Mis 8 años en Twitter: feliz aniversario, cariño

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La Revolución Verde iraní permitió descubrir el potencial de las redes sociales
La Revolución Verde iraní permitió descubrir el potencial de las redes sociales

Hoy tempranito Twitter me avisó que cumplimos ocho años juntos: una enormidad.

Me acuerdo muy bien del momento en que me asomé a la red, con titubeos de novata y pánico de papelón (ahí dejo mi primer tuit, para que se entienda). Para ese momento, al muro de los lamentos de Facebook ya lo tenía algo masticado, pero era un espacio más controlado y doméstico. Twitter era más cool y a la vez un lugar de riesgo. Eran los días de la llamada Revolución Verde en Irán, con manifestaciones populares y brutal represión luego de unas elecciones cuestionadas por supuesto fraude en contra del candidato Mir Hosein Musavi, que hoy se encuentra bajo arresto domiciliario. La "revolución" llevaba el color de identidad de su candidato. Los diarios sólo podían especular, las noticias no llegaban y no había manera de tener claridad sobre el tema, la censura y la autocensura reinaban. Entonces, un grupo importante de jóvenes iraníes descubrieron que a través de Twitter podían informarle al mundo lo que estaba pasando en su país. Entonces, podría decirse, muchos periodistas y curiosos advertimos que Twitter podía ser una ventana por donde espiar lo que el poder no quiere que se sepa.

Cada vez más personas nos enteramos de las noticias por las redes sociales y esto que ahora es una obviedad, en aquel momento era puro experimento. Desde ese espacio pionero en donde algunos levantaban la mano para decir "aquí estoy" (a veces con nombre y apellido, muchas otras veces desde el anonimato o el fake) hasta el presente, la red social comenzó a poblarse hasta llegar a los 315 millones de usuarios que declara tener en la actualidad. Muchos entraron y salieron espantados, lo vemos con solo husmear en algunas cuentas que quedan congeladas en el tiempo. Sabemos que no todos participan de la misma manera, hay usuarios más tímidos o inseguros que sólo leen a los demás y están los que viven y respiran en la red, dando cuenta de cada detalle de lo que les pasa día a día. Y ojo que no cuestiono cierta necesidad de compartir cosas buenas: finalmente, la tentación de mostrar vinitos, mascotas y comidas nos ataca a todos, antes o después, como una especie de impulso inevitable.

Necesitamos a Twitter pero Twitter nos quita tiempo, nos quita mucho tiempo. Agota estar ahí y es una adicción de la que es difícil salir, sobre todo para los que padecemos de curiosidad insaciable y para los periodistas, curiosos profesionales que buscamos capitalizar esa necesidad de estar en todo en un oficio.

Durante los años en los que dejé de estar en una redacción, Twitter me ofreció discusión y debate y la posibilidad de opinar sobre las noticias, de analizar a coro una realidad muchas veces insoportable. También me regaló un lugar en donde reírme a carcajadas, enterarme de libros, películas o series que de otro modo hubieran pasado inadvertidos y también nuevas formas de consumos culturales, como por ejemplo "ver" los almuerzos y cenas de Mirtha o los actos políticos por Twitter, mucho más entretenido que ver efectivamente las emisiones.

Los que paseamos varias veces al día por ahí pudimos ver a políticos hablando en idiomas inverosímiles (el obvñzfhnhxds de Binner será insuperable), a presidentas (hoy, ex) lanzando llamaradas de fuego en horario de cierre, a figuras públicas pifiando los dedos y mandando en público discursos o propuestas privadas y a apresurados que en lugar de pensar lo que dicen, se mandan y después borran sus desatinos aún sabiendo que siempre queda registro de todo. Vimos odios feroces, insultos de una grosería incalculable y amores que incluso terminaron en matrimonio. De tantos años de estar en este club, ya sabemos distinguir a los que no tienen abuelita de los que buscan cariño y atención, a los que mienten narrando anécdotas que nunca sucedieron para mostrarse más interesantes de lo que son y a aquellos que, como en la vida real, ponen solitos la cabeza en la guillotina (virtual).

Durante todos estos años en la red tuve momentos de furia, de hastío pero también de emoción y satisfacciones enormes. Hice amigos y amigas hermosos, descubrí que gente que pensaba inteligente no era ni inteligente ni ingeniosa y en cambio otras personas que me parecían algo elementales resultaron increíblemente interesantes. También, como todos, lamenté varias muertes de compañeros de ruta tuitera (es rara esa situación de velorio virtual, esa cuenta que queda vacía de un momento a otro; ese extraño modo de circulación de rumores y condolencias en las redes) y conocí a personas de otros países que nunca hubiera podido conocer si no fuera por este espacio.

Cada vez que pienso que debo desaparecer de Twitter, algo me devuelve la simpatía por los 140 caracteres, que muchas veces pueden ser más que chicanas, insultos o pavadas perdidas. En 2015 -hace poquito se cumplieron justo dos años-, cuando creía que solo perdía el tiempo demorando mis obligaciones (lo que ahora llaman procastinar), un día a la hora de la siesta y mientras trataba de concentrarme para encarar uno de los capítulos de mi libro, una conversación dolorida e indignada entre colegas a propósito de la ola de femicidios terminó dando forma a lo que fue la mayor manifestación transversal de la sociedad civil en las plazas del Ni una Menos. ¿Tiempo perdido o fuerza social ganada?

Una imagen del 3 de junio de 2015, en la primera concentración de Ni una Menos.
Una imagen del 3 de junio de 2015, en la primera concentración de Ni una Menos.

A lo largo de estos años, y a partir de los espasmos tuiteros, también aprendí a defenderme con argumentos y a ejercer la censura, siempre sobre la base de mi bienestar. Tengo bloqueados a unos cuantos energúmenos (entre ellos a varios que se consideran intelectuales y recurren al insulto y al agravio cuando uno dice lo que ellos piensan que no hay que decir y, al revés, cuando uno no dice lo que ellos piensan que hay que decir) y me resulta liberador anunciarles el bloqueo y tuitear algo a modo de despedida antes de eliminarlos para siempre de mi timeline. Pero hay algo aún más terapéutico, casi encantador: descubrí hace relativamente poco el placer de silenciar a los agresivos, intensos, plomazos o insoportablemente cancheros. Lo disfruto, eh. Elijo el momento justo, siempre en medio de una suerte de conversación que intentan mantener conmigo, clickeo el mute y los dejo hablando solos. Recomiendo esta práctica fervorosamente.

Hoy tempranito Twitter me avisó que cumplimos 8 años juntos. Feliz aniversario, cariño. No puedo evitar la contradicción: no sé si desearnos "y por muchos, muchos más".

Espero que me comprendas.