María Eugenia Vidal, la gobernadora menos pensada

Hace un año María Eugenia Vidal era electa gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Postales de una consagración no anunciada ni prevista por nadie.

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(DYN)
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Mauricio Macri se tapa la boca y se quiebra: entre lágrimas, no puede creer lo que reflejan todas las pantallas que mira en el búnker instalado en Costa Salguero. Más tarde, en otro escenario, en Asia de Cuba, Marcos Peña se disfraza de DJ y conduce al grupo de asesores y militantes en un ritmo frenético. Pero ella, la gran protagonista de la noche, rehuye. Prefiere la intimidad.

Lo que sucedió con María Eugenia Vidal hace un año fue una crónica de un triunfo no anunciado ni previsto por nadie. Y ese nadie incluyó a los más entusiastas dirigentes del PRO, además de los medios, los grupos económicos y –claro- al kirchnerismo: una mujer ajena al star system de la política bonaerense se presentaba como un banquete fácil, y Aníbal Fernández la esperaba con el cuchillo y tenedor. Terminó deglutido y expulsado lejos de la periferia del poder.

"Ese 25 pasamos por todo tipo de sensaciones. Dormimos poco, después mucha ansiedad, mucho trabajo, nerviosismo, más tarde mucha adrenalina cuando empezaron a llegar los resultados de las mesas testigos que nos daban ganadores. Después fue todo una explosión de alegría, fueron dos años de una recorrida muy difícil", recordó el ministro de Gobierno bonaerense, Federico Salvai, ante la consulta de Infobae.

El hoy Presidente y Vidal pasaron aquellas horas en un VIP armado en un pequeño salón que conectaba al escenario principal. El desfile era incesante y la información se recopilaba en un propio centro de cómputos. Ninguno quería entusiasmarse con los datos iniciales que comenzaban a llegar después de las 18. "Estamos 50 a 50", decía uno de los voceros de la entonces candidata. Nadie le creía.

Fue, además, el día nefasto para el funcionamiento de las estadísticas oficiales. Los primeros números se comenzaron a cargar después de las 24, es decir, ocho horas después del cierre de los comicios, lo que generó varias teorías conspirativas. Muchas con fundamentos. Fue el radical Ernesto Sanz el que expresó su ira: "Le exigimos al Gobierno que cargue la provincia de Buenos Aires, tenemos provincias con todos los datos contados, gobernadores electos festejando y otros saludándolos y no hay un solo dato cargado". Fue también el día de Elisa Carrió: por primera vez escuchó el "lilita, lilita" que nacía del núcleo duro del macrismo. Su batalla estaba ganada.

Lo que sucedió con María Eugenia Vidal hace un año fue una crónica de un triunfo no anunciado ni previsto por nadie. Y ese nadie incluyó a los más entusiastas dirigentes del PRO.

"Había poca gente porque todo el mundo estaba fiscalizando, y la fiesta fue con los que trabajaban en la campaña. Fue algo íntimo, a diferencia de cuando ganamos el ballottage, que se llenó de paracaidistas. Cuando apenas empiezan a mostrar los resultados parciales del escrutinio ni Mauricio lo podía creer" , aseguró uno de los dirigentes que trabajó en la campaña y que hoy lo hace en Casa Rosada, también consultado por este medio.

Macri, al momento de leer los primeros resultados el 25 de octubre de 2015
Macri, al momento de leer los primeros resultados el 25 de octubre de 2015

Volvamos a Vidal. Durante la campaña la acusaron de inexperta, de no tener el "GPS" de la provincia de Buenos Aires, de no tener carácter para manejar a los "barones" del conurbano, de ser el plan "c" de Macri ante la negativa de Gabriela Michetti. Sobre todo, de no tener la capacidad para dominar el monstruo que representaba –y que todavía representa- la provincia de Buenos Aires. Ella respondió como lo hacen las hormigas: en silencio y con recorridas por todos los municipios.

Ese día, ese 25 de octubre, Macri tuvo su triunfo parcial y se ganó el pase a la segunda ronda contra el kirchnerista Daniel Scioli. Pero Vidal –es verdad, la empujó un pésimo candidato como Fernández y hasta la iglesia habría presionado a su favor-le asestó un golpe certero al corazón del peronismo, le quitó territorialidad; un golpe del que todavía no se puede recuperar.