Once, Ciccone y Freiler: la Justicia incompleta

Compartir
Compartir articulo

Con la primavera se avecina una ola de hiperactividad judicial. Y, esta vez, en etapa de conclusión. Desde fines de septiembre habrá juicios orales en causas de corrupción importantes. El ex ministro de Planificación kirchnerista y actual diputado nacional del FPV Julio De Vido va a tener que explicar su responsabilidad en la Tragedia de Once. El ex vicepresidente Amado Boudou deberá responder por haber intentado quedarse con la fábrica de billetes Ciccone valiéndose de su cargo público. Y el suspendido camarista federal Eduardo Freiler enfrentará las primeras audiencias del juicio político en su contra por mal desempeño en sus funciones. Esto significa que la justicia finalmente enjuiciará. Por un lado, sabremos si son culpables o inocentes. Y por el otro, habrá un mensaje a futuro sobre lo que está permitido y lo que no. Un gran avance, pero con sabor agridulce.

Quizás para comprender por qué debamos preguntarnos en primer lugar hasta qué punto nuestra justicia habla con franqueza. Es decir, con sinceridad, libertad y generosidad. Conceptos necesarios para considerar a nuestra justicia legítima. El sociólogo alemán Max Weber decía que el tipo de legitimidad determina el tipo de obediencia, el cuadro administrativo que la garantiza y el carácter que toma el ejercicio de la dominación. Para Weber, la legitimidad del Estado democrático descansa sobre la obediencia a las normas. Se basa en la existencia de un sistema de reglas aplicado judicial y administrativamente según principios verificables que es válido para todos los miembros de la comunidad. Así Weber situaba la legitimidad más allá de los deseos e intereses del poder de turno.

Sin embargo, cuando miramos las prácticas en la justicia argentina podemos encontrar elementos que erosionan la legitimidad necesaria en un Estado moderno. El Poder Judicial administra los tiempos de forma egoísta según sus conveniencias. Estas muchas veces tienen que ver con el objetivo de los magistrados en permanecer en sus cargos, conservar el poder y avanzar en la carrera judicial. Weber hablaba de la racionalidad instrumental para explicar las acciones de los hombres en base a cálculos egoístas. Decía que los hombres tienden a respetar las leyes que les convienen a sus intereses. Y que en pos de alcanzar cierto fin de forma eficaz, utilizan cualquier medio disponible. Esto sucede en un contexto de debilidad institucional. El Estado argentino está colonizado por intereses particulares, que muchas veces en la historia ha sido tomado como un botín. Así, las instituciones, entre ellas la Justicia, no se han construido autónomas sino porosas a los intereses del poder de turno: el oficialismo, el empresariado, entre otros. Entonces las sentencias muchas veces han perseguido y persiguen horizontes que no solo tienen que ver con la ley. Y el resultado es la devaluación de la palabra judicial y la sensación de una justicia en la que los ciudadanos no confían. Que no consideran legítima, ni independiente ni altruista. Una justicia incompleta. Extractiva, que permite a quienes controlan el poder enriquecerse y aumentar su poder a expensas de la sociedad, concentra el poder en manos de unos pocos y es incapaz de proveer incentivos para mejorar.

La pregunta entonces es cuál es el camino hacia una justicia altruista, completa e inclusiva que se de en el marco de una distribución amplia y pluralista del poder, y un grado de centralización política que garantice la legalidad común. Un camino posible es construir una institución independiente de la política partidaria que funcione como freno y contrapeso y no como apéndice del poder. Que haya más mecanismos de rendición de cuentas de cómo se trabajan las causas. Que nuestros jueces que usen la prudencia en sentido griego: saber distinguir lo bueno de lo malo. Y que exista compromiso de la sociedad civil para que esto suceda. Construir legitimidad en el consenso de los ciudadanos sobre estas cuestiones. No conformarnos con "peor es nada" o "roban pero hacen". Sobre todo, porque estas concepciones expresan una tendencia a naturalizar lo que hay.

Hay que decir lo que falta, pero pelear para que sea mejor. En una charla magistral en la Universidad de General Sarmiento el jueves pasado, el filósofo Enrique Dussel dijo que no hay que ser optimistas sino esperanzados en un realismo crítico que sabe que no hay sistema perfecto. Todos los sistemas son imperfectos. Por lo tanto todo sistema ve inevitable cometer errores. Pero la política consiste en corregir el error. La perspectiva de Dussel requiere un poco de rebeldía, un poco de inconformismo que se traduzca en acciones concretas y no sólo reclamos para modificar el statu quo. Porque una justicia altruista no llega solamente a los protagonistas del conflicto: víctimas y victimarios. Sino que también alcanza a la propia dirigencia política con el mensaje de que la corrupción paga. Una Justicia más completa ayuda a construir una institucionalidad más fuerte que nos hace confiar en todos los poderes del estado y donde la justicia, lejos de extraer las energías y los ánimos de las ciudadanos, los cuidan y los defienden. Tal vez pensar así la llegada de los juicios de Once, Ciccone y Freiler sea un buen punto de partida.