Inocencia: condición del que está libre de culpa o de pecado. Falta de malicia, mala intención o picardía.
(Diccionario de la Real Academia Española, última versión)
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Como si se hubiera abierto una Galería de los Horrores (esos museos de cera de algunas ciudades), ahora y aquí y en nuestras vidas hay algo atrozmente parecido. No tiene muñecos de cera. No está limitada por paredes ni techada. La habitan seres humanos vivos y muertos.
Y bien podría tener un nombre: El Fin de la Inocencia.
Porque de eso se trata lo que sigue…
Florencio Varela. Un niño de 14 años mató a su vecino de 10 (Axel) "porque molestaba a mi hermanita". Pero no bastó. Con su hermano ("porque el cuerpo era muy pesado", dijo), arrastraron el cadáver hasta el fondo de la casa, calle 1201, para esconderlo. Más tarde, el niño de 14 confesó que lo había asfixiado con una almohada…
Pensó, mató, pidió ayuda para ocultar el cuerpo, explicó el porqué. Es decir: hubo premeditación, acción, crimen, intento de ocultamiento, y exposición del motivo. Con la frialdad de un cruel adulto.
No olvide, lector, la edad: ¡14 años!
Informe del Ministerio de Seguridad bonaerense. Entre el primero de enero y el 8 de junio hubo ocho homicidios ejecutados por 11 menores.
Detalles:
Enero 17, Ingeniero Budge, Lomas de Zamora. Jenifer Geraldine Trillo Julio, 15 años, embarazada de cinco meses, muerta de un balazo en la cabeza mientras esperaba el colectivo. Los asesinos: dos menores de 14 y 15 años.
Febrero 17, Villa Trujuy, partido de Moreno. Una banda de jóvenes entró a robar. El dueño, Luis Tolosa (38) les gritó para impedir el robo. Lo mataron de un tiro a quemarropa. Los detuvieron. Uno de ellos tiene… 16 años.
Febrero 22, El Jagüel, Esteban Echeverría. Franco Araya (18) vuelve de la escuela. Lo asaltan. No tiene nada de valor. Furiosos, lo hieren de una puñalada. Detienen a tres sospechosos. Dos tienen 15 y 16 años.
La misma edad del motochorro que mató al visitador médico Hernán Fontana en Lomas de Zamora. Y 16 y 17 los asesinos, en Ramos Mejía, de Mariano Martín Román (39). Su mujer, herida, sobrevivió.
Pero los 16 y 17 años no son los números máximos de la sangre derramada. Porque el que mató al remisero Ricardo Almeida (65), en San Justo, para robarle el auto… ¡tiene 15! Le dicen Pipi… y en los diez meses anteriores cayó preso… cinco veces. Y nada es tan reciente. Hace una década que en Ituzaingó, Corrientes, un chico de 12 años (¡12!) degolló a su compañero de colegio Agustín Esteche, de 14. El asesino era el mejor promedio de la escuela…
Y aunque algunos nombres se olviden…, es difícil no recordar el crimen de Candela Rodríguez, violada y asesinada a los 11 años. Ni tampoco el de Anahí Benítez, de 16 años, muerta y enterrada a medias en la Reserva Santa Catalina, Lomas de Zamora.
Pero más datos (los hay), aunque cause espanto, a la larga se convierten en estadística. El crimen y el escándalo se hacen costumbre. La indiferencia endurece el corazón. Un dato aterrador: ocho de cada diez noticias asocian a adolescentes con el delito.
La sociología y el psicoanálisis intentan definir el fenómeno y explicar sus causas. Por ejemplo, tendencias asesinas latentes que actúan por efecto imitación: un crimen estimula… Hechos de sangre facilitados por la impunidad. "Maltratados que maltratan" (definición de Eduardo Lorenzo, capellán del Servicio Penitenciario bonaerense). Narcotráfico, marginación y deserción escolar. Desigualdad social y corrupción como motores del delito. Cada maestro con su libro. Todos tienen razón o ninguno la tiene.
La única evidencia desgarradora es que la inocencia ha muerto. Porque esos chicos que matan para robar. O por odio. O por venganza. O para demostrar poder…, a una edad en que los hombres y mujeres de hace dos o tres generaciones no nos imaginábamos con un arma en la mano, ni siquiera conocieron la inocencia. Saltaron sobre ella. Se creen adultos.
Y justifican la adultez de la peor manera: el delito. Matan, pero también mueren: 15 o 16 o 17 años tienen las violadas y arrojadas como basura, porque sin saberlo se han acercado al inframundo, a sus llamas, a sus códigos de muerte.
De las muchas formas de degradación que puede sufrir una sociedad, ésta es la peor. Porque su Galería de los Horrores tiene un cartel que dice Entrada… pero no otro que dice Salida. Es nuestro Infierno.
¿Podemos hacer algo para construir un nuevo amanecer? Que cada uno conteste, y que lo haga.
Porque de nada sirve gritar "¡Justicia!" ante las cámaras de televisión, marchar, quemar un patrullero o una comisaría o la casa de un delincuente… e irse a dormir. Eso no repara la inocencia rota.
Tal vez hay que pensar en su contrario: la culpa.
La culpa de un país que dejó degradar la escuela: base, semilla, razón primera de la virtud, hoy convertida en interesado coto de caza.
La culpa de padres que prefirieron no ser padres de sus hijos, sino sus cómplices… hasta que ese hijo apareció muerto en la puerta de un boliche.
Y tantas otras culpas…, que empezaron con buenas intenciones. Ésas de las que está empedrado el camino a los dominios de Satanás, según reza un antiquísimo refrán.
¿Ya es demasiado tarde? Nunca es demasiado tarde. Pero hay que poner a la misma hora todos los relojes. Y en la misma línea crítica todos los espejos. Porque (noticia exclusiva para argentinos) la culpa no la tiene el otro. Ese cómodo caballito de batalla que también cabalga hacia el Mal.