Flanco fiscal: asumir la realidad

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Para enfrentar el déficit fiscal, el Gobierno apuesta a que el gasto no suba por encima de la inflación, es decir, congelarlo en términos reales. Por otro lado, según Nicolás Dujovne, la economía va a crecer el 3,5% anual (no explica por qué) y ese mayor crecimiento generará un incremento de los ingresos fiscales que permitirá ir reduciendo el déficit fiscal a lo largo del tiempo hasta llevarlo al 2,2% del PBI en 2019.

En junio los gastos corrientes (incluyendo los intereses de la deuda pública) aumentaron el 25,4% y en el primer semestre del año los gastos corrientes subieron el 34,1%. Si comparamos ambos números con la inflación del anual junio 2017 versus junio 2016, que fue del 23,4%, es claro que el gasto crece por encima de la tasa de inflación, con lo cual no se verifica el congelamiento del gasto público en valores constantes.

Si tomamos el Estimador Mensual de Actividad Económica del INDEC (EMAE) que anticipa la evolución del PBI, el acumulado hasta abril muestra un crecimiento del 0,4%, muy lejos de la meta de crecimiento del 3,5%.

En síntesis, el déficit fiscal creció el 34% en el primer semestre de 2017, unos 10 puntos porcentuales por encima de la tasa de inflación con lo cual lejos estamos de lograr que se concrete la estrategia del gobierno de bajar gradualmente el déficit fiscal.

El problema fiscal es bastante obvio. El kirchnerismo llevó el gasto público hasta niveles récord al igual que la presión impositiva y encima dejó uno de los déficits fiscales más altos de la serie histórica de los últimos 45 años. Con este nivel de gasto público y presión impositiva es impensable atraer inversiones. ¿Por qué invertir en Argentina si el impuesto a las ganancias para las empresas es del 35% sin ajuste por inflación, mientras que el promedio de Europa es del 20,48%, el promedio de ASIA del 22% y el promedio de los países de la OECD del 24,91%? No somos competitivos impositivamente como para atraer inversiones.

Las formas de financiar el déficit fiscal son: 1) aumentando impuestos, algo intolerable hoy para la sociedad y las empresas en particular, 2) continuar tomando deuda pública externa con el impacto que tiene sobre el tipo de cambio y el gasto cuasifiscal y 3) emitir moneda.

Si se emite más moneda la inflación retomará la senda alcista con la protesta generalizada. Si suben los impuestos terminan de fundir al sector privado. Y si siguen tomando deuda externa, obligan al BCRA a comprarle los dólares al tesoro y emitir pesos contra esos dólares que le compran al tesoro. Como los pesos emitidos luego van al mercado en forma de salarios de empleados públicos, jubilaciones, etc., el BCRA tiene que colocar LEBACs para absorber el excedente de pesos, pagando una tasa de interés que eleva el gasto público generando una peligrosa bicicleta financiera. Es más, tampoco uno puede imaginar que el mundo nos va a financiar cualquier nivel de déficit fiscal.

¿Qué solución queda? Bajar el gasto estatal. Pero si uno propone bajar el gasto público enseguida saltan las típicas voces que acusan de hacer propuestas de ajuste, como si hoy no fuera el sector privado el que sufre el ajuste con casi nula creación de puestos de trabajo, o por lo menos insuficiente para absorber los 250.000 jóvenes que anualmente se incorporan al mercado laboral, los 2 millones de empleados públicos que deberían pasar al sector privado y la legión (millones) de planeros que deberían tener un trabajo formal.

Si por el lado de los ingresos no hay nada más que hacer, salvo terminar de destruir al sector privado, el único camino que queda es bajar el gasto público, transformando los planes sociales en trabajo genuino y achicando una estructura estatal que creció un 25% desde que Cambiemos llegó al gobierno. Hay que reducir la cantidad de ministerios, secretarías y direcciones.

Si a esto le llaman ajuste, entonces esperen a ver lo que puede venir por no hacer los deberes a tiempo.

Siempre me dicen que bajar el gasto es imposible y dan como ejemplo el caso de Ricardo López Murphy, cuando en 2001 quiso bajar el gasto público y duró un suspiro en el cargo. Justamente, por no haber llevado a cabo una reducción del gasto por la supuesta crisis social luego tuvimos el corralito, el corralón, una crisis institucional con cinco presidentes en una semana, pesificación de los depósitos, caída del 15% del PBI y aumento de la pobreza y la desocupación.

De lo anterior no debe desprenderse que estoy diciendo que estemos en las puertas de otro 2001. Ni por casualidad estamos cerca de esa situación. Solo quiero remarcar que el costo social y político de no bajar el gasto público, en el largo plazo, termina siendo mucho más alto del costo social que supuestamente se produciría si ahora se bajara en forma ordenada el gasto del estado.

El Gobierno y la dirigencia política argentina en su conjunto deberían asumir la realidad. El kirchnerismo dejó una bomba neutrónica en el flanco fiscal y, salvo que se pongan todos de acuerdo para desarmarla, el costo será muy alto y el kirchnerismo se habrá salido con las suyas: destrozar a la sociedad para ver si tiene chances de volver al poder recordando los "buenos viejos tiempos de la década ganada".

A eso apostaron cuando se fueron. Está en manos del Gobierno y de la oposición desbaratar la maquiavélica estrategia dejada por el kirchnerismo.