La pobreza desde una mirada de género

Hugo de Hofmann

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Es posible reducir la pobreza y facilitar la igualdad de las personas en género y en su desarrollo personal. Aún perdura la estructura social de siglos pasados donde el Estado supeditaba a las mujeres y los niños a la autoridad paterna y concentraba el respaldo estatal y los ingresos para los consumos de entonces.

La pobreza es el producto de una segmentación predeterminada, cuando, en este milenio, es imprescindible una estructura social y laboral flexible.

Las mujeres se encuentran con problemas sociales y económicos. Deben enfrentarse a: economía informal, nivel de educación reducido, ingresos insuficientes, manutención de hijos, alta fecundidad de las mujeres pobres, maternidad temprana; a lo que se agregan temas personales, la drogadicción, las disoluciones familiares, la baja capacidad de generación de ingreso y la doble carga horaria de la jefa de familia.

Conocer el tema de la pobreza es la clave para intentar reducirla. Si no se consigue, en este mundo de abundancia, es que se ha equivocado en el método. Las acciones en el presente son las que tienen valor en el círculo de pobreza estructural donde no llegan ni las ofertas laborales, ni las oportunidades, ni las posibilidades de cambio.

Ni Una Menos ha generado inmensas manifestaciones de reclamos por la seguridad personal. Hoy las situaciones de pobreza están vinculadas con el poco o nulo ingreso salarial o informal. Al empoderar económicamente a las personas se acortarían las diferencias de ingresos de género y podríamos prevenir muchas situaciones de pobreza.

La acción social estatal debe priorizarse en una asignación básica universal, que consiste en que todos los habitantes, por ser una persona, con independencia de su posición socioeconómica, reciban la asignación universal del mismo monto para sus propios consumos. Es de sencilla y fácil implementación: acreditación bancaria al DNI y pagos por transferencia electrónica al proveedor que pague todos los impuestos.

Esto es, una devolución universal de los impuestos y con el concepto inversión en el capital humano, es un incentivo permanente de capital semilla en las personas.

Las propias personas son autosuficientes para aplicarlas a las necesidades básicas, sin intermediarios, adquiriendo la experiencia económica de sus propias decisiones y dentro de una economía de mercado.

Las personas podrán trabajar, sin perder esa asignación universal, por cualquiera de las formas conocidas de trabajo: formal o informal, lo que redundará en una mayor posibilidad de movilidad laboral, social, un mayor ingreso personal al propio del trabajo y sobre todo para facilitar a las mujeres, los menores y otros segmentos sociales su desarrollo personal.

Una inmediata acción privada para reducir la feminización de la pobreza y de la actividad informal es reconocer un básico para la primera hora de trabajo de 180 pesos (10 dólares) para que se cubran los costos actuales de transporte, comunicación y las cargas o los beneficios sociales de estos trabajadores.

El autor es presidente de la Fundación Milenio Sin Pobreza.