Una pequeña gran guerra

El mayor defecto del olvido es que a veces incluye la memoria.

Jorge Luis Borges

Malvinas es una causa nacional, expresada con claridad meridiana en la Constitución Nacional. Son incuestionablemente argentinas desde el punto de vista histórico, geográfico y jurídico. La forma de recuperarlas no es la violencia, sino el diálogo serio, maduro y respetuoso, pero realista, entre nuestro país y el Reino Unido. El intento de recuperar Malvinas el 2 de abril de 1982 constituyó el más notable error de apreciación política, diplomática y militar por parte de un inepto gobierno cívico-militar. Se atribuye al almirante Jorge Anaya el haber sido quien concibió la absurda aventura, para ello contó con la aquiescencia del general Leopoldo Galtieri, del brigadier Basilio Lami Dozo y del canciller Nicanor Costa Méndez; secundados por un séquito de obsecuentes, con las excepciones del caso. Buscaban galvanizar a los argentinos en torno a un sentimiento nacional y perpetuar así una desprestigiada dictadura que se desempeñaba inexorablemente. En síntesis, una causa justa en manos bastardas.

Se tenía la capacidad de recuperar las islas, defendidas por un pequeño destacamento de Infantes de Marina dotados con armas livianas, pero se carecía del poder de mantenerlas ante la previsible pero no prevista reacción británica. La recuperación se basó en dos supuestos. El primero, que la Rubia Albión no reaccionaría, aceptaría el hecho consumado y negociaría sobre la soberanía; el segundo, que los Estados Unidos apoyarían a la Argentina o adoptarían una posición neutral. Creer en estos supuestos era desconocer la historia de ambos países y de las guerras del siglo XX. Fuimos a una guerra absurda y jamás pensada; enfrentamos a la entonces tercera potencia mundial apoyada por la primera. Desde el golpe de Estado cívico-militar de 1955, y la recurrente usurpación del poder en 1962, 1966 y 1976, la desprofesionalización de las Fuerzas Armadas, particularmente en el Ejército, para cumplir con su misión específica era evidente, como consecuencia de haber priorizado una lucha ideológica eufemísticamente llamada guerra revolucionaria. Al respecto, John F. C. Fuller expresó: "Las llamadas guerras ideológicas son disparates, no solamente porque las ideas son impermeables a los proyectiles sino porque, invariablemente, cuanto más santa es la causa, más demoníaco es el fin".

En Malvinas, condición determinante —además de las expresadas— fue combatir en un terreno insular sin contar con el control del mar y la superioridad aérea. No hay antecedentes en los conflictos contemporáneos de un éxito en un escenario de ese tipo. La flota de superficie se automarginó de la guerra, sin intentar disputar el control del mar al enemigo. Las acciones de nuestra Fuerza Aérea y de la Aviación Naval fueron heroicas, pero no pudieron lograr la superioridad, tampoco incidir sobre el desembarco británico en San Carlos (21 de mayo), ni sobre el posterior desplazamiento terrestre hacia Puerto Argentino y el aniquilamiento de una débil defensa perimetral: sin profundidad, sobreextendida, carente de una mínima movilidad, sin reservas ni contraataques planificados y anárquicamente conducida por los mandos superiores en las islas.

Malvinas es una clásica batalla de cerco perfecto: marítimo, aéreo y terrestre. Un viejo axioma dice: "Plaza sitiada, sin posibilidad de recibir refuerzos mediante una conexión o romper el cerco, plaza tomada". Ejemplos: en la Segunda Guerra Mundial, fue Stalingrado (Rusia, 1943), y Dien Bien Phu (Indochina, 1954). Ejemplo de una conexión desde fuera del cerco, en la Segunda Guerra Mundial, se dio en Bastogne (Bélgica, 1945), cuando el Tercer Ejército estadounidense, comandado por el general George Patton, rompió el cerco alemán y liberó a las fuerzas aliadas.

No puedo obviar mencionar que la Inteligencia Estratégica Militar, en el Ejército, brilló por su ausencia. Llegamos a las islas sin conocer la doctrina, la organización y el armamento del adversario. También fue determinante en el combate la falta del adiestramiento conjunto entre nuestras Fuerzas Armadas, que es parte y todo del éxito en la batalla.

El 14 de junio la derrota nos dolía, las noticias del continente nos entristecían, el recuerdo de nuestros familiares nos alentaba a no olvidar lo vivido, a trabajar y a hacer cuanto estuviera a nuestro alcance para constituir unas Fuerzas Armadas respetadas y queridas por sus ciudadanos, y bregar por la paz.

En el Ejército, los generales Leopoldo Galtieri, Cristino Nicolaides, Juan Carlos Trimarco y Reynaldo Bignone, secundados por un séquito de obsecuentes portagalones, no asumieron su responsabilidad ante la derrota e iniciaron un proceso de desmalvinización y olvido que continuó durante los primeros años de la recuperación de la democracia y en forma oscilante hasta nuestros días. Pretendieron atribuir la derrota no a la incapacidad manifiesta de los mandos superiores, no a las imprevisiones, no a la falta de abastecimientos, ni a nuestra inferioridad aérea, ni a la ausencia de la flota de superficie, sino a las valientes tropas y a los jefes tácticos (con las excepciones que existen en todas las guerras).

El conocido Informe Rattenbach y dignos generales británicos reconocieron la profesionalidad y el compartimiento de muchas unidades. Aquí una pequeña muestra de ese universo.

Informe Rattenbach

"Es importante señalar que hubo unidades que fueron conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado. Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur, la Aviación Naval, los medios aéreos de las tres Fuerzas destacados en las islas, el Comando Aéreo de Transporte, la Artillería de Ejército (Grupos de Artillería 3 y 4) y de la Infantería de Marina; la Artillería Antiaérea de las tres Fuerzas Armadas, correcta y eficazmente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5, el Escuadrón de Caballería Blindada 10, las Compañías de Comandos 601, 602 y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de sus mandos".

The Sunday Times Insight Team

"El Viernes 11 de junio… la noche helada y el fuego de la artillería argentina empezaban a producir cierta frustración. Un pelotón de Guardias Galeses tuvo que replegarse entre intensos disparos de la artillería pesada (cañones de 155 mm) y el Batallón 42 inglés sufrió las primeras bajas, desde el avance, al verse alcanzado por proyectiles argentinos".

General Anthony Wilson (comandante de la Brigada 5 de Infantería)

"No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron eran soldados tenaces y competentes, y muchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres".

General Julian Thompson (comandante de la Brigada 3 de Comandos)

"Nos encontramos con 300 prisioneros, incluidos el jefe del Regimiento de Infantería 4 y varios oficiales. Esto muestra las mentiras de las informaciones de la prensa según las cuales los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptos para que fueran masacrados o se rindieran como ovejas (….) Oficiales y suboficiales se batieron duramente".

General Jeremy Moore (comandante de las Fuerzas Terrestres británicas)

"En algunos sectores y fases del combate tropezamos con tropas bien armadas y aguerridas que ofrecieron dura resistencia. (…) Aprecié oficiales y suboficiales argentinos buenos, muy profesionales y valientes".

Al general Moore lo conocí en Londres en 1996; lo considero un excelente líder, un adversario valiente y un digno caballero, que respetó y valoró al vencido mucho más que la mayoría de los generales de la dictadura.

La historia universal es pródiga en calurosas acogidas de tropas derrotadas; en nuestro caso el recibimiento fue ignoto, apenas formal, distante, rígido, ingrato y humillante. Soldados con valor probado y aprobado en combate regresaban de un conflicto en el que ambos adversarios respetaron los usos y las leyes de la guerra (el derecho internacional humanitario). Artífices de ello fueron Nicolaides, Bignone y el general Edgardo Calvi, olvidando sin duda aquella sentencia de Napoleón: "Hay algo más intolerante aún que los reveces de la fortuna. ¿Sabéis qué es? Es la bajeza, la repugnante ingratitud del hombre".

En Malvinas, argentinos y británicos cumplimos con el precepto sanmartiniano: "La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes".

Toda guerra es una desgracia para cualquiera de los adversarios. ¿Quién podrá remplazar la vida de los soldados caídos para siempre y compensar el dolor de sus seres queridos? Un militar cumple mejor su misión cuando gana la paz que cuando hace y gana la guerra. La guerra es un renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad.

Hoy, a 35 años del conflicto, todos los muertos de Malvinas, argentinos y británicos, siguen viviendo no sólo en la turba isleña y en el mar austral, sino también donde la verdadera humanidad mantiene su alto valor.