Los retos del siglo XXI

Las personalidades excepcionales de las últimas generaciones orientan sus cualidades a la consecución de propósitos personales sin, o con mínima, preocupación por el bienestar de su comunidad

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Todo parece indicar que la globalización del conocimiento y las actividades ha estimulado la multiplicación de un hombre inteligente pero de convicciones flexibles, una especie de coloide de tolerancia tan extrema que en algún momento puede perder su propia identidad e ignorar conscientemente lo que decía representar. No obstante, en el mundo moderno quedan reductos que para algunos pueden parecer anacrónicos porque consisten en la defensa numantina de conceptos y valores que un pragmático calificaría de arcaicos y completamente desenfocados.

Estos reductos no disfrutan de simpatías porque son una especie de alienados en una sociedad de extrema laxitud y permisividad, además, porque entre esas islas del pasado no faltan personalidades patológicas que amparan su maldad con las causas que dicen defender.

Es evidente que el mundo actual es infinitamente más complejo que el que cada día que transcurre convierte en pasado y que en ese pasado, al parecer, quedaron no sólo las utopías sino los promotores que muchos de sus seguidores consideraban como héroes.

La historia está repleta de individuos excepcionales que, aunque no siempre el bienestar de la sociedad fuera su propósito, sí eran capaces de enfrentarlo todo sin considerar las consecuencias, mientras convencían a sus partidarios de que se estaban sacrificando por el bien común.

Los héroes de antaño, ya fuese por su capacidad de interpretar la realidad o por su aptitud para vender quimeras junto a la no menos importante cualidad de seducir o aniquilar a los inconformes, han marcado la historia con pasos tan firmes que muchos acontecimientos importantes están sintetizados en un nombre, en una figura que nadie puede soslayar.

Sin duda los héroes no siempre fueron justos, pero las más de las veces estaban asistidos por convicciones que les permitían incursionar en los predios de la muerte. La inteligencia y la lucidez, junto a la capacidad de riesgo, eran el sostén de su propósito, porque el héroe poseía tal vocación de sacrificio, disciplina y fe en sus metas que la trasmitía a sus seguidores.

Estas reflexiones las motivan la inquietud de que los valores que se heredaron de los paradigmas sobre los que se sostiene nuestra vida cívica estén en bancarrota, porque se aprecia que las personalidades excepcionales de las últimas generaciones orientan sus cualidades a la consecución de propósitos personales sin, o con mínima, preocupación por el bienestar de su comunidad, mientras con su gestión, sin proponérselo, están cimentando cambios de valores y principios sustancialmente opuestos a los que han sostenido hasta el presente a la sociedad.

La indiferencia y a veces hasta la repulsa ante el sacrificio de otros tal vez sea más común en el presente que en ningún otro período anterior de la historia. La última generación que fue capaz de correr riesgos por una voluntad de cambio sobre expectativas idealistas en una dimensión mundial fue la que directa o indirectamente participó en lo que sintetizó Mayo de 1968.

Aquellos jóvenes, en una conjunción de anhelos y propósitos y como obedeciendo un mandato telúrico que convocaba al cambio, exigieron reformas, requirieron respeto a su individualidad y el disfrute sin restricciones de sus derechos; se arriesgaron al enfrentar a las autoridades por la meta que se habían propuesto.

Paradójicamente, donde apenas se expresó la juventud fue en los predios del totalitarismo. En consecuencia, es válido preguntarse: ¿el desarrollo económico, un nivel de vida más alto tendrán los mismos resultados de domesticación del hombre que el logrado por los totalitarismos?

También es posible que, si en la actualidad no se aprecia motivación por la utopías, se deba a que las generaciones que precedieron a la actual padecieron de un iluminismo mesiánico tan destructivo —los campos de exterminio nazi, los gulags soviéticos, la revolución cultural de Mao, los campos de trabajo del Khmer Rouge, y los pueblos cautivos y balseros del castrismo sirven de advertencia a la juventud de que aunque las ideas puedan ser buenas, sus artífices consiguen ser nefastos, tanto para los que los siguen como para los que los rechazan.

Aunque también debe preocuparnos que la ausencia de héroes reales, sin embargo (hoy más que nunca están en las pantallas, en las pistas de espectáculos, en los estadios, lo que demuestra la necesidad de héroes aunque sean virtuales), y de utopías redentoras no sean causantes de que un civilismo de pragmatismo ramplón haya permeado nuestra existencia a instancias tan cruciales que se esté generando un hombre nuevo que tiene como único objetivo la satisfacción exclusiva de sus propósitos y la cancelación total de sus compromisos con la tribu.