Comprometidos con Venezuela

Venezuela no era un país perfecto, pero paradójicamente los obreros tenían muchos más beneficios espirituales y materiales que los del paraíso proletario impuesto en Cuba

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Cada uno y todos aquellos que en un momento determinado abandonaron su tierra natal por motivos políticos tienen una eterna deuda de gratitud con los países que los acogieron, con el pueblo donde empezó a andar libre del control de un Estado omnipresente.

Agravia escuchar a una persona expresarse mal del país que en su momento de correr le sirvió de meta. Cierto que las cosas no siempre marchan bien, que en las rutas se encuentran buenos, malos y feos como en aquel inolvidable oeste, pero al final de cuentas se vive en libertad, y con un poco de esfuerzo y buen viento de popa, es posible arribar al lugar de elección o simplemente permanecer en el que socorrió cuando se estaba en fuga.

La Venezuela democrática fue la primera casa en libertad de muchos cubanos, en consecuencia, para una persona de honor, el compromiso con los demócratas de ese país es permanente.

Problemas y dificultades hubo. No todo fue miel sobre hojuelas, pero allí disfrutamos muchos por primera vez de una verdadera independencia personal y pudimos optar por construir un futuro sustentado en nuestras habilidades y nuestros deseos.

Con el trabajo llegó el progreso material y cada día el conocimiento más amplio de lo que son los derechos ciudadanos. No se corrían riesgos al expresar las opiniones. Cierto que no eran del agrado de todos, pero tampoco nos gustaba escuchar expresiones a favor de la dictadura. Se aprendió a tolerar, debatir y aceptar las diferencias. Venezuela nos hizo ciudadanos, conocimos de deberes y derechos que se deben cumplir y respetar.

En Venezuela publiqué mi primer artículo. En Cuba había escrito decenas en una vieja Remington, pero sólo los leíamos entre amigos. Mi bautismo en letra impresa me lo hizo El Carabobeño, no conocía a nadie en ese diario, enviaba y publicaban.

Nunca preguntaron quién era el columnista ni dijeron si estaban o no de acuerdo con sus colaboraciones, aquello fue un ejercicio de independencia ciudadana no disfrutado en Cuba, libertad que también experimentaban los defensores del castrismo. Después colaboré en otros medios venezolanos. Recuerdo, entre varios, el diario El Mundo, su director Héctor Collins y el gran amigo Manuel Malaver, que publicaba semanalmente mis columnas.

Venezuela no era un país perfecto, pero paradójicamente los obreros tenían muchos más beneficios espirituales y materiales que los del paraíso proletario impuesto en Cuba. Tenía una estructura sanitaria y educativa que cumplía muchos de sus objetivos y los que no satisfacía era más por la corrupción de algunos funcionarios que por falta de previsión del sistemas.

Había problemas. Injusticias sociales, abusos de autoridad y poder, corrupción, y no faltaban políticos inescrupulosos, lacras que perjudican a cualquier país y que están presentes en alguna medida en todos los rincones del planeta, pero la calidad de vida, en cualquier aspecto, era superior a la establecida por el castrismo.

Se vivía en libertad, en contradicción constante y con líderes y propuestas públicas que se adversaban sin llegar a caerse a tiros, aunque no hay reglas sin excepción.

Mi primera experiencia política fue en Valencia, una noche de octubre de 1981. En un acto público un dirigente de la antigua guerrilla pro castrista despotricaba contra el sistema, en particular contra el partido Acción Democrática. A pocas cuadras, un líder "adeco" condenaba la violencia y proponía sumar fuerzas para construir una sociedad más justa. En Cuba sólo se podía hablar en voz alta en contra del régimen cuando se estaba tras las rejas.

Valencia acogió a muchos cubanos, por eso tiene un sitio especial en la gran valija de los recuerdos. Allí se erigió en un parque municipal un monumento a José Martí. El comité que lo construyó fue presidido por monseñor Eduardo Boza Masvidal, al que se sumó el Círculo Cubano Venezolano que latía en el corazón de Jesús Jaramillo, un cubano ejemplar.

Aquella labor unió a cubanos y venezolanos demócratas. Meses más tarde se fundieron nuevamente cuando un grupo de partidarios del castrismo intentó celebrar un 26 de julio en el parque de Martí en el que ellos no habían puesto una sola piedra. No pudieron hacerlo. Los venezolanos y los cubanos libres, encabezados por Jaramillo, un hombre excepcional, no lo permitieron.

Por eso el compromiso con Venezuela está sin cerrar. Nunca se podrán pagar las enseñanzas recibidas por muchos esfuerzos que se hagan.