Macron y Macri suenan similar, pero son muy diferentes

Heriberto Deibe

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Todo político argentino serio, que tenga capacidad de pensar por sí mismo, debería prestar atención a los conceptos expresados por el joven presidente de Francia en el Palacio de Versalles, ante los 900 miembros del Parlamento convocados para recibir su mensaje.

Emmanuel Macron no habló de economía, ni presentó datos de la coyuntura, ni se refirió a las reformas laborales, ni mencionó el déficit fiscal, ni cualquier otro tema puntual por importante que fuese, ya que habló como un filósofo político o, si se prefiere, como un estadista con vocación filosófica. Platón, en La República, decía que esos eran los únicos políticos que debían gobernar.

Entró en un análisis sobre el estado emocional del pueblo francés, describiéndolo como de profunda desilusión respecto de todos los gobiernos, de un malestar difundido en la sociedad ante la impotencia para cambiar el destino de Francia que se percibe como de decadencia, y dijo que su triunfo generó un cambio de mentalidad por la esperanza ante algo nuevo surgiendo en el horizonte, y que él debía ser apoyado para que ese cambio tuviese éxito.

Macron en su discurso expresó que Francia estaba lista para recibir y transmitir al mundo un nuevo mensaje de humanismo del siglo XXI, como en siglos anteriores con la Revolución francesa había lanzado el mensaje de libertad, igualdad y fraternidad. Ese mensaje había tenido su curso histórico y ahora era el momento de una renovación, pero adecuada a la problemática del siglo XXI.

No entró en detalles del contenido de ese humanismo que sería el eje central de su gestión de gobierno, su norte inspirador, pero dijo que esperaba que formara parte de una renovación profunda de la Unión Europea, desechando las versiones reaccionarias tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, que para Macron son manifestaciones de la impotencia de una clase dirigente para reformarse a sí misma ante un escenario mundial de gran complejidad, de múltiples facetas, de tremendo poder de cambio, que siembra temor, ansiedad, inseguridad, en lo profundo de las sociedades. Cabe a un Estado lúcido tomar conciencia y descubrir caminos para contener, en un marco de civilización, prosperidad y solidaridad, esos miedos que son terreno para el surgimiento de movimientos que levantan las banderas del nacionalismo y de la igualdad social, pero terminan siempre arrasando con todas las libertades, al mismo tiempo que destruyen los cimientos básicos de la prosperidad económica.

El presidente de Francia, que tendrá una amplísima mayoría parlamentaria, les anunció a los miembros de ambas Cámaras que ha decidido reducir en un tercio su número, por lo que, en lugar de 900, habría 600 parlamentarios. El mensaje obviamente no fue recibido con alegría, lo que demuestra que Macron no tiene nada de demagogo, ni de político parlanchín, ni es políticamente correcto en este tema, ya que sabría que los nuevos congresistas no lo recibirían bien, a pesar de haber sido elegidos para representar a la República en Marcha, que es el lema partidario del presidente francés.

Este le reclamó al Congreso que cese la inflación de leyes que sanciona cada año, muchas de las cuales son intrascendentes o incluso negativas, para centrar su tarea en controlar si las leyes vigentes son cumplidas a cabalidad por los miembros del Ejecutivo, ya que para Macron el Congreso está no sólo para aprobar o rechazar leyes, sino también y de un modo especial para controlar al Ejecutivo en la aplicación de las normas legales vigentes.

En momentos en que arrecian las críticas a la Unión Europea por sus fracasos, su burocracia, su mentalidad puramente tecnocrática, su carencia de sentir popular, viviendo en un mundo cerrado y hablando una jerga sólo apta para iniciados, Macron afirma que la integración europea es el faro, el norte, la estrella fulgurante, la única capaz de mantener la paz del continente, de lograr la prosperidad y de constituirse en una fuerza mundial de primer orden, que es a lo que aspiraban sus grandes líderes cuando forjaron el mercado común que hoy se conoce como Unión Europea. Una afirmación de gran audacia estratégica que no implica que no señale fallas serias que deben superarse para inaugurar una nueva etapa en el gran proyecto europeo.

Macron quiere dejar de insistir en la austeridad fiscal y trabajar más en la eficiencia del Estado, en su renovación estructural, en dotarlo de flexibilidad en la era de la economía digital y de la cuarta revolución industrial, enfatizando que hay que aumentar las inversiones en infraestructura y llegar a la emisión de un bono de deuda soberana que cubra las 27 naciones, algo que por el momento es rechazado por Alemania pero recibido con entusiasmo por muchos otros países comunitarios. Macron también es partidario de una Europa militarmente fuerte, con capacidad de defensa propia que no dependa de los Estados Unidos para lograr ese objetivo. Una Europa en condiciones de ser uno de los grandes centros del poder mundial junto a dicho país, China y Rusia, en un mundo ya no más unipolar sino multipolar.

Macri se escribe muy parecido a Macron, pero dista un mundo de tener su rango intelectual, su formación histórica, que lo acerca a Charles De Gaulle, su sentido de autoridad del Estado, su visión, su capacidad filosófica de englobar en una gran síntesis los anhelos y las esperanzas de millones de personas, que necesitan de un rumbo definido en un mundo de intensa convulsión. Macri, desde su discurso inaugural, ha desechado al líder considerando que es algo del pasado y que en el presente sólo sirve el trabajo de equipo, sin percibir que es justamente el liderazgo el que hace posible el espíritu cooperativo, porque sin él todos terminan siendo solistas y no hay nadie que los armonice en una concepción creadora. No hay trabajo en equipo sin liderazgo político, que es el que imprime el norte de toda gestión, si no, se cae en el desorden generalizado. Macri debería aprender, y rápido, del presidente francés, no para copiarlo, sino para inspirarse.

El autor es secretario de Políticas Sociales de la Fundación Consensus. Ex legislador municipal 2011-2015.