El gabinete de Cambiemos y la capacidad

Reconocer los errores no es sólo un mérito moral, es también necesario para una buena gestión. Quien lidera una organización, al reconocer los errores, habilita a toda la organización automáticamente a corregir el rumbo. Al no hacerlo, la condena a negar la realidad y a seguir buscando la raíz del fracaso en donde no está. Con la conducción de un país sucede lo mismo.

Cuando el Gobierno reconoce los errores, siento que hace las cosas bien, que busca entonces solucionar los problemas reales y no se enfrasca en batallas discursivas contra la realidad: ese fue el método de la década perdida. Yo quiero que siga actuando de esta forma, yo quiero que siga reconociendo los errores, porque es lo mejor para el país, es lo mejor para todos los argentinos. La realidad está ahí, negarla es un ejercicio de torpeza que ya nos ha llevado antes a situaciones en las que no queremos volver a estar.

Desde la oposición se ha puesto en duda la capacidad del Gobierno y en esto algo de razón tienen. La acumulación casi constante de errores no puede dejar de llamar la atención y la sensatez nos obliga a preguntarnos si realmente quienes nos gobiernan hoy tienen la capacidad para hacerlo. Queda claro que Mauricio Macri debe terminar su mandato, jamás se me ocurriría ni a mí ni a nadie de la oposición decir que, habiendo demostrado su ineptitud, debe dejar la presidencia. Eso sería absurdo.

En el frente interno hubo también algunas actitudes bastante desleales. Mientras el kirchnerismo apoyaba hasta el absurdo los desaciertos de su líder absoluta, en Cambiemos hay una urgente necesidad de desacreditar al Gobierno, como si los que hablan fueran parte de la oposición. Es como si les pesara ser gobierno, como si no pudieran tolerar estar del lado de los que tienen el poder. Yo no pretendo una obediencia incondicional, eso no es república, pero sí espero algo más de apoyo de los propios: Cambiemos tiene que entender que si transitan por el lodazal, algo de barro les ensuciará las ropas.

Si un cliente al frente de una gran empresa me preguntara qué debe hacer con aquellos que cometen errores, yo le diría lo siguiente. Con quienes están en la base de la organización, se debe tolerar los errores, sobre todo porque hay gente que está aprendiendo. Además, en la base los errores no tienen un gran impacto, son sólo cuestiones operativas de fácil resolución. En los niveles medios, los errores se pueden tolerar siempre y cuando sean de bajo impacto. Para llevar esto a una secretaría del Poder Ejecutivo, podríamos decir que si alguien redacta mal una resolución operativa, eso podría ser tolerable. Si, en cambio, define mal las prioridades de su gestión, debe ser despedido. La cosa se pone más difícil con la cúspide de la pirámide: aquí no hay margen para las torpezas. Las personas que están allí no están para aprender, de hecho, llegaron allí porque ya han aprendido todo lo necesario. Cualquier error en este caso debe pagarse con el cargo.

Mientras el PRO reconoce más mérito en la cercanía que en la pericia, esto ha hecho que las filas del Gobierno se llenen de muchos que no tienen la capacidad para el lugar que ocupan. El Gobierno ha insistido en rodearse de gente cuyo mayor mérito es ser parte del círculo y así no ha quedado lugar para la capacidad. El área de seguridad es un ejemplo de esto, tanto en la nación como en la Ciudad la impericia se pone de manifiesto en cada paso que se da desde estos ministerios. En el mejor de los casos podemos decir que, en lo que es la seguridad, no se ha hecho nada.

Hemos visto errores en los primeros meses de gobierno; esos podemos tolerarlos, porque al comienzo a todos nos cuesta encontrar los controles. Un año después, los errores ya merecen una renuncia. Mi recomendación al Presidente es que todo aquel ministro que comete equivocaciones relevantes debe ser alejado del cargo. Cuando eso suceda, en lugar de buscar personas en las cuales confía por su cercanía al PRO, debería buscar personas capaces. No podemos tener un gabinete de inoperantes sólo porque con personas de confianza del Presidente. Eso significa que habrá que abrirse a persona que no vengan del riñón del PRO.

Llegó el momento de que el Estado esté compuesto no por aquellos que tienen una enorme aspiración a la seguridad económica y la estabilidad, sino por quienes tienen la capacidad de hacer las cosas. Es un cambio cultural, pero tiene que empezar por la cúspide. Si el Presidente no busca a los más capaces sino a los más cercanos, es imposible cambiar la cultura del Estado. En definitiva, Mauricio Macri hace lo mismo que el kirchnerismo: mientras aquellos premiaban a los militantes, en el PRO se premia a los que permanecieron. La idea en el fondo sigue siendo la misma.

Así como muchas veces he criticado al oficialismo por aplicar criterios empresarios de manera equivocada al manejo del Estado, hoy digo todo lo contrario. Sería bueno que cuando se trata de reconocer y corregir errores se imite el criterio empresario, donde la primera corrección es remover al que cometió el error. Llegó la hora de que en el Gobierno comiencen a rodar las cabezas, de esa forma el Presidente se asegurará que los menos aptos vayan saliendo del gabinete.