Brasil: desorden y retroceso

Marcelo Bermolén

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Corría el 26 de octubre de 2014 y en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales más reñidas de la historia democrática del Brasil, el binomio integrado por Dilma Rousseff (PT) y Michel Temer (PMDB) se imponía por escaso margen (menos del tres por ciento) al integrado por Aécio Neves y Aloysio Nunes (PSDB).

Acusaciones mutuas de corrupción, intemperancia y deslealtad habían precedido el virulento final de campaña, casi como un sino de la hecatombe política y económica que luego asolaría al Brasil.

Algo más de dos años después, aquellos cuatro integrantes de esas dos fórmulas presidenciales son un muestrario de las semblanzas del poder, en un país devastado por la corrupción, los negociados de la política, el fracaso de la economía (la mayor recesión que se recuerde en años) y el regreso a la pobreza de miles de brasileños. Un sistema institucional quebrado y al borde del abismo, que sólo es sostenido desde la incolumidad del Poder Judicial, el único que muestra credibilidad y solvencia en su quehacer y mantiene el respeto de la ciudadanía.

Dilma Rousseff, la heredera de Lula Da Silva y del Partido de los Trabajadores, terminó destituida en mayo de 2016 a consecuencia de un impeachment (juicio político) en el que el Senado, con más de dos tercios de sus miembros, la encontró culpable de crímenes de responsabilidad, basado en que violó normas fiscales maquillando el déficit presupuestal de su gobierno. No hubo en ese escándalo una condena formal por corrupción, pero recientemente una confesión de un ex ejecutivo de Odebrecht a la que accedieron los fiscales afirma que la ex Presidente conocía el origen espurio de los fondos utilizados en su campaña, lo que dio argumentos al Tribunal Superior Electoral, que el próximo 6 de junio debe decidir si condena a Dilma a la pérdida de sus derechos políticos por ocho años, lo que en la práctica sería su partida de defunción pública.

Aécio Neves, el rival presidencial vencido en 2014, se convirtió en socio político en el poder de Michel Temer tras la caída de Rousseff. Había pronosticado pocos meses después de la asunción de Dilma que esta tendría dificultades para terminar su mandato. Acusado durante aquella campaña de nepotismo por emplear a familiares suyos cuando era gobernador en Minas Gerais, acaba de ser apartado de su cargo como senador por orden del Supremo Tribunal Federal, allanados su casa y su despacho en el Congreso, y detenido junto con su hermana, luego de ser grabado pidiendo sobornos a la empresa frigorífica JBS por dos millones de reales. A lo que se suma la difusión por la cadena O'Globo de imágenes bochornosas que muestran a emisarios de Temer y al primo de Neves recibiendo valijas repletas de reales.

Aloysio Nunes Ferreira, candidato a la Vicepresidencia, compañero de fórmula de Neves y también integrante del Partido de la Social Democracia Brasileña, fue designado por Temer, en marzo pasado, a cargo del Palacio de Itamaraty, en reemplazo del renunciante ministro de Relaciones Exteriores José Serra, quien saliera del poder alcanzado por el escándalo de la Operación Lava Jato. Aloysio asumió su cargo de canciller aún en medio de acusaciones de solicitar recursos y recibir sobornos de hasta 500 mil dólares por parte de Odebrecht en un hotel en San Pablo, en el año 2010, investigación avalada ahora por el Supremo Tribunal Federal. Un tercio del gabinete presidencial se encuentra señalado por las imputaciones de la Procuraduría General, entre ellos los principales responsables del gobierno, como el jefe de gabinete y el secretario general de la Presidencia. Por eso no asombra la continua sangría de ministros que renuncian a sus cargos, como lo han hecho en las últimas horas el ministro de Cultura, el de Defensa y el de Ciudades, aludiendo a "los últimos acontecimientos", "la inestabilidad política" y "los hechos que envuelven directamente a la Presidencia de la República".

El camaleónico Michel Temer ha resultado ser un digno representante de las tradiciones del Partido del Movimiento Democrático Brasileño. Siendo el partido político más grande del Brasil, exhibe el raro privilegio de haber formado parte de todas las coaliciones gubernamentales desde hace décadas y de que casi sin postular candidatos a la Presidencia consiguió que tres de sus miembros (José Sarney, Itamar Franco y el mismo Temer) accedieran a la primera magistratura por la salida o la muerte del presidente de turno. Quizás por eso, Dilma Rousseff lo acusó de haber complotado en su contra y ser "el jefe de los conspiradores" de su destitución, utilizando el brazo ejecutor del ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, quien aceptó el pedido de impeachment a Rousseff estando él mismo acusado de cobrar al menos cinco millones de dólares en sobornos por contratos de Petrobras.

El actual presidente del Brasil, de 76 años de edad, abogado de profesión e hijo de inmigrantes libaneses que llegaron al país del futuro, comenzó su meteórica carrera pública como ex procurador del Estado de San Pablo, para luego ingresar como legislador a la Cámara de Diputados, de la que fue elegido presidente varias veces. Ha sabido ganarse, por parte de amigos y enemigos, el mote de político hábil, frío, calculador, cerebral e imperturbable. Pese a asumir la Presidencia en medio de acusaciones e investigaciones de corrupción, supo sostenerse hasta ahora en virtud de la inmunidad que le otorga su cargo, y postergar las pesquisas en su contra sobre posibles delitos cometidos en el pasado.

Pero Temer, el presidente más impopular de los últimos tiempos, acaba de ser sorprendido con la divulgación de audios que lo tienen como protagonista avalando sobornos en el ejercicio de su función y autorizando pagos para silenciar a Eduardo Cunha, "el entregador de Dilma", quien fuera condenado a quince años de prisión. Esa conversación de marzo pasado con uno de los dueños del megafrigorífico JBS, devenido en un nuevo arrepentido de la Justicia brasileña, ha provocado la inmediata apertura de una investigación en su contra por orden del Tribunal Supremo. Pero también ha sido presentado un pedido de impeachment para ser tratado en la Cámara de Diputados, en cuyo recinto y a gritos se clamaba: "Fuera Temer".

De recorrer la misma trama que terminó con el mandato de Dilma, se enfrentará la paradoja de que, en caso de ser suspendido, no podrían reemplazarlo interinamente ni el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, ni el de la Cámara de Senadores, Eunicio Oliveira, al encontrarse ambos investigados por corrupción del caso Lava Jato. Asumiría provisionalmente los destinos del país, en tal contexto, la presidente del Tribunal Supremo Federal, Cármen Lúcia, a quien acusan de reunirse en secreto con empresarios a fin de iniciar la convocatoria a elecciones indirectas para que el Congreso elija al Presidente que completará el período hasta fines de diciembre de 2018.

La Constitución de Brasil sólo prevé el llamado a elecciones populares para el caso de que la renuncia del presidente y del vicepresidente suceda durante la primera mitad del mandato, lo que ya aconteció. Por esa razón, un grupo de parlamentarios impulsa una enmienda constitucional y alienta a que en las manifestaciones populares que empiezan a extenderse por todo Brasil reclamando la salida de Temer se incluya la consigna: "Directas ya". Si la situación se volviera incontrolable, el Tribunal Superior Electoral podría encontrar algún vericueto legal para anular la designación de Michel Temer como presidente de Brasil y buscar una salida más urgente.

El país del "ordem e progreso" se encuentra en desorden institucional, repliegue económico y afrontando el mayor desafío de su historia, que es la reconstrucción de la credibilidad de su clase política y empresarial. En medio del creciente descontento social, los medios de comunicación juegan un papel decisivo al exponer imágenes obscenas de riqueza y difundir audios escandalosos, provistos por una Justicia poco inocente, que alimentan la reacción de las masas y confirman que en el Brasil actual, pese a todo lo sucedido, se siguen pagando coimas, utilizando dineros non sanctos y pactando negocios espurios en la cima del poder.

Debilitado por la pérdida de sus aliados estratégicos, la fragilidad social, el vaciamiento de su gabinete y la impopularidad, Michel Temer resiste los embates del final apenas a un año de su asunción. Su "no renunciaré" recuerda al "jamás renunciaré" de Dilma, lo que demuestra que cuando un político cae en desgracia y en soledad, no puede impedir que la trama secreta de oscuras intereses, miedos y traiciones lo termine arrastrando fuera del Olimpo del poder. Muchos creen que la única razón de Temer por aferrarse al cargo es que con ello sostiene la posibilidad de destruir pruebas, presionar testimonios, intimidar víctimas y hasta obstruir las investigaciones que lo tienen como destinatario.

El quinto país más extenso del mundo y el más importante del Cono Sur atraviesa un momento histórico en el que debate su futuro desde la imperiosa necesidad de una recreación institucional. Todo parece indicar que lo hará sin aquellos cuatro protagonistas del ballotage presidencial de 2014, y que el Brasil del futuro asomará sin Dilma, sin Aécio, sin Aloysio y sin Temer.

El autor es director del Observatorio de Calidad Institucional de la Escuela de Gobierno de la Universidad Austral.