En mi larga vida política, tuve siempre una relación franca y respetuosa con la dirigencia comunista. Fui amigo de Rodney Arismendi y de José Luis Massera, figuras de enorme talento con las que era un gusto discutir y discrepar, porque nunca caían en agravios personales ni en bajezas políticas. Eran marxistas dogmáticos y todo lo observaban desde el prisma de esa concepción ideológica, que los dejó hundidos en el desconcierto cuando la perestroika cambió los fundamentos del sistema. Recuerdo que, cuando visitó Uruguay, Shevardnadze, por entonces canciller de la Unión Soviética, en una cena que le ofrecí en la residencia de Suárez, en la que además de varios líderes blancos y colorados, estaban invitados el general Seregni y Rodney Arismendi. Este no podía dar crédito a sus oídos cuando el estadista, aún soviético, discurría con razonamientos propios de la más rotunda economía de mercado.
Han pasado los años y la vieja Rusia ha renacido para instaurar una economía liberal y un sistema político autoritario pero no socialista. Todo el resto del mundo comunista, europeo y asiático, se ha caído. Las solitarias excepciones son Cuba y la excéntrica Corea del Norte, porque hoy China preserva del viejo comunismo el sistema de partido único pero su economía es más liberal que con el régimen más neoliberal del mundo burgués.
¿Después de la caída del Muro, alguien puede proclamarse comunista, pensar que la lucha de clase es el motor de la historia y que sólo por el camino de la abolición de la propiedad privada podrá llegarse a ese sueño que alguna vez acuñaron? ¿Es posible que gente inteligente ignore un fracaso histórico tan rotundo como el del comunismo, tanto en lo económico como en lo social y político?
Cuesta creerlo pero, sin embargo, nuestro Partido Comunista sigue al pie de esas ideas y, aunque sigue apoyando al Frente Amplio, mantiene viva su vieja idea: estamos ante la "crisis orgánica del capitalismo" y "una contraofensiva del imperialismo para uniformar el ajuste global", en virtud de lo cual "más que nunca es necesaria la superación revolucionaria del capitalismo". Esos son algunos de los conceptos estampados en la resolución general del XXXI Congreso del PCU del pasado 4 de junio.
Por supuesto, la proclama incluyó el consabido apoyo a Cuba y a la Revolución bolivariana. Sobre el caso venezolano, Eduardo Lorier dijo: "Nos quieren hacer creer que Estados Unidos no está detrás de la mayor reserva de petróleo del mundo y de América Latina. No nos chupamos el dedo, compañeros y compañeras…". ¿En qué se basa para tamaña afirmación? Pues en nada. E ignora lo fundamental: ¿Es el imperialismo el que le mandó a Hugo Chávez a cerrar los medios de comunicación democráticos, como Radio Caracas, por ejemplo? ¿Es el imperialismo el que centralizó el comercio exterior y el manejo de divisas, llevando el país a una crisis de desabastecimiento sin parangón en el mundo occidental? ¿Es el imperialismo el que lo llevó a postergar sine die las elecciones de gobernadores estaduales y frustrar el referéndum revocatorio previsto en la Constitución bolivariana?
Todo esto podría no tener relevancia política si no fuera porque el Partido Comunista sigue teniendo un enorme peso en la organización sindical del país, cuya influencia es notoria en la sociedad y determinante en un gobierno al que prácticamente ha subordinado.
El hecho es que esa concepción convive con un gobierno que no solamente no ha cambiado la matriz productiva del país, como se reconoce, sino que, al revés, ha concentrado más la riqueza e incluso ha extranjerizado la tierra como nunca (lo que para nosotros no es un problema especial, pero sí para quienes están todo el tiempo fustigándolo). El ministro Danilo Astori, por otra parte, defiende el equilibrio fiscal con los mismos razonamientos que se hacían para condenar al vilipendiado Consenso de Washington.
Esta convivencia de tendencias tan disímiles le ha dado al Frente Amplio una enorme facilidad estratégica del punto de vista electoral, porque ofrece todo, desde la revolución bolchevique hasta el conservadorismo fiscal, desde el anarquismo hasta la democracia cristiana. Desde el punto de vista del gobierno, sin embargo, nos encontramos con un clima constante de contradicción que hace que una economía de mercado sea amenazada por quienes no creen en ella, quienes apenas se resignan a soportarla durante un tiempo en tanto se preparan para la llegada del comunismo.
La verdad es que al velorio del capitalismo nos han invitado varias veces en el último medio siglo y el muerto nunca apareció. Al revés, se fue fortaleciendo como sistema, al punto de que la mayor potencia aún nominalmente marxista se ha adherido a él. Por otra parte, si se mira en perspectiva, se observa que ningún régimen mató más gente y condenó a más a la pobreza que el marxismo en sus variantes diversas; así como, a la inversa, la economía de mercado ha sacado de la pobreza a miles de millones de personas. Lo malo de todo esto es que, como vivimos en un sistema de mercado, pero actores principales no creen en él, los conceptos esenciales de productividad no avanzan en nuestra economía, mientras formamos ciudadanos en un sistema educativo que se dedica a criticar al mundo occidental y no a integrarlos para triunfar en el que vivimos.