Las mentiras oficiales de Tabaré Vázquez

El Gobierno uruguayo recurre a cifras engañosas y a mentiras para sostener su prédica. Hasta el propio Tabaré Vázquez manejó números francamente equivocados en materia de seguridad pública. La propaganda es un mal camino para un oficialismo que tiene que convencer y dar el ejemplo

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El presidente Tabaré Vázquez utilizó el Consejo de Ministros desarrollado en San Luis para dar su versión sobre "la realidad", que termina siendo "su realidad", dado que allí se manejaron datos y estadísticas que nada tienen que ver con los hechos.

Confirmando que esas puestas en escena no son ámbitos para la buena administración sino para la política partidaria y la propaganda descarada —usando indignamente incluso a los estudiantes liceales—, el Presidente contestó al titular de la Suprema Corte de Justicia, quien había manifestado su preocupación por la inseguridad. Intentó quitar entidad a la estafa del Fonasa, que ya lleva 13 procesados; dijo que está a favor de las comisiones investigadoras, pese a que el Frente Amplio las bloquea y acusó de estar mal informados a quienes critican al Gobierno.

En su tono aparentemente apacible y suave, el Presidente oculta una personalidad autoritaria, soberbia e intolerante, porque no de otra forma pueden interpretarse sus respuestas.

Para fundamentar que la seguridad ha mejorado, el Presidente incurrió otra vez en el engaño de afirmar que es la primera vez que el delito baja desde 1985. Eso no es así, como lo confirman las estadísticas oficiales del propio Ministerio de Interior, lo que el señor Eduardo Bonomi sabe perfectamente. Pero el Frente Amplio optó por repetir una mentira cien veces, camino en el que lamentablemente incurre el señor Presidente.

En segundo término y como correlato de esa manipulación, el Presidente afirmó que el delito viene bajando actualmente. El ministro Bonomi ofreció cifras de los dos primeros meses del año, como si eso fuera una comprobación. Buena parte de los uruguayos desconfiamos de esas cifras oficiales, ya adulteradas en su tiempo por el mismísimo ministro, cuando ordenó, por ejemplo, que algunos tipos de rapiñas se contabilizaran como hurtos para hacer bajar el número de los asaltos violentos ante la opinión pública. Nada asegura que estas cifras que maneja ahora Bonomi —y le hace repetir al Presidente— sean verídicas, en un país en el que sólo el 5% de los delitos queda aclarado. Hasta que las estadísticas no sean revisadas por una instancia independiente es imposible confiar en esa propaganda.

Lo mismo puede decirse de las otras afirmaciones del Presidente: no es creíble su promesa de que defiende a las comisiones investigadoras mientras el Frente Amplio se opone a ellas; ni es confiable su intención de desviar la atención sobre la estafa de Fonasa —cuando en sí misma es escandalosa y se registra en un sector público donde ya hubo un director procesado—, mientras el Gobierno se ahoga en las repercusiones judiciales de las maniobras en Ancap. Ni que hablar de los negocios con Venezuela, el zafarrancho de Pluna o la incipiente investigación sobre la regasificadora. Si algo no debería hacer el señor Presidente, para no correr el riesgo de hacer el ridículo, es tratar de quitarles entidad a las denuncias sobre la corrupción gubernamental.

Mientras tanto, cualquier televidente puede comprobar que los informativos de estos días se han visto inundados por la presencia de voceros gubernamentales, como obedeciendo a una deliberada acción oficial para defender sus posturas.

Todo gobierno tiene derecho a explicar sus acciones, pero de allí a recurrir al engaño y a la mentira, hay un enorme paso. Hace pocos días, los ministros Bonomi y Ernesto Murro insistieron en varios medios que había una maniobra para imponer un manto de silencio en torno al Cambio Nelson, pero los canales les demostraron lo contrario. Confirmaron que el tema había tenido el máximo de cobertura. Los ministros cometieron un papelón, que es lo que les pasa a las personas que mienten.

El Presidente, que debería defender el prestigio de las instituciones dando un ejemplo de probidad, incurre lamentablemente en estas caídas politiqueras que nada bien le hacen a su investidura ni al país.