Deporte y adicciones: otra contradicción cubana

¿Qué clase de comunista cobra miles de dólares por cada entrevista, se va a trabajar a países árabes con la ausencia de derechos humanos que los caracteriza, deja a la familia en un momento determinado al borde de la bancarrota para satisfacer sus adicciones?

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En mi Cuba, la Cuba real, la de todos los que la conocemos y que no tenemos miedo ni ataduras con prebendas para revelarla y contarla tal y como era, no como la cuentan sus gerentes, la totalidad de los deportistas eran amateurs que debían una pleitesía suprema al comandante, eso sí, sostenidos correctamente por el Estado. Mi intención no es difamar; vi las condiciones de la Ciudad Deportiva, de la Quinta de los Monos, de la perfección con que el doctor Alcides Sagarra preparaba a los boxeadores cubanos. Vi boxear a Correa y a Stevenson, batear a Capiró y a Marquetti, robar bases a Anglada y a Urquiola. Vi pitchear a Vinent, vi a las cubanas del voleibol ganar todo, vi ganar con el corazón a Juantorena en Montreal, y podría citar infinidad de deportistas.

El deporte en Cuba, como en toda dictadura o fascismo, era considerado una joya para mostrar la superioridad del sistema, siempre basado en el desarrollo físico como metáfora de las carreras matemáticas y desarrollistas; en oposición al desarrollo intelectual y sus análogas carreras de humanidades y propensas a desarrollar el criticismo.

Dicho esto, y dejando claro que el deportista cubano de élite ostentaba ciertos privilegios respecto del resto de la población, imperceptibles fuera de Cuba pero significativos en aquella realidad cotidiana, dentro de su condición amateur por supuesto, también quiero recordar que eso tenía un precio muy alto. Lo sabíamos todos cada vez que veíamos a un deportista ganar una medalla, y al primero que tenía que agradecer y dedicar la presea era a Guarapo, antes que a su esposa, su madre o su hijo, y tenía que darle la medalla si lo esperaba al pie de la escalerilla del avión, culto a la personalidad que hoy sólo vemos en el dictador de Corea, y otras interioridades que conocí en la versión de uno de los mejores boxeadores cubanos de todos los tiempos, caído en el olvido y la desgracia hace ya treinta años. No mencionaré su nombre por razones obvias, pero les aseguro que era la mejor fuente posible.

El deportista cubano que fuese cogido, no con un kilogramo de cocaína como el que acompañaba a Diego Armando Maradona cuando lo atraparon en un departamento del barrio de Caballito en Buenos Aires, sino fumando un porro de la exquisita pero prohibidísima marihuana cubana, proveniente del Escambray y de calidad comparable a la jamaiquina u holandesa de cultivo casero, iba preso sin la menor escala y considerado una escoria peor que los emigrantes del Mariel. No digamos ya si se los cogía consumiendo cocaína y le hacían pasar una vergüenza al dinosaurio comandante, cosa que no pasó en el deporte pero podemos imaginar sus consecuencias recordando lo que les ocurrió a Ochoa y a De la Guardia.

Si a un deportista de alto, bajo y medio nivel cubano se le ocurría declarar que quería ganar dinero con su destreza muscular, ni siquiera debía expresar el deseo de embolsarse para su uso en drogas y vida burguesa lo que ganaba Diego Armando Maradona como futbolista profesional mejor pagado de todos los tiempos hasta entonces (cabe recordar que la conjugación de las palabras "deporte" y "profesional" en Cuba y todo el campo socialista, menos Yugoslavia, era una herejía), sólo expresando que quería vender su sacrificio por unos pocos dólares, era considerado una sensible traición y los deportistas eran separados del deporte de manera inmediata. Claro que a nadie se le ocurría, fuera de sus sueños sonámbulos, mencionar esos deseos, pero los expresaban intentando abandonar Cuba o lográndolo; en ambos casos eran considerados traidores. Si los sorprendían en el intento, se los sumía en el ostracismo total, y si conseguían escabullirse de la vigilancia de los cuerpos de la UJC y del PCC en cada delegación deportiva, eran borrados de todos los registros de éxitos del deporte nacional.

Pero sorprendentemente, en 1986, Prensa Latina le concedió el premio al mejor deportista del mundo del año al futbolista profesional mejor pagado del mundo, o sea que, siendo coherentes, al mayor traidor a los preceptos revolucionarios. Y más aún considerando que provenía de las clases bajas, que debían ser comunistas naturalmente o por ósmosis; no se lo concedió a ninguno de los cubanos que habían ganado todo lo que ganaban sin necesidad de millones de pérfidos dólares imperialistas.

Maradona viajó a Cuba a recibir el premio y, ¡albricias!, quien fue a recibir y agasajar al deportista profesional mejor pagado con dinero de los humildes explotados de América, Asia y África fue don Guarapo, el mismo que consideraba una ignominia cobrar un centavo por dedicarse al deporte.

Un par de años más tarde, Maradona fue sorprendido con un kilogramo de cocaína. ¿Y quién declaró que aun así Diego era el Che Guevara del deporte mundial? Sí, señores, no se equivocan: Guarapo, el mismo que llegó a fusilar a sus dirigidos precisamente por temas relacionados con cocaína, oficialmente porque era una ignominia y extraoficialmente porque lo ubicaban en el centro del tráfico de drogas, como por supuesto a todo aquel que no tenga menos de cinco años le resultaba evidente.

Este es el nivel de coherencia habitual de la dirigencia cubana en todos los terrenos, nada nuevo bajo el Sol.

Sobre Maradona no tengo ninguna crítica ni alabanza, me encanta cómo jugaba al fútbol pero no coincido en absoluto en que ha representado a su clase social, elogio que en el fútbol argentino le sienta mucho mejor a Carlos Tévez. Su resentimiento contra Estados Unidos y Japón, no olvidemos que proviene de la negativa de Japón a recibirlo por su relación con las drogas, y con Estados Unidos, por la misma razón en asuntos de inmigración, y porque en el Mundial de 1994 lo fueron a buscar al finalizar el encuentro con Grecia y dio positivo en uso de efedrina que serviría para esconder otros anabolizantes, cosa con la que estoy en desacuerdo total, ya que la magia de Maradona en todo caso se entorpecía y disminuía con las drogas, imposible potenciar con sustancias semejante genio.

Pero de antiimperialista, nada. ¿Se puede tener conciencia antiimperialista y a la vez ser amigo y aliado de la ultraderechista hampa napolitana? ¿Qué clase de comunista cobra miles de dólares por cada entrevista, se va a trabajar a países árabes con la ausencia de derechos humanos que los caracteriza, se gasta su fortuna en droga, deja a la familia en un momento determinado al borde de la bancarrota para satisfacer sus adicciones?

Este que les habla, que ha sostenido una dura batalla contra adicciones de varios tipos de substancias, no criticaría jamás a Maradona por la enfermedad que comporta su adicción, ni siquiera por su oportunismo para usar esa faceta para ser adorado por adictos que, sin embargo, no cuentan siquiera con un colchón para dormir el bajón. Ni siquiera le criticaría que ensalce a Guarapo, porque, cuando lo trató personalmente, Fidel era un mago envolviendo a personalidades de todo tipo, con preparación, cultura e inteligencia infinitamente superiores a las del astro de la pelota y el pie.

Que en Argentina sea un ídolo precisamente por su caída y posterior recuperación y caída nuevamente, lo entiendo y representa una virtud de los valores colectivos porteños, que han hecho que triunfen el tango, el psicoanálisis y todo lo que sea sensible de presentar en lo impoluto un costado lacerado, una cultura que acoge con afecto al ganador en desgracia; en la percepción colectiva porteña no hay nada peor que la impoluta imagen de Pelé.

Pero que los comandantes que han condenado al ostracismo y la humillación a cualquier ciudadano que desease vivir de las mieles del capitalismo y su dinero, y a la cárcel a los consumidores de nimias cantidades de estupefacientes, declarasen que Maradona era el ejemplo de deportista humilde a seguir, es algo que mueve a la risa, primero, a la tristeza, luego, y más tarde, irremisiblemente a la más aguda indignación.