Formar docentes es cosa seria

Alejandra Birgin

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La semana pasada se anunció un proyecto de reforma de la formación docente de la Ciudad de Buenos Aires. Se crearía una universidad para la formación de maestros que absorbería a todas las instituciones que hasta hoy tienen esa misión. Respecto de los institutos de formación docente existentes, la ministra de Educación dijo: "Buscamos pasar de 29 a 1 a partir de 2019". Para una propuesta de tal importancia no se organizaron consultas ni debates públicos. Sí, en cambio, una encuesta con una sola pregunta (binaria) y un proyecto de ley que (aún) no se conoce. La propuesta ofrece la impresión de disponer de una solución que resuelve los numerosos y diversos desafíos que plantea formar docentes hoy.

Cómo se forman los que enseñan es parte de una intensa controversia y de múltiples programas de investigaciones desde hace al menos tres décadas. Construir políticas públicas sobre este tema exige debates informados y acuerdos sociales, culturales, pedagógicos y políticos, ligados a las preguntas por la escuela y la sociedad que queremos construir. Comparto inquietudes alrededor de la propuesta anunciada.

No es una discusión menor qué docentes se proponen formar en la futura universidad. Hasta ahora, la única información disponible son tres diapositivas de Power Point y declaraciones de la ministra. En esa presentación escueta, se define así el docente del futuro: "Debe trabajar en equipo, tener actitud emprendedora, habilidades de comunicación, usar las tecnologías, comprender las culturas, estar abierto a la diversidad y ser flexible y adaptarse a los cambios". ¿Qué hay allí de específico? ¿Qué lo diferencia de un vendedor de seguros o de un organizador de eventos? ¿Un docente del futuro no debe saber enseñar? ¿No debe tener una relación curiosa y crítica con los conocimientos? ¿No debe saber pedagogías? ¿No debe saber su disciplina?

La nueva propuesta se asienta sobre estas afirmaciones: "Faltan docentes en la Ciudad", "se inscriben cada vez menos postulantes", "la carrera docente está desprestigiada". Parece un diagnóstico al menos superficial y poco reflexivo sobre lo que Cambiemos hizo, ya que es gobierno de la ciudad más rica de la Argentina desde hace una década. ¿Cuáles fueron las políticas de fortalecimiento y reconocimiento público de la docencia que desarrollaron desde entonces para que sea una opción más deseada de estudio y trabajo?

Analicemos argumentos y soluciones propuestas:

-"Se inscriben menos postulantes": CABA es la única jurisdicción de Argentina donde la matrícula de formación docente disminuye. A la vez, como lo muestra el Observatorio Educativo de la Universidad Pedagógica (Unipe) en un estudio comparado, es la jurisdicción de la Argentina donde los docentes cobran menos que el resto de los trabajadores que tienen formación equivalente. Un 33% menos. ¿Qué relación hay entre ambos datos y qué políticas se promovieron para llegar a esto?

-"Formación en la práctica desde el inicio". Claro que sí, sólo que ya existe. En la Ciudad el diseño curricular de formación docente, que respeta acuerdos nacionales de 2007, prescribe prácticas docentes desde primer año.

-"La universidad brindará formación presencial y virtual". No es una llave mágica, discutamos los sentidos de la virtualidad y su inclusión como estrategia de transformación educativa. De paso, alertamos sobre un mercado de plataformas de formación que, dirigido por corporaciones trasnacionales dedicadas a la preparación de materiales educativos, hoy se ofrecen en un formato estandarizado.

-"Capacitación permanente de todos los docentes en ejercicio". Desde la creación del Plan Nacional de Formación Docente, en 2013, existe en todo nuestro país a cargo del Instituto Nacional de Formación Docente y de cada una de las jurisdicciones. También de CABA.

Volvamos al planteo inicial: ¿una universidad es la salvación? Podríamos discutirlo largamente, entre otras cosas recordando que en la Ciudad desde comienzos del siglo XX la UBA forma profesores. Diversas experiencias internacionales muestran que las respuestas son complejas y llevan tiempo. En Finlandia tardaron cinco años en implementar el cambio en la formación docente a fines de los setenta. La experiencia francesa de formación de enseñantes fue variando la institución responsable: en 1990 se conformaron los Institutos Universitarios de Maestros (IUFM), en 2005 fueron reemplazados por masters universitarios, en 2012 se pasó a Escuelas Superiores de Profesorado y Educación (ESPE)… En Argentina se crearon universidades provinciales a partir de otras instituciones de educación superior que formaban docentes (UADER en Entre Ríos, UPC en Córdoba): llevó años armar sus proyectos institucionales y lograr la validez nacional de sus títulos. En fin, la universitarización no es una solución lineal ni excluyente.

En los grandes anuncios de cambios en la formación docente (imprescindible pensarlos en el marco de la reforma laboral y previsional, y del ajuste del gasto público que merecen otro análisis), Jujuy y CABA parecen pioneras en un discurso que dice que lo que hay en formación docente, los ISFD, no sirve y por eso se inventa algo nuevo: una universidad (en CABA) o un nuevo instituto (el nº 12, en Jujuy).

¿Hace falta mejorar la formación docente? ¡Por supuesto! Pero las aspiraciones fundacionales que esta propuesta trae (donde, como vimos, lo nuevo es poco) dan a entender que no hay nada que fortalecer, rescatar, revisar, aprender. Sin embargo, la formación docente es una de las grandes tradiciones que construyó nuestro país y nuestra identidad. Es con esas experiencias, esas frustraciones y esos tesoros que tenemos que armar algo mejor. Los docentes, los estudiantes y las autoridades de las instituciones de educación superior de CABA se han expresado fuertemente en ese sentido esta semana y en ese mismo gesto han validado su condición de voz autorizada e imprescindible, que, a la vez, es ignorada por este proyecto. Hablamos de una cuestión clave de política pública y como tal esperamos que sea tratada.

La autora es licenciada en Ciencias de la Educación (UBA) y magíster en Ciencias Sociales con orientación en Educación.