Un manchón trágico

Norma Morandini

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El 24 de marzo siempre será lo que es: la mancha trágica de nuestra historia contemporánea, la que nos devuelve nuestro peor rostro, la que llenó de tristeza y sufrimiento a miles de hogares argentinos, la que amordazó la libertad, nos encerró sobre nosotros mismos y nos humilló como país y destruyó lo que sostiene la vida pública, la confianza. El día más largo de nuestra historia que no termina de pasar, ya que proyecta sus residuos autoritarios sobre la democracia y contamina con intolerancia la vida compartida.

Como legisladora me opuse a que el 24 de marzo fuera un rojo en el calendario para evitar la confusión de equipararlo a otros días festivos. Feriado es fiesta. No tiene otro significado.

En un país de muertos insepultos, con desaparecidos a los que nadie vio morir, lo que refuerza la eficacia de un plan perverso que ocultó los cadáveres para negar el crimen, fuimos incapaces de instaurar la verdad histórica. Al punto que se sigue negando lo que la Justicia condenó y se piden certezas para una matanza que fue oculta, clandestina, mentirosa. Incapaces, también, de humanizar la tragedia para reconocer el sufrimiento y entender que las víctimas son víctimas y el dolor no se mide con la vara de la ideología. Nadie lo dijo mejor que Jorge Luis Borges, quien, tras asistir a una audiencia del Juicio a las Juntas, escribió: "No era un comunista, no era un peronista: era un hombre que sufría".

¿Qué hubiera sucedido si el 24 de marzo, a la misma hora, hubiéramos sido obligados al silencio y los medios de comunicación, ya de gestión pública o privada, interrumpieran su programación para que la cadena nacional cumpliera con su función de servicio público y nos recordara el día que perdimos la democracia porque los generales remplazaron a los gobernantes elegidos en las urnas? Sin golpes bajos, sin adoctrinamiento ni utilización partidaria. Un momento de recogimiento compartido para ir construyendo una liturgia de la memoria y un antídoto democrático. Esos gestos que a fuerza de repetirse se trasmiten de generación a generación y conservan la emoción primigenia. El verdadero sentido de las conmemoraciones históricas, el "servicio público" escondido en la etimología griega de la palabra liturgia.

Tal vez ya es tarde. A 41 año de aquel 24 de marzo, con generaciones nacidas y educadas en libertad, una rareza histórica para un país que estuvo más de medio siglo dominado por los golpes autoritarios, perturba constatar la escasa conciencia en torno a la legalidad democrática y la concepción antidemocrática de muchos dirigentes que invocan los derechos que otorga la Constitución pero con sus acciones políticas ponen a prueba lo que da fundamentos a esos derechos, la democracia.

Si el "nunca más" fue el mayor consenso al que llegó la sociedad argentina, no parece que compartamos la misma idea democrática, reducida, para algunos, a las elecciones, o despreciada como una concepción "liberal" por aquellos que la denuestan desde las mismas bancas a las que llegaron por el sistema que desprecian.

Como yo misma tengo mi liturgia personal y a estas alturas carezco de originalidad, vuelvo a repetir como un mantra cívico lo que escribí un año atrás: "El 24 de marzo debe recordarse, conmemorarse, pero jamás celebrarse. El rojo del calendario no podrá reemplazar nunca el duelo de nuestros corazones, mientras recordemos a los que no están. Una forma de honrarlos es que finalmente reconciliemos lo que fue violado: la convivencia democrática".

 

@NormaMorandini

 

La autora es periodista y escritora de reconocida trayectoria. Fue diputada nacional (2005-2009) y senadora por la provincia de Córdoba (2009-2015). Es directora del Observatorio de Derechos Humanos del H. Senado de la Nación.