"Pensé que cuando me trasplantaran el corazón iba a dejar de querer a mis hijas"

Eduardo Yonemoto estuvo en Emergencia Nacional hasta que llegó el órgano que le salvó la vida. Gracias al mismo donante le trasplantaron un riñón a una mujer que había estado 13 años esperando.

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Eduardo Yonemoto es pianista y, desde hace 7 años, vive con un corazón ajeno (Adrián Escandar)
Eduardo Yonemoto es pianista y, desde hace 7 años, vive con un corazón ajeno (Adrián Escandar)

El hombre está comiendo un tostado en un bar de Montserrat. De lejos, se puede inferir. Debe tener, por la forma de sus ojos, algún pariente japonés. Y está tranquilo, se nota porque mastica despacio y eligió la ventana del sol. Sería impensado, sin embargo, sentarse en esta mesa lejana a imaginar de qué está hecho ese hombre, cómo es lo que no se ve: qué tamaño tendrá su corazón, cómo estarán trabajando sus pulmones, si estarán tapadas sus arterias. No hay forma de suponer que ese hombre que ahora come el último bocado y se sacude las migas del buzo ya no tiene su corazón de fábrica: vive, desde hace un tiempo, con un corazón ajeno.

Eduardo Yonemoto tiene 53 años, es pianista y director de orquesta. Es hijo de un diplomático japonés y de una brasilera, por eso se llama a sí mismo "Feijoada con palitos". Es como el agua de río cuando se junta con el mar: tiene el control y la disciplina de su padre budista, y la propensión a la alegría de su madre bahiana. Su carrera como músico profesional empezó a los 22 años, cuando llegó de Brasil.

"Yo vivía acelerado, pasaba muchos días de gira, viajaba sin parar, comía cualquier cosa a cualquier hora, demasiada noche", describe. Eduardo acompañaba a Mercedes Sosa, a Raúl Lavié, a Gian Franco Pagilaro, a Manolo Galván, entre otros. La primera alarma sonó en 1999, cuando tenía 36 años.

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"Había comprado una casa y estaba pagando la hipoteca. Como estaba en una gira larga, todos los meses le mandaba la plata a la abogada para que la pagara. Cuando volví me encontré con que nunca había pagado y se había ido a vivir a Cuba con mi plata. La denuncié, traté de sacar un préstamo para salvar la casa, la fui a buscar. Hice todo lo que se podía hacer y no pude, terminé perdiendo mi casa. Cuando bajé los brazos y me resigné, me agarró el primer infarto", cuenta.

Fue un infarto agudo de miocardio que lo tuvo durante un año alejado del carnívoro mundo de la música. "Cuando decidí volver no podía creer lo que había pasado. Alguien había hecho correr la bola de que yo había muerto para ocupar mi lugar en la temporada. Los colegas me miraban congelados, como si hubieran visto un fantasma". Peleando por recuperar su lugar generó un efecto rebote: volvió a estar de gira, a comer mal y llegó a fumar cinco paquetes de cigarrillos por día.

El cuerpo le dio otra década de gracia. Pero en noviembre de 2010, mientras estaba por tocar en un teatro en Mar del Plata, empezó a vomitar. Primero le dijeron que se había intoxicado con mariscos, después que tenía cálculos en la vesícula. "Le dije al médico 'opéreme ya y en 15 días estoy laburando de vuelta. Siempre pensando en el laburo y en la guita, aunque vivía muy holgadamente. Lamentablemente es así: más tenás, más querés".

Cuando Eduardo aún estaba excedido de peso, junto al “Negro” Lavié.
Cuando Eduardo aún estaba excedido de peso, junto al “Negro” Lavié.

Al día siguiente, cuando vieron que tenía las piernas hinchadas como troncos, se dieron cuenta que el problema estaba en el corazón. Pasó cuatro meses internado sin diagnóstico hasta que empezó a romper todo para que lo dejaran irse. Duró poco. Pocos días después, lo llevaron de urgencia a la Fundación Favaloro con un edema agudo de pulmón.

"No se lo deseo a nadie. Tenía los pulmones llenos de agua, no podía ni tomar aire ni largarlo. Fue la primera vez que dije: creo que estoy agonizado". Eduardo tenía 47 años y pesaba 120 kilos. Le hicieron una angioplastia, le pusieron cinco stent y le dijeron que si andaba bien en cinco días se iba.

"Cuando llegó el quinto día, entró una enfermera a hacerme análisis. Y yo le digo ¿para qué, si hoy me voy? Y me puso cara rara. Al rato vino otra y me dijo: ¿no vino todavía el doctor?". Roberto Favaloro finalmente llegó y le dijo: "Usted tiene las paredes de su corazón hechas un corcho". Eduardo le preguntó: ¿Y entonces? Favaloro contestó: "Vine a avisarle que necesita un trasplante de corazón y que ya está en Emergencia Nacional, ¿alguna pregunta?".

Eduardo tenía una miocardiopatía dilatada: su corazón estaba débil y deformado y no podía bombear suficiente sangre al resto del cuerpo. "Nos abrazamos con mi mujer y empezamos a llorar como dos chicos. Después pedí que vinieran mis hijas más grandes, Soledad, que tenía 18 y Agustina, de 16. Cuando llegaron les dije: 'Tengo que contarles que si no me opero me voy a morir. Y que si me opero también me puedo morir. Quiero que ayuden a mama a criar a Aldana (su hermana, de 12 años), que sean buenas, que no se peleen y que se quieran. Yo siempre traté de ayudar a todos, así que no tengo ninguna cuenta pendiente".

Aldana (izq), tenía 12 años al momento del trasplante. Agustina tenía 16.
Aldana (izq), tenía 12 años al momento del trasplante. Agustina tenía 16.

Eduardo quedó primero en la lista de espera de la Provincia de Buenos Aires. "La psicóloga me dijo: 'Pregúnteme todo lo que quiera'. Y como uno asocia el corazón a los sentimientos, le pregunté: ¿si me cambian el corazón, cuando me despierte no voy a querer más a mis hijas? La psicóloga le dijo: "No, eso lo maneja el cerebro y todavía no hacemos trasplantes de cerebro".

Sabía que la espera podía ser larga: "Un día me entero que había llegado un órgano para mí pero que el procedimiento se había caído porque al doctor no le había gustado. Me enojé mal. Pasé todo el día indignado y a las 6 de la mañana me prendieron la luz. Pensé que era la enfermera y, sin mirarla, le dije: ¿No te cansás de romperme las pelotas? Me respondió una voz de hombre: "Buenos días, soy el doctor que vino a traer su corazón".

Dos semanas después del trasplante de corazón.
Dos semanas después del trasplante de corazón.

Lo llevaron al quirófano y el Dr. Alejandro Bertolotti, miembro de la Sociedad Argentina de Trasplante (SAT), le avisó a su mujer y a sus hijas que la operación podía durar 12 horas. "En la espera -cuenta Soledad, su hija mayor- nos pusimos a charlar con un hombre. Resulta que a su mujer le estaban trasplantando un riñón. Hacía 13 días que mi papá esperaba un corazón y hacía 13 años que la mujer esperaba un riñón. El mismo donante le estaba salvando la vida a los dos".

Eduardo no rechazó a su nuevo corazón, "pero al quinto día pasé la peor noche de mi vida. Me agarró otro paro cardíaco y me resucitaron. De ese día recuerdo el dolor, el despelote de gente, la electricidad, los apósitos mojados en el pecho. Después no quería dormir, creía que si volvía a cerrar los ojos iba a volver a pasar". Eduardo volvió a salvarse y su entorno lo registró: cuando lo cambiaron de sala, antes de darle el alta, se abrieron las puertas del ascensor y ahí estaban: cirujanos, camilleros, las chicas que limpian, los enfermeros, todos aplaudiéndolo. 

Durante el primer año, Eduardo no quiso saber nada de su donante. Después sí, aunque sabía que estaba prohibido obtener información: "Quería saber para rezarle". Empezó a buscar en Google qué accidentes grandes habían sucedido aquella madrugada. Encontró dos. Después no quiso seguir buscando.

¿Es raro tener el corazón de otro? "Al principio no. Si tu cuerpo no lo rechaza, es tuyo. Sin embargo, yo había escuchado lo de la memoria celular, eso de que los órganos tienen células y las células tienen una memoria. No le había dado importancia, no me había puesto a pensar si ese corazón ya venía con una historia propia. Hasta que pasó lo de la moto y lo de Mónica".

Con Mónica Lobato, la mujer que recibió un riñón del mismo donante que le salvó la vida a Eduardo.
Con Mónica Lobato, la mujer que recibió un riñón del mismo donante que le salvó la vida a Eduardo.

Mónica es la mujer a la que le trasplantaron el riñón del mismo donante. "Cuando se cumplió un año del trasplante quisimos hablar por teléfono y no pudimos. Llorábamos, tuvimos que cortar. Al año siguiente, lo mismo. El tercer año, le dije: 'mirá, te voy a ir a conocer a Junín, basta'. Los dos estábamos vivos gracias a la misma persona y cuando la vi me pasó algo bastante raro: sentí que era mi hermana", dice. "Más que eso -agrega su hija-: funcionan como gemelos, es como si sintieran lo mismo". Y cuenta que, a veces, Eduardo le escribe: ¿cómo andás Moni? Yo acá, medio descompuesto. Y que ella le contesta: ¿vos también?

"Lo de Mar del Plata" le terminó de dar indicios de que su nuevo corazón venía con una historia. "Volví a Mar del Plata, al mismo lugar donde me descompuse en aquella gira. Le pedí la moto a un amigo, me subí y empecé a acelerar a fondo, más, iba muy rápido, habré llegado a 160. Sentí una adrenalina terrible en todo el cuerpo, pensá que yo era un tipo disciplinado, muy medido, un japonés. De repente digo, '¿pero qué estoy haciendo? Si a mi nunca me interesó andar rápido en moto'.

Eduardo frenó, apagó la moto y se sentó en silencio, mirando el mar. "Ahí donde estaba, hice un llamado: Dije: 'yo se qué no se puede, pero necesito saber. ¿De qué murió mi donante? La respuesta fue: murió en un accidente de moto. Me quedé tan petrificado que me tuvieron que ir a buscar".

(Adrián Escandar)
(Adrián Escandar)

Después, sale del bar, camina tranquilo, para en la Plaza de los dos Congresos, posa para las fotos. Posa y se apoya la mano en el corazón, que es ajeno y a la vez es propio. Nadie de los que caminan por aquí apurados puede saber por qué hace ese gesto, de qué está hecho este hombre.

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