La economía macrista en su laberinto

Marcelo Ramal

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El Gobierno ha salido a minimizar la escalada del dólar, incluso por boca del propio Presidente. La atribuye a "razones electorales", las mismas que esgrimió para explicar los crecientes conflictos sociales. Como en este caso, echarle la culpa a octubre es una forma de ocultar los enormes desequilibrios del programa económico oficial.

El Gobierno ha dejado correr una devaluación del orden del 10% en un par de semanas. Por un lado, para conjugar el creciente déficit de balanza comercial, especialmente con Brasil. Por el otro, para licuar un déficit fiscal que se contabiliza en pesos pero que el Gobierno paga con deuda contraída en dólares. Sin embargo, la devaluación envuelve al Gobierno en contradicciones más graves. Por ejemplo, la que surge de la dolarización de las tarifas de combustibles, que ha conducido a otro naftazo y podría llevar a un reajuste en el precio del gas. Como consecuencia de lo anterior, la corrida del dólar ha desbancado las previsiones inflacionarias, que no bajarán del 25%-28% en 2017. Por otra parte, la devaluación aumenta el peso de la deuda en dólares sobre el conjunto de la economía nacional.

Pero esta devaluación debe ser vista en un cuadro más amplio. La venta de dólares para atesoramiento, remisión de utilidades o regalías llegó a unos 25 mil millones bajo la gestión macrista. Estos dólares han sido aportados por deuda externa, que creció en unos 80 mil millones en el último año y medio. En consecuencia, el endeudamiento ha financiado la fuga de capitales, un escenario conocido en las vísperas de las grandes crisis financieras del país. La desconfianza en el rumbo oficial está presente entre uno de sus grandes favorecidos, los exportadores agropecuarios, que retienen la cosecha.

En estas condiciones, el Gobierno no puede asegurar en qué terminaría una "libre" flotación del dólar. Por eso, saldrá a frenarla con la receta conocida: vender dólares y elevar el interés que pagan las Lebacs. Pero este planteo "antiinflacionario" no sólo agravará las tendencias recesivas. Comportará una nueva vuelta de tuerca sobre la deuda remunerada que carga el Banco Central y que ya supera al 30% de la base monetaria. En las últimas semanas, ha sido notoria la fuga de plazos fijos a los bancos en busca de las Lebacs, y de estas al dólar. Una saturación del empapelamiento en Lebacs podría terminar combinando una corrida cambiaria con otra bancaria.

Como se ve, el escenario es más complicado que el de la mera "incertidumbre electoral". Los economistas favorables al Gobierno, y otros que revistan entre los supuestos opositores, ponen la lupa en el déficit fiscal. Lo que no dicen es que ese déficit creciente se relaciona con la batería de incentivos y exenciones a grandes grupos capitalistas —agroexportadoras, mineras, gasíferas— y al crecimiento de la deuda pública. El ajuste que propugnan, por el contrario, apunta a los trabajadores, a los jubilados y al conjunto de los gastos sociales.

La combinación de este déficit provocado por los incentivos al capital con una deuda explosiva traza un hilo conductor entre la economía K y la economía M. Las dos tributaron al mito del desendeudamiento, según el cual Argentina podía continuar contrayendo deuda sin mayores sobresaltos. Macristas y kirchneristas ocultaron, en verdad, que el gobierno anterior dejó unos 250 mil millones de deuda pública, computando no sólo la deuda en dólares con privados sino también la hipoteca acumulada con el Banco Central, la Administración Nacional de la Seguridad Social o el Banco Nación, esquilmados para convertir buena parte de la deuda externa en deuda "intraestado". El peso de esta deuda está en la base de la crisis económica actual, que no tiene respuestas monetarias o cambiarias, sino que exige de una reorganización social integral, a costa de los intereses capitalistas que se han beneficiado con la quiebra nacional.

El autor es legislador porteño por el Frente de Izquierda y los Trabajadores, economista y docente de la UBA y de la Universidad Nacional de Quilmes.