Sobre causas y consecuencias

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(AFP)
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Hartos de las consecuencias, el kirchnerismo y sus aliados nos proponen volver a las causas. ¿Y cuáles fueron las causas del desastre que nos dejaron después de 12 años de mayorías parlamentarias, soja a 480 dólares promedio y las tasas de interés más bajas de la historia del mundo? ¿Cuál fue la causa principal de las reservas saqueadas, el déficit fiscal récord con carga impositiva récord, la infraestructura devastada y el 30% de pobres, y en aumento?

La causa principal del desastre kirchnerista fue la política energética llevada adelante por Julio De Vido. Una política por la cual los peronistas federales venidos de Santa Cruz subieron 34% las tarifas de la Capital y el Gran Buenos Aires, mientras la inflación era del 1379%, haciendo así que el interior pobre subsidiara a la capital rica. Una política por la cual los peronistas redistribucionistas crearon un sistema donde los que usaban garrafa subsidiaban vía inflación a los que tenían red de gas. Una política por la cual los peronistas productivistas lograron que las industrias tuvieran que suspender la producción en los días pico para permitir que se usaran a full los splits de aire acondicionado.

Una política por la cual los peronistas guardianes de la soberanía nacional hicieron que pasáramos de exportar seis mil millones de dólares anuales de combustibles a gastar cerca de cien mil millones en importaciones; mientras rifábamos en subsidios más del 4% del PBI. Una política por la cual los peronistas que siempre dijeron que los únicos privilegiados debían ser los niños crearon un sistema donde los hijos se quedaban sin infraestructura y sin energía para subsidiar el consumo, muchas veces irresponsable, de los padres.

Así fue que se gastaron todo y nos dejaron sin nada. Porque se la llevaron, también, toda; dejaron a los ancianos sin luz ni agua por semanas, obligados a subir al décimo piso por la escalera mientras los hijos rezaban para que no les diera un ataque cardíaco y el resto de la población prendía velas y quemaba gomas en las esquinas. Y no fue gratis. El costo del festival de subsidios energéticos fue de 130 mil millones de dólares, más del doble de lo que se ahorró con el famoso pagadiós de 2005 de Lavagna; otro evento patriótico que este Gobierno tuvo que arreglar como pudo.

Para entender de qué estamos hablando: 130 mil millones de dólares son 17 autopistas entre La Quiaca y Buenos Aires. ¿Cuántos argentinos de los siete mil que en promedio murieron cada año en las rutas de la muerte hubieran salvado sus vidas? Y 130 mil millones de dólares son también 75 soterramientos del Ferrocarril Sarmiento, donde el saldo de víctimas causado por tarifas inexistentes es más fácil y más conocido: 52 muertos, por lo menos. Y 130 mil millones de dólares son miles de hospitales y escuelas, miles de jardines de infantes, y miles y miles de personas que el peronismo kirchnerista dejó defecando en pozos y tomando agua infectada por la contaminación de las napas. ¿Qué hubieran dicho los señores diputados de todo el peronismo que hoy siguen llamando a sesiones especiales si Cambiemos se hubiera gastado 130 mil millones de dólares en transferencias directas a las empresas, tres veces lo que el gobierno populista invertía en gasto social?

Hoy, con su habitual desparpajo, los mismos que armaron este pandemónium cuando sobraba la plata vienen a explicar cómo arreglarlo ahora, cuando la soja bajó y las tasas de la FED subieron, y cuando los superávits gemelos que recibieron en 2003 se transformaron en déficits gemelos. Es ahora que se hacen los sensibles, cuando saben bien que la mayor parte de los 130 mil millones de dólares de subsidios fue a parar a manos de los más ricos. Hablo del 20% de los subsidios al gas que se llevó el decil más rico de la Argentina contra el 5% que se llevó el decil más pobre. Cuatro veces más. Hablo del 12% de los subsidios al gas que se llevó el decil más rico, contra el 8% que se llevó el decil más pobre. Un 50% de diferencia. La redistribución de la riqueza.

Son los mismos, también, que dicen hoy que hay un tarifazo salvaje. Sin embrago, la tarifa social federal permite pagar el 50% del costo de la electricidad y 25% del gas a las familias que ganan menos de 19 mil pesos (dos salarios mínimos) mensuales. Es el tercio que el kirchnerismo dejó en la pobreza y que hoy solo representa un cuarto de la población, ya que en un año y medio el demoníaco gobierno de los CEO logró bajarla de 32,2 a 25,7 por ciento. "Una baja modesta", según el comentario de muchos a pesar de que, si lograra sostener este ritmo, en seis años la Argentina volvería a tener un dígito de pobreza, cosa que no sucede desde hace medio siglo.

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Tarifazo salvaje, insisten. Pero el Gobierno sigue subsidiando 30% de las tarifas de gas y 19% de las de electricidad, cifras que solo parecen reducidas cuando se las compara con el delirante 80% y el surrealista 70% de tarifa subsidiada que dejaron, lo que provocó ese festival consumista por el cual nos llenamos de splits y de automóviles privados mientas colapsaban las redes de energía y de transporte públicos. Tarifazo salvaje; pero según el informe de Edenor, que provee a la región de mayor consumo del país, solo el 18% más rico gasta más de 1.150 pesos mensuales. Tarifazo salvaje; pero los estudios más serios demuestran que para el 80% más pobre de la Argentina el costo energético oscila entre 4,1% y 3,5% de los ingresos, a pesar de los despilfarros a los que inevitablemente nos habituaron estos 12 años de creer que la energía era gratis y que los subsidios no los pagaba nadie.

Por supuesto, los que les pusieron 130 mil millones de dólares en los bolsillos a las empresas son los mismos que dicen hoy que las empresas no ponen nada, que el Gobierno de los CEO piensa en su rentabilidad y no en la gente, y recuerdan que se les condonó una deuda por mil millones de dólares. Lo que no dicen es que los ajustes tarifarios incluyen un acuerdo por el cual las empresas renuncian a juicios en tribunales internacionales por 3.400 millones de dólares que, gracias al anterior gobierno, tienen prácticamente ganados. Tampoco dicen que las empresas están volviendo a invertir después de años en que los argentinos nos comimos todos los activos: las rutas, la energía, el stock ganadero, los trenes, las reservas del Banco Central, todo.

El panorama actual es bien diferente. Luego de años en que sucedía exactamente lo contrario, la inversión sube, y sube mucho más que el consumo. En 2017 la inversión total llegó al 21,7% del PBI y la inversión extranjera directa (IED) llegó al 1,9 por ciento. Dos valores que revierten la tendencia vigente desde el inicio del segundo gobierno de Cristina. Y visto interanualmente, en 2017 el crecimiento de la inversión triplicó el del PBI, a pesar de que este creció al 2,9% después de cuatro años de recesión. Según las últimas cifras, estamos creciendo ahora al 5,1%, y el sector que lidera la inversión es el energético, donde hay comprometidos 8 mil millones de dólares en el sector tradicional y 7 mil millones en el de renovables. Además, la baja de subsidios no solo ha ayudado a ir equilibrando el déficit fiscal heredado, sino que permite que se estén construyendo cuatro gasoductos en el interior que incorporarán 140 mil millones de familias a la red de gas. Cuatro gasoductos que van a sumarse a los más de tres mil km de rutas nacionales, 813 km de autopista, 1494 km de ruta segura y 252 km de ruta especial licitados esta misma semana mediante el sistema de participación público-privada (PPP).

Es la Argentina que sale de años de decadencia. Es la Argentina a la que quieren ponerle palos en la rueda los que perdieron el poder absoluto del que dispusieron por 12 años. Es la Argentina que algunos quieren volver a llevar para el lado de Santa Cruz y de Venezuela. Y lamentablemente, ya no se trata solo del kirchnerismo sino del peronismo de conjunto, que desde 1989 gobernó el país casi un cuarto de siglo completo y dejó el desastre que dejó. Como siempre, hablan de los pobres pero los dejaron defecando en pozos. Como siempre, no dicen de dónde sacarían los recursos para pagar las medidas que proponen en el Estado quebrado que ellos mismos dejaron. Como siempre, son generosos hasta que les toca poner también de la suya, la de esas provincias que desde que gobierna Cambiemos llegaron al superávit fiscal porque recibieron recursos automáticos del gobierno central como nunca antes en la historia. Y como siempre, corren a todos con el federalismo y le echan la culpa de todo a los porteños, pero fueron un riojano y dos santacruceños los que crearon la brecha enorme entre lo que pagaba el interior y la capital. Una brecha que existe pero sigue achicándose por las políticas del presidente surgido de un partido de la Capital Federal.

Como de costumbre, el peronismo intenta aprovechar el hartazgo de las consecuencias para llevarnos de nuevo a las causas. La situación coyuntural parece darle buenas razones, pero las tendencias de mediano plazo, no. Desde luego, no vivimos en el país de las maravillas de Cristina, donde se comía con seis pesos y había menos pobres que en Alemania. Pero sí vivimos —al menos, eso creo— en un país decidido a enfrentar la verdad y a hacer el esfuerzo para salir del desastre al que nos llevaron décadas de facilismo, mentiras y atajos. Nadie dijo que iba a ser fácil ni era posible suponer que acercar las tarifas a la realidad no fuera doloroso, sobre todo para esa parte de la clase media baja que no puede acceder a la tarifa social ni le sobran recursos. Es ese impacto el que se expresa en la indudable baja de la popularidad del Gobierno en las encuestas. Pero un gobierno no existe para el corto plazo ni para ganar encuestas, sino para hacer lo que hay que hacer: sacar de la decadencia al país y a sus habitantes, de la dependencia y la postración.