Reflexiones en los albores de la madre de las batallas

La estrategia de apostar a tener como principal rival electoral a los K sin duda se ha concretado, en gran medida ayudado por el piso alto de la ex Presidente y por la inevitable carencia de boom económico

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Como los torrentes de agua que filtran muros y estructuras, los temas de política internacional van creando goteras y leves fisuras en las estrategias discursivas que algunos de los principales actores políticos argentinos han elegido para la contienda electoral de agosto y la aún más definitoria de octubre. Semanas atrás, en este mismo espacio hacíamos referencia a la prudente decisión del espacio opositor K de barrer con cualquier tipo de referencia al régimen venezolano y sus aliados en Cuba e Irán.

La épica de la gran patria bolivariana, paradójicamente en la tierra de San Martín, que nos acompañó durante la última década queda de esta forma tapada por apelaciones más terrenales y puntuales como el tema del empleo, los precios, las jubilaciones, los planes sociales y la gente sin techo. Un discurso que busca mostrar al espacio K, básicamente concentrado en el Conurbano bonaerense, como un manto protector y de piedad para los más necesitados e incluso para capas medias frente al supuesto ajuste salvaje del gobierno nacional.

Pocas apariciones de la candidata a senadora en la provincia y nada de retórica altisonante. La idea es agregarle unos cuatro a cinco puntos al núcleo de votos duros para llegar a un porcentaje superior al 35% que permita un primer puesto en un escenario fragmentado por tres espacios políticos. Del "vamos por todo" del 2011 a las ondas de amor y paz. Los votantes más ideologizados y fieles consumidores de la retórica agonal y polarizadora que el espacio K acentuó a partir de conflicto con el campo aceptan que es una tregua necesaria para ampliar la base y escapar de la encerrona de un piso alto pero un techo bajo. Así como ya no contar con el encolumnamiento acrítico de amplios sectores del peronismo, empezando por enclaves fundamentales como el bloque de senadores y distritos como Córdoba, Salta, etcétera.

Prima la idea de sacar una diferencia de votos sobre Cambiemos en provincia de Buenos Aires que genere un clima político, social, económico y aun a nivel internacional que lo haga difícil de revertir en octubre. Hecho facilitado por la lenta reactivación que presentó la economía y más todavía en los sectores de consumo masivo en el primer tercio del presente año. Tanto sea por los agudos desequilibrios heredados, así como por decisiones que no ayudaron a crear un clima de confianza económica en la población. Empezando por la excesivamente baja expectativa de una inflación en torno al 17%, luego de los 40 y pico del último tramo K. Con ello, la caída al 22, al 23 que se registrará este año pasa a ser vista paradójicamente como una deuda pendiente y no un logro. Lo mismo para la suspensión de los planes de cuotas que se dio en su momento y más recientemente ciertos brincos del dólar justo antes de las PASO.

Los indicadores que se vienen conociendo de fuentes independientes de áreas como camiones, autos, motos, mercado inmobiliario, turismo, etcétera, parecen mostrar que junio, julio y agosto han tenido y tendrán indicadores vigorosos de mejora. Con más posibilidad de mejorar el clima del bolsillo, el órgano más sensible del ser humano, como nos recordaba Perón, en la disputa electoral de octubre que en las próximas de agosto.

Pero el agua tiende a buscar su camino y sus grietas. La primera, a poco de anunciarse las listas, fue la disfuncional comparación de figuras como Yrigoyen y Perón con algún ex funcionario K. Más recientemente, la agudización de la crisis en Venezuela, con 150 muertos confirmados, miles de heridos y centenares o miles de presos llevó a otro miembro de este espacio a comprar la situación con lo que pasó en el desalojo de una fábrica de alimentos en Buenos Aires.

En términos más generales, intelectuales y periodistas afines al gobierno anterior combinan dos líneas discursivas. Una, "miremos la Argentina, no perdamos tiempo con temas como Venezuela, que no hacen a nuestros bolsillos". Postura paradójica luego de una década de retórica de patria grande sudamericana, solidaridad entre los pueblos y la bandera de los derechos humanos. La otra, más rebuscada, es minimizar lo que pasa en ese país caribeño o afirmar que, llegado el caso, el gobierno argentino es igual o peor en materia represiva.

Finalmente, algunos comentarios sobre el oficialismo, que viene corriendo desde atrás en la contienda por la provincia de Buenos Aires y con una primera minoría relativamente holgada a nivel nacional dada la fragmentación de la oposición y la poca penetración del Frente Renovador fuera del distrito más poblado del país. La estrategia de apostar a tener como principal rival electoral a los K sin duda se ha concretado, en gran medida ayudado por el piso alto de la ex Presidente y por la inevitable carencia de boom económico (con nuestro principal socio comercial y motor de nuestras exportaciones industriales como es Brasil en la mayor recesión de su historia a partir del 2013) y voto cuota. La duda de acá a agosto y a octubre es si no se volverá a repetir la fallida apuesta del gobierno radical en 1987-1988 de darle aire al menemismo como forma de neutralizar al entonces ascendente y victorioso Cafiero.

Un repaso sobre la suerte de los gobiernos argentinos desde 1983 en las elecciones de medio término nos mostraría a los oficialismos ganando en provincia en 1985, 1991 y 2005 y perdiendo en 1997, 2009 y 2013. Las dos primeras victorias estuvieron ligadas a la esperanza de estabilidad económica del Plan Austral y la convertibilidad. Luego de profundas y traumáticas crisis inflacionarias y económicas. La del 2005, un respaldo al crecimiento económico logrado a partir de mediados del 2002 por la dupla Duhalde-Lavagna y que continuó en los años posteriores. Por algo el entonces gobernador de Santa Cruz reafirmaba que Lavagna seguiría en su cargo si ganaba en el 2003. La actual administración no tiene como activo un plan que genere grandes expectativas pos agudo trauma como fueron el austral y la paridad uno a uno del peso y el dólar. Tampoco tres años de expansión económica previa como en el 2005. Pero tampoco carga con un clima de fatiga por ciertas prácticas como ya padecía el menemismo (y este en pleno enfrentamiento con el duhaldismo) y ascendente tasa de desempleo como sucedió en 1997. Tampoco con un clima de polarización de los conflictos a todo o nada con el campo y enfrentando a una oposición unificada como sucedió en el 2009. No posee una atmósfera de crispación social por "vamos por todo", ascenso de inflación, escasez de dólares y controles de capitales como el 2013. En otras palabras, ni muy bien ni muy mal.

Si a esta conclusión hubiera que reflejarla en porcentajes de votos y tendencias, podría ser una primera minoría a nivel nacional, con más diputados y senadores a partir del 10 de diciembre para Cambiemos y una infartante contienda en provincia de Buenos Aires. El gran Nicolás Maquiavelo afirmaba que la clave del éxito de los líderes era la combinación de suerte y virtud. Y por estas pampas se suele decir, desde su paso más que exitoso como presidente de Boca, luego dos veces jefe de Gobierno de la CABA en plena hegemonía K y posteriormente presidente de la nación, que Mauricio Macri es un hombre de suerte. Un activo difícil de medir con los instrumentos de la ciencia política. En un cercano domingo de agosto veremos si es así. La virtud que siempre ayuda a la suerte sería un gobierno que ponga en agosto, y luego con vistas a octubre, en el centro de su estrategia el envío de señales claras y alentadoras a su electorado sin gastar un exceso de energías en gustar o abuenar a los que nunca lo votarán. En un escenario fragmentado, la clave no pasa por ahí.

Por traumas varios ligados a nuestra historia política y cultural, uno podría llegar a creer que el espectro ideológico argentino es un 10% a 15% de izquierda y un 85% a 90% de centro o centroizquierda. Eso no es así ni en nuestro país ni en ninguna parte del mundo. Ya los escritos del fallecido Torcuato Di Tella nos adentraban en la existencia de amplios sectores con ideario de centroderecha y derecha. Sin que ello implique golpismo o fascismo, así como simpatizar con la izquierda no es necesariamente sinónimo de admiración al totalitarismo o la violencia guerrillera en el pasado.