¿Decidirán Cuba o el reggaetón?

Sesenta años han dejado la sensación de que la política es algo en lo que no se participa de ninguna manera que no sea asintiendo las propuestas para ser aprobadas o vociferando contra los enemigos diseñados desde el poder

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A propósito de un artículo en que se expone la posibilidad de que los aparatos de inteligencia cubana estén diseñando con sus clásicos procedimientos conductistas y filosofía voluntarista, los futuros posibles partidos políticos que le disputen en plebiscitos o comicios presidenciales la hegemonía al casi sexagenario poder absoluto del Partido Comunista de Cuba, me asaltó esta reacción más que reflexión.

En la Cuba que se adviene será inevitable en algún momento permitir la incursión de partidos políticos, aunque más por actualización y conveniencia que por presión interna. No la hay, lo cual lejos de ser inocuo para los camajanes del poder hasta les puede granjear aire fresco y nuevos límites a la permanencia de los herederos.

El cubano de a pie está completamente al margen de la política participativa, real transformadora, le es ajena hasta el punto de que ni la desea ni forma parte de sus aspiraciones. Sesenta años han dejado la sensación de que la política es algo en lo que no se participa de ninguna manera que no sea asintiendo las propuestas para ser aprobadas o vociferando contra los enemigos diseñados desde el poder. Y nada más. El resto es paisaje o mucha doble moral y, pasada la hora del paripé, salir a meter el pecho para ganase la vida.

En nuestros años nadie reivindicaba elecciones libres, la gente estaba interesada en mayor participación de los distintos actores sociales en las decisiones, en el plan artístico, cultural, informativo, productivo, etcétera, más ligados al espíritu tibio de Glasnost y Perestroika, y los menos frugales y más conscientes estaban más en la línea de los cambios propuestos por Lech Walesa o Vaclav Havel.

Con muchísimo menos que pedir elecciones libres desaparecías del mapa de tal manera que hasta la familia se contentaba con la versión de que de repente, sin avisar a nadie, ni recoger ropa ni despedirte, habías decidido irte a combatir a Angola y por eso regresaste en un cajón. Pero con nuestras tímidas reivindicaciones de la vida cotidiana a través de medios de expresión de descontento más que eficaces en la transformación de algo, las pequeñas rebeldías que nos podíamos permitir según el grado de conciencia, inconsciencia o valor, si nos hubiesen dado el panorama actual cubano, lo hubiéramos aprovechado infinitamente más que la población actual, hubiéramos leído los programas, nos hubiéramos enterado en las tertulias de poesía, de pintura, de qué es cada asociación y qué propone, quiénes son sus representantes. Aunque fuese entre ron y semi conciertos de rock, o de la novísima trova o de salsa, hubiéramos preguntado de qué elementos se nutrían unos y otros. Pero hoy que en la inmensa mayoría de la población terminó fraguando el hipotálamo colectivo que se estaba cimentando, sencillamente les interesa un pepino.

Por un lado es hasta positivo, no aguantaban más adoctrinamiento y la ausencia total de esperanzas e ilusión como combustible para echar a andar toda maquinaria social es una respuesta rotunda, de tan sincronizada casi parece meditada y acordada con el subconsciente colectivo con alto grado de irreverencia abúlica, aunque no enfrentamiento al poder. Hace poco, en un debate sobre el Che, les decía a los amigos y no tanto que discutían conmigo que acaso la mayor de las venganzas que esté esgrimiendo la nueva generación de jóvenes en Cuba, o sea, aquel tan prefabricado deseado y cacareado "hombre nuevo", sea que les importa nada de nada cualquier cosa acerca del Che, Camilo, Mella, Guarapo, sus abuelas y todas sus parentelas.

Se les pone un altavoz a todo volumen que emane esos ensamblajes cubistas, ruidosos más que sonoros, que con una impertinencia hasta respetable se sirvieron de un género genuino y precioso como el reggae para apadrinarse con un sucedáneo a sí mismo y asaltar el resto de materia gris que quedaba con un sub metagénero del peor de los gustos, y se les pone una pipa de un ron al lado de los cuales el alcoelite o la gualfarina que tomábamos en otros años de emergencia sería un elixir para sibaritas, y son felices.

Les da igual si se queda con Cuba Alejandro Tres Pelos, Tony y sus vacilones, Mariela Omelette o Batman y Robin disfrazados por el revolucionario Lagerfeld.