Seis días que cambiaron el Medio Oriente y 50 años en busca de la paz

Este mes de junio se recuerda cómo, hace 50 años, un ejército joven e inferior en número, el israelí, se enfrentaba a una coalición de países árabes liderada por la República Árabe Unida

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Todas las guerras importan. La dramática pérdida de vidas humanas sacrificadas en conflicto es siempre un fracaso para la humanidad. Todas las guerras cuentan. Pero muchas guerras terminan, se exponen los fríos números tras los que se ocultan los dramas de familias y sueños rotos, se restañan las heridas y de algún modo el orden y la convivencia se van abriendo paso. Los días de muchos de estos conflictos van cayendo en el olvido y la gente vuelve a trazar planes para su futuro, sin echar mucho la vista atrás. Son las guerras que se olvidan y acaban arrojadas al baúl de la insignificancia cuando de escribir la historia más reciente se trata. Pero hay guerras que marcan a varias generaciones. Guerras como la demás, llenas de pérdidas humanas, de sacrificios y conquistas, de épicas y derrotas, pero que al acabar adquieren un significado que trasciende más allá de sus episodios bélicos y sus protagonistas. Son las guerras que lo cambian todo.

Este es el caso de la Guerra de los Seis Días. Este mes de junio se recuerda cómo, hace 50 años, un ejército joven e inferior en número, el israelí, se enfrentaba a una coalición de países árabes liderada por la República Árabe Unida (así se denominaba entonces Egipto), a la que se unieron Jordania, Siria, Irak y el Líbano, ávidos por acabar con Israel, en aquel momento un Estado creado hacía sólo 19 años y que desde su fundación tuvo que lidiar con amenazas existenciales de sus países vecinos.

La Guerra de los Seis Días, que comenzó el 5 de junio de 1967 y se desarrolló como un relámpago, terminó en victoria para Israel, a pesar de la inferioridad en tropas, aviones y tanques, lo que sirvió para alimentar la confianza de los israelíes y sus gobernantes en un proyecto vital para los judíos: el establecimiento de un Estado en el mismo lugar donde se hunden sus raíces por más de tres mil años de historia y después de varios milenios de persecuciones e intentos de exterminio. Desde el mismo momento en el que la ONU propuso, en 1947, la creación de un Estado judío junto a otro árabe en lo que había sido hasta ese momento el mandato británico de Palestina, el mundo árabe se opuso con vehemencia a la existencia de Israel. Este país se convirtió, desde entonces y durante años, en el chivo expiatorio de los líderes árabes deseosos de encontrar un enemigo común para alimentar su proyecto nacionalista panarabista. El final de la guerra supuso el principio del fin del panarabismo, que con el tiempo ha ido dejando paso en algunos países de la región a una suerte de nacionalismo sectario religioso islámico aún más peligroso.

Para Israel, fue la confirmación de que los judíos habían reencontrado su lugar en el mundo. Y para todos, la Guerra de los Seis Días cambió para siempre el Medio Oriente.

Cincuenta años después, quedan heridas por cerrar. Por mucho que algunos se empeñen, la historia avanza. La prueba es el acuerdo de paz entre Israel y el principal contendiente de la coalición árabe contra el que tuvo que hacer frente en aquellos seis días. Ocurrió en 1977 y supuso la devolución de la península del Sinaí, precisamente el epicentro de la guerra de 1967. Este avance hacia la paz es muy significativo, sobre todo si se tiene en cuenta que fue precisamente Egipto, entonces dirigido por Abdel Nasser, el que llevó la situación hasta el límite cuando expulsó en los días previos a la guerra a la fuerza de pacificación de la ONU en el Sinaí; y fue Egipto el que acumuló hasta cien mil hombres en la frontera con Israel y entregó armas a los palestinos de Gaza; que fue Egipto el que bloqueó la salida al mar Rojo de Israel.

En definitiva, una táctica de acecho que no dejó a Israel otra opción que lanzar un ataque preventivo para evitar su destrucción. Pero diez años después, ambos países pudieron firmar un tratado de paz, aunque no fuera bien recibido por otros líderes árabes. De hecho, Anwar al-Sadat, el presidente egipcio que promovió el acuerdo, fue asesinado en 1981 por la Yihad Islámica. Pero aun así, fue y es un avance para la región, como también lo fue el tratado de paz entre Israel y Jordania, el otro gran contendiente de la Guerra de los Seis Días. Ocurrió en 1994 y se enmarca en los esfuerzos israelíes por alcanzar la paz con los palestinos.

Ya han pasado 50 años desde aquellos seis días y muchos dirán que la paz con los palestinos es imposible, que será un conflicto eterno. Pero si fue posible construir la paz con Egipto y Jordania, por qué no con los palestinos. Es un camino difícil, pero hace falta voluntad y valentía. Eso sí, es fundamental que los palestinos eliminen de la ecuación la violencia y el terrorismo, elementos que impiden reconstruir la confianza. Tras 50 años, la paz todavía es posible.