Empoderar a los hermanos, estrategia clave para la inclusión familiar

Mariángeles Castro Sánchez

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Sabemos que la fratría es una experiencia fundamental del desarrollo personal. También somos conscientes de que durante la infancia y la adolescencia se consolidan vínculos poderosos y definitivos que dejan hondas huellas en nuestras subjetividades. En este marco, tener un hermano con discapacidad se presenta no pocas veces al observador externo como una amenaza desafiante de la integridad personal. Sin embargo, la evidencia indica y cabe resaltarlo en ocasión de la celebración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, que esta circunstancia entraña un aprendizaje vital, que enriquece y plenifica, aunque configura a todas luces un arduo reto.

Es claro que las relaciones interpersonales involucran tensiones permanentes, cuánto más la vivencia de la discapacidad en la fratría. Frente a esto, es común poner el foco en los beneficios que la relación fraterna depara a las personas con discapacidad. Es necesario ampliar la mirada e incorporar entre los beneficiarios —y en un pie de igualdad— a los hermanos, en el entendimiento de que como miembros del núcleo familiar íntimo no están exentos de factores estresores. En todos los casos, la meta de la inclusión los atraviesa.

Son los hermanos quienes, como pares y desde un vínculo simétrico, pueden resignificar el propósito inclusivo y hacerlo realidad en la convivencia diaria. En este sentido, es central destacar el carácter interactivo y bidireccional de las relaciones entabladas en el seno de la familia, cuyos efectos recaen siempre en todos y cada uno de los componentes del sistema. Así, los hermanos de un niño con discapacidad podrán adquirir un potencial resiliente que los preparará para la vida adulta. Saldrán robustecidos, sin dudarlo, de una experiencia de fratría intensa y protectora frente al estrés futuro.

Si bien es cierto que experimentarán emociones contradictorias de manera permanente, estas son parte de un aprendizaje que los conducirá al desarrollo de múltiples fortalezas. Estarán entrenados para presentar una disposición empática y percibir el cabal sentido de la justicia social, adquirirán habilidades de protección y soporte a otros y tendrán una apertura a la diversidad y a la aceptación de las diferencias. Estos factores deparan en sí una ventaja cualitativa relevante, dado que suponen un marcado despliegue de la inteligencia emocional, traducido en paciencia, comprensión y solidaridad: podrán sentir lo que el otro siente y sabrán cómo acudir en su ayuda.

Porque es justamente en la familia, en ese ámbito en el que somos recibidos y amados sin reservas, sin tener que aplicar, ni merecer, y por el solo hecho de ser parte, en donde las personas con discapacidad encuentran también su lugar de pertenencia. Para los padres resulta imprescindible la adquisición de competencias con vistas a un ejercicio parental positivo, que tenga como destinatarios a cada uno de sus hijos y favorezca una interacción fraterna de sólidas bases y largo aliento. Desde una perspectiva sistémica, lo que suceda con uno de los integrantes del núcleo familiar va a influir en el conjunto. Es fundamental para la dinámica relacional, entonces, que este espacio sea proporcional a los demás y que, sin solaparse ni extenderse, cada hermano tenga una cabida equitativa dentro del ecosistema familiar. Que no se convierta la discapacidad en un centro de atracción en torno del cual orbita todo lo demás.

Cuando hablamos de apoyos, generalmente ponemos el foco en lo externo, en el entramado que rodea y contiene a la familia. No obstante, debemos reconocer que el hermano del niño con discapacidad es su principal fuente de aprendizaje a lo largo de años decisivos para el desarrollo de su personalidad y que, en función de la relación que entre hermanos se establezca, ambos experimentarán un crecimiento sano. Está demostrada la extraordinaria función estimuladora que la fratría supone, especialmente porque el trato fluye con mayor naturalidad, sin sobreprotecciones y con una real potencia motivadora.

Las diferentes perspectivas ponen en evidencia que la calidad de vida individual de la persona con discapacidad y la calidad de vida familiar guardan estrecha correlación. Más aún, es justamente la familia la que debe accionar como factor promotor de una evolución positiva del concepto de discapacidad, favoreciendo un nuevo pacto de participación entre la persona y su entorno. Aquí, los hermanos conservan un papel protagónico. A empoderarlos para alcanzar el esquivo ideal de la inclusión deberán encaminarse los mayores esfuerzos.

 

@MariangelesCS

 

La autora es profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.