella. Muchos años después, fueron a la Secretaría de Derechos Humanos de Mercedes. No había mucho que hacer. Para la ley, ella entregó a su hijo voluntariamente. La partera, además, murió. Con ella se fue el secreto: sólo ella sabía a qué familia lo había entregado.

Del otro lado de la historia, Silvia Dell' Agnese, una joven que descubrió que también había nacido en la casa de una partera y luego había sido vendida, lo pone en contexto: "Cuando uno se entera piensa que esa mamá biológica fue una hija de puta. ¿Cómo podés abandonar a un hijo? Cuando te vas adentrando en ese mundo te vas enterando que del otro lado suele haber mujeres así: solas, pobres, que fueron coaccionadas. Y ahí te ponés a pensar ¿qué harías vos si te convencen de que ese bebé no va a tener qué comer, que se va a morir de frío y que si te lo quedás le vas a arruinar la vida? Es un callejón sin salida: sos hija de puta si te lo quedás, sos hija de puta si lo dejás y sos hija de puta si lo abortás".

“Si algún día lo encuentro le pediría perdón, porque no fui valiente” (Walter Villa)
“Si algún día lo encuentro le pediría perdón, porque no fui valiente” (Walter Villa)

"Yo siempre sueño con encontrarlo o encontrarla", dice Mirta. Yo soy pelirroja, siempre miro a la gente pelirroja en la calle, a ver si lo reconozco. Lo que sé es que si algún día lo encuentro le voy a pedir perdón. Perdón porque no fui valiente para criarlo, no fui valiente para poder pelear contra mi mamá y contra esa mujer, perdón por haberme dado cuenta cuando ya no había más remedio. Le diría que fue por eso que hice lo que hice, fue por necesidad, no era que no lo quería, fue porque quería que estuviera mejor que yo. Si me rechaza lo voy a comprender pero igual lo voy a seguir queriendo".

Después, llora. Llora tanto cuando imagina esa escena que no puede seguir hablando.

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