Los padres y el desafío del grupo de WhatsApp escolar

Eugenia Arias

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Quien tenga hijos en edad escolar habrá experimentado un fenómeno curioso: la pertenencia a grupos de WhatsApp escolares se ha convertido en requisito obligatorio para el acompañamiento adecuado de los hijos. Tanto la escuela como la familia se encuentran atravesadas por este nuevo fenómeno que permite compartir información sobre tareas, organizar cumpleaños, coordinar traslados, difundir reuniones escolares y sociales y, por qué no, también para buscar solidaridad en tiempos de penurias e inconformidades.

Este último rasgo ha convertido al WhatsApp escolar en un potencial enemigo de la labor docente y la gestión directiva. Con progresiva frecuencia, los directivos se ven obligados a desmentir rumores y aportar tranquilidades excesivas ante el flujo y reflujo de versiones que florecen y se desparraman con la misma velocidad con que habrán de desvanecerse, sólo para ser reemplazadas por nuevas versiones.

Los tiempos de asimilación, gestión y resolución de conflictos son a menudo parsimoniosos en la escuela y es imposible que rivalicen con los ritmos de la inmediatez que posibilita el WhatsApp. Este nuevo fenómeno de comunicación entre padres revela la existencia de cierta verborragia incontinente, que nos lleva a desparramar información sin demasiado criterio o a buscar complicidad fácil ante las naturales frustraciones que conlleva la vida escolar de nuestros hijos. Ante este nuevo fenómeno la escuela tiene dificultades en gestionar la comunicación con las familias.

Las escuelas van ensayando distintas alternativas para convivir con este fenómeno, que raras veces logran contener, ya que por debajo subyace la profunda crisis de la alianza escuela-famillia. Las estrategias para su abordaje son amplias y dispares, puede observarse escuelas que recomiendan y otras que hasta prohíben su uso, pasando por aquellas escuelas que han establecido conjuntamente con toda la comunidad educativa (padres, docentes, directivos) una especie de decálogo o manual de buen uso del WhatsApp escolar.

Sería ingenuo demonizar a la tecnología, si bien es cierto que en este caso aporta una fuerza expansiva insospechada. La raíz de esta fuerza expansiva reside en la existencia de conflictos, frustraciones y demandas insatisfechas que, por ser mal asimilados o canalizados, encuentran ocasión para ser compartidos en red con el simple movimiento de un pulgar. El WhatsApp escolar exhibe casi como ningún otro fenómeno la profunda crisis de la alianza escuela-familia: la desaparición de la época donde la escuela disponía y la familia acataba sin cuestinamiento.

En la actualidad la relación escuela-familia está atravesada por el conflicto y enmarcada en una especie de relación clientelar, con expectativas, reclamos, demandas y exigencias de la familia en aumento constante, lo que genera un contexto que facilita la aparición de situaciones violentas. Hoy vemos que los límites y las fronteras entre escuela y familia se encuentran confusos; la autoridad adulta de padres y docentes, desdibujada; hay grandes cambios en la composición de las familias y nuevos estilos parentales de crianza que van desde el padre ausente hasta los hiperpadres o "padres helicópteros": aquellos que van sobrevolando la vida de los hijos quitándoles los obstáculos del camino.

En esta época de cambios tan abruptos en la sociedad, donde la irrupción de las TIC modificó las formas de comunicarnos pero sobre todo cambió la forma de relacionarnos: ¿cómo se logra articular una nueva relación entre la escuela y la familia? Es un interrogante que plantea un gran desafío profesional para docentes y directivos. Poseer la habilidad de salirse de esta lógica clientelar, estableciendo ciertos límites claros con las familias, no es tarea sencilla, pues implica enfrentar conflictos, sabiendo que tal vez la escuela, el directivo o el docente salgan perjudicados. No es sencillo de lograr, pero como educadores es el camino que debemos transitar para que los chicos tengan la oportunidad de aprender en un contexto saludable.

 

La autora es coordinadora del Programa Relación Escuela-Familia de la Escuela de Educación, Universidad Austral.