El fin de una era, La Salada sin Castillo: anarquía, miedo y desolación

Con Jorge Castillo preso por intento de homicidio a un policía, el centro de compras ya no es lo que era

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"Seguí hasta la escalera mecánica", un patovica con un handy se coloca atrás de un miembro del equipo de Infobae, le habla al oído y lo lleva hasta donde él quiere, obligándolo a subir al primer piso del principal edificio de la feria La Salada. "¿Ustedes no preguntaron por las escaleras? Bueno, acá están?", sentenció. La situación era rara: apenas se había consultado por ese lugar a uno de los puesteros y a los cinco minutos, un miembro de la seguridad del predio nos invitaba a hablar con "el encargado", algo que nunca sucedió. La incursión adentro de la feria duró apenas 20 minutos. ¿Cómo es un imperio sin su rey?

Con Jorge Castillo, el rey de La Salada, preso por intento de homicidio a un policía, el centro de compras ya no es lo que era. Nadie habla, incluso por recomendación de miembros de Infantería de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. No hablan los puesteros por miedo a represalias. No hablan trabajadores por miedo a represalias. Nadie habla. Uno se presenta como periodista y eso alcanza para que agachen la cabeza y aparezcan las negativas.

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Entre las dos ferias más importantes que componen el predio, Punta Mogotes y Urkupiña, hay 5.000 puestos que se sumaban a los que fueron desalojados por orden judicial, que estaban apostados a la vera del Riachuelo. Los números son enormes: 21.000 visitantes por semana y siete mil trabajadores que viven de lo que allí se vende. Dentro de los edificios, el alquiler de un puesto es de $650 pesos "por feria", es decir por día abierto al público, pero los números cambian. Hay puestos con dueños que lo subalquilan por su explotación y otros aún más caros. Es que, claro, en La Salada todo funciona con las reglas de un shooping, cada puesto varía según su ubicación, su tamaño y por sobre todas las cosas la capacidad de venta.

Más del 30% de los puestos están cerrados, La Salada ya no es lo que era. Por partes, el predio está sucio, como si ya nada importara, pero al mismo tiempo bajo el nivel de concurrencia de gente. "Hasta hace un mes, esto podía estar abierto hasta las 5 de la mañana, hoy a las 4 los puestos empiezan a cerrar, no está la misma venta de antes. Todo esto de lo de Castillo nos perjudicó", explicó a Infobae Martín, empleado de un puesto de artículos para mascotas. Él vive en Moreno, pero viaja todos los días de feria: domingo, martes y jueves hasta el corazón profundo de Lomas de Zamora. El jefe de Martín es quien explota el puesto, que a su vez le paga el alquiler al dueño y este es quien negocia con Castillo y su gente. Así funciona todo en la Salada, el epicentro de venta ilegal más grande de Latinoamérica que llegó a vender por más 10 millones de dólares por semana. Ahora, nadie se anima a defender esos números pero nunca hay pérdidas, eso está claro.

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El miedo se siente, no es lo mismo. Incluso, más que miedo, la incertidumbre de no saber qué es lo que va a pasar. Con casi todo el clan Castillo detenido, el manejo de la Feria es controlado por las segundas y terceras líneas de la estructura, que todavía responden a él. Cuando uno pregunta sobre los que gerencian el negocio, la respuesta es "no sé" pero todos apuntan a lo que queda de la estructura inicial. "Acá el tema es que no se sabe cuánto van a poder soportar los tipos de Castillo, con él y su familia preso. Afuera están Los Cucos y otras bandas que quieren entrar, si esto no se sigue de cerca va a ser una batalla", explicó otros de los puesteros, que no quiso dar su nombre.

Los Cucos es un grupo de barras que pugnaban por el control de los puestos de la rivera: se les adjudican asesinatos, sicariato y extorsión a la policía. "Ellos actuaban con el permiso de Castillo, que no podía estar al frente de todo, entonces él les permitía que mantengan esa zona ordenada. Ahora todo es distinto", agregó.

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Sobre La Salada operan varias mafias: la de los talleres clandestinos que es la que provee a los puesteros; la de piratas del asfalto, que se encarga de los artículos truchos que no son prendas; la de la Aduana -ahora casi desmantelada-; la de Castillo y la de diferentes grupos de barras que se pelean por porciones de poder. Ahora los límites se van borrando. Lucio De la Rosa es uno de los abogados que aparece en las escuchas, oficiándose como mediador entre un sobrino de Castillo y el juez penal Gabriel Vitale. "Hubo varias muertes, asesinatos por sicarios y enfrentamientos. Fueron cuatro o cinco las muertes vinculadas a las disputas entre bandas por el control de la zona", declaró De Luca.

Cuando uno camino por el interior de Punta Mogotes, la principal feria, siente que está caminando en un shopping de lo ilegal. La oferta es variada, aunque ya dejó de ser el centro de venta de ropa trucha y clandestina. Ahora uno puede conseguir en La Salada lo que se le ocurra: perfumes, artículos de farmacia, accesorios para celulares, electrónica, comida y hasta diversos artículos de supermercado. Se puede conseguir todo y más. Los valores van desde mitad de precio en comparación con el mercado legal o incluso hasta un 70% menos.

Con Castillo preso, la fisionomía de las afueras de los predios cambió: la seguridad principal ahora corre por cuenta de Infantería, que sumó 77 efectivos para cubrir los 95.000 metros cuadrados. Además hay más de 30 efectivos de la departamental de la zona. Estos cambios se dieron en las últimas semanas, luego de las detenciones de las dueños de La Salada. Este pedido corrió también por por parte de los trabajadores, que saben que el núcleo duro de clientes se perdió ante el temor de la inseguridad o de lo que pueda llegar a pasar dentro de la zona, en la pelea por poder.

La seguridad dentro de las ferias es ejecutada por un grupo de personas que responden al "encargado". Infobae no pudo saber quién es el que da las ordenes, pero todo está detalladamente calculado. Hasta hace un tiempo, este ejército de "culatas" era reclutado y dirigido por el propio Castillo, muchos de ellos barras. Hoy no solo mermó en la cantidad de integrantes sino que responden a un encargado de la estructura media del clan del Rey de la Salada.

Infobae intentó realizar un informe dentro de Punta Mogotes pero fue imposible. Graficar el accionar de los patovicas de Castillo es difícil. No solo se encargan de la "seguridad" sino que además mantienen en línea a cada uno de los puesteros. Este cronista junto a un camarógrafo intentaron mostrar la desolación y el abandono que reina en gran parte de la feria, pero no lo permitieron. Tampoco se pudo en las afueras, la gente no se detiene ante la pregunta y los efectivos de Infantería lo impiden: "Déjenlos, que están trabajando ellos no tienen nada que ver", dicen, mientras les ordenan a los que uno detiene para hablar que sigan su camino.

Solo bastó con preguntarle a un puestero por la ubicación de la escalera para que sin darnos cuenta, de un momento a otro, un miembro de la seguridad de Castillo aparezca atrás nuestro, obligándonos a seguirlo. El sistema está tan aceitado que ni siquiera necesitan cámaras: los puesteros funcionan como sus propios "vigiladores". Solicitaron que hablemos con un encargado que nunca apareció, ni del cual quisieron dar nombre. Lo que vino después fue encontrarse escoltas que echaron a Infobae hasta a afuera del predio, sin ningún tipo de explicación. La amenaza a que las cosas se complican estuvo siempre latente.

Los pasillos de La Salada son particulares e icónicos. No más de cuatro metros entre lateral y lateral y cajas de zapatos en forma de locales, cubiertos de rejas, eso es La Salada. Como búnkeres de lo clandestino, así funciona. El destino y el futuro de la feria es una duda que el poder político no puede resolver, pero lo que queda claro es que hoy La Salada ya no es tan dulce.