El conmovedor reecuentro de dos hermanas separadas el día que tomaban la primera comunión

La violenta correntada de un arroyo cordobés mató a la madre de las pequeñas, que no volvieron a verse ni a tener noticias. Medio siglo después, el azar tiró una baraja ganadora. Nunca volverán a separarse

Compartir
Compartir articulo

Cuando en Coronel Moldes nadie, o muy pocos (los más viejos) recordaban el drama, la vida –a veces tan misteriosa, a veces tan casual– se atrevió a otra vuelta de tuerca… Las cosas sucedieron así.

Era el 8 de diciembre de 1966 en ese punto a 75 kilómetros de Río Cuarto y a casi 300 de Córdoba Ciudad.

El día de la Virgen. El día de las comuniones. De los niños que reciben a Cristo. Ellas, con sus vestidos blancos, sus lazos, sus ojos trémulos: un poco de alegría, un poco de temor… Ellos, con sus trajes de pantalón corto, sus zapatos blancos, el gran moño en el brazo izquierdo, bien cerca del corazón.

Mientras las dos hermanitas cordobesas esperaban su primera comunión, la madre murió ahogada en la correntada de un arroyo

Pero de pronto, el a veces tan loco clima cordobés hizo explotar el cielo. A los nubarrones y el viento siguió una lluvia a mares, y una mujer murió arrastrada por la correntada de un arroyo.

Bien se sabe. El agua salva. Pero desatada es una bestia indómita.

La mujer fue arrasada, y desapareció, mientras trataba de cruzar el torrente por las vías del ferrocarril.

Mientras, Aurelia Irusta, su hija, de 10 años, y María, su hermana, de 8, la esperaban para ir a la iglesia, llegar hasta el altar y vivir por primera vez una experiencia mística.

Pero la madre nunca llegó. Drama. O peor: tragedia. Porque el agua no sólo se llevó una vida: eran ocho hermanos, y en un instante cayó sobre ellos un sombrío telón.

María y Aurelia, se buscaron durante 50 años.
María y Aurelia, se buscaron durante 50 años.

Los menores, sin madre. Los mayores, sin madre y ya obligados a trabajar en el campo con su padre. El dolor de la pérdida y la dura lucha por la vida.

El cuerpo de la mujer fue encontrado entre unas rocas, y lo que hubo de ser una feliz primera comunión fue un doliente funeral con dos hermanas, dos niñas apenas, atónitas ante su primer encuentro con la muerte, y preguntándose "¿Por qué, por qué, por qué?".

Unas tías quisieron criar a las dos en Buenos Aires, pero Aurelia, la mayor, se negó, y María partió sola

Eso, y la incertidumbre de empezar una segunda vida casi sin haber atravesado del todo la anterior, la de los juguetes, los sueños, las fantasías.

"¿Qué hacer con ellas?", fue la pregunta, la incógnita, el escollo. Demasiada carga para un padre que trabajaba de sol a sol en el campo, y también para sus hijos mayores, que lo acompañaban en los surcos.

Unas tías que vivían en Buenos Aires y no tenían hijos recogieron el guante: "Aurelia y María se vienen con nosotras. Las criaremos como si fueran nuestras hijas", apostaron.

Pero Aurelia no quiso abandonar su rincón en el mundo. Se separaron. Y no volvieron a verse ni recibir siquiera un lejano eco, un indicio, un presentimiento. Sólo la pregunta mutua: "¿Dónde estás, hermana?", repetida por años y años.

A las cinco menos cuarto de la tarde, María bajó del ómnibus, y cuando se reconocieron, se abrazaron con más lágrimas que palabras

Sin embargo, Aurelia no se rindió. Pasó largos diecisiete años rastreando el paradero de María. Y de pronto, un dato inesperado: "Una de aquellas tías vivió en Santos Lugares". Rincón famoso por dos polos disímiles: el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes y la mítica y eterna casa de Ernesto Sábato. Y nada más. Cero dato. Tiniebla. Una botella al mar…

El abrazo en Coronel Moldes
El abrazo en Coronel Moldes

Pero entretanto, los medios hicieron su trabajo. A través del programa "Gente que busca gente" (América 2), por un indicio débil pero no desechable, la rastrearon en Tres de Febrero, el partido de la provincia de Buenos Aires.

Malas noticias: la tía había muerto, y María, la hermana perdida, se había mudado a Hurlingham… "mucho tiempo atrás", recordó un vecino.
Pero a veces, la suerte es tenaz. Una prima de ellas que vive en Vicuña Mackenna… ¡consiguió el teléfono de María y lo puso en las manos y en los todavía incrédulos ojos de Aurelia!

Inseparables ahora y para siempre, dicen que todas las noches van a contarse sus vidas hasta que el sueño las venza

Medio siglo después del golpe que las separó, María viajó (¡corrió!) hacia ella. Bajó del ómnibus. Primero se miraron como desconocidas. Como náufragos salvados. Después se abrazaron muy fuerte. Casi hasta perder el aliento, como protagonistas de un milagro, con más lágrimas que palabras. Fue el viernes 23 de septiembre a las cinco menos cuarto de la tarde.

Al otro día, rodeada de micrófonos, María contó brevemente su vida desde que se separó de Aurelia: "Mis tías, las que me criaron, ya murieron. La última imagen que tengo de mi madre es su cuerpo, ya muerto, y todo tapadito, en la caja de una camioneta. Me casé a los 19 años y tuve tres hijos. Perdí a mi marido. Pero ahora que Aurelia y yo nos encontramos, vamos a hablar y a hablar todas las noches, hasta que nos venza el sueño".

Porque a veces, medio siglo no es nada.