Se hace necesario acotar el déficit fiscal

Eduardo Fracchia

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El 2017 es un año electoral relativamente previsible, en coincidencia con los consensos sobre nivel de actividad, precios y déficit fiscal, tanto para instituciones multilaterales como para economistas locales y para el Gobierno.

La evolución de la economía de 2018 a 2020, en cambio, es más incierta. Será clave encontrar un sendero de crecimiento después del rebote cíclico previsto para 2017.

Las señales de la política monetaria son oportunas y hacen creíble una mayor estabilización. El compromiso de no emitir al Tesoro por encima de una suma fija, por ejemplo, es muy valioso. Además, el mercado cree cada vez más en el Banco Central y el bono en pesos a 10 años es una noticia muy favorable en este sentido. Por estos motivos es de esperar que la independencia del Banco Central continúe, con una autoridad monetaria centrada en el programa de metas de inflación.

Lo que se pone en duda es si existe a futuro un programa antinflacionario más integral, que incluya reformas en el frente fiscal. La realidad es que el déficit consolidado para 2017, según el presupuesto, es preocupante. Se presupuesta un déficit primario de 4,2% del PBI, aunque es cierto que el 2,2% de ese total corresponde a subsidios, dado que no se pudo suprimir la distorsión arrastrada desde 2002, en particular en gas natural para hogares. La amenaza de que las restricciones políticas avancen sobre la buena macro existe y tampoco conviene pensar en términos de licuar déficit fiscal con crecimiento. Por otro lado, la deseable suba del tipo de cambio real para evitar su deterioro podría acumular aún más déficit cuasi fiscal asociado a la emisión de más Lebac.

Evidentemente, la posibilidad de acceder a deuda puede relajar el esfuerzo de ajuste fiscal. Desde el arreglo con los holdouts ya entró un monto significativo de dólares, pero siempre acecha el riesgo de entusiasmarse demasiado con la emisión. Basta con recordar los noventa para darse cuenta de que la película puede tener un desenlace trágico, y se sabe que la deuda supone impuestos futuros que pueden desalentar al inversor. Sabemos además que esta deuda externa va a atrasar al dólar y también existe el riesgo de que vaya principalmente a gasto corriente. No obstante, el endeudamiento puede brindar un espacio clave para acomodar errores y corregir distorsiones. Parte del reciente ingreso de los dólares tuvo como destino recomponer las reservas, lo que es conveniente y fue planteado como recomendación expresa por parte del FMI. La otra cara de la moneda es que el Fondo también sugiere una mayor austeridad fiscal.

En relación con la cuestión fiscal, también llama la atención la mochila de gastos que pesa sobre el empleo formal de la economía. En 2001, había una relación más balanceada que en la actualidad. La ampliación del número de jubilados, los planes sociales y el incremento de ocupados en el sector público se siente como una carga fiscal adicional. La presión tributaria, por otra parte, es muy elevada y ya no queda margen para financiar el desequilibrio de las finanzas públicas por esta vía.

Hay otra variable que el Gobierno no se esperaba: el triunfo de Donald Trump puede influir en la cuestión fiscal, por la posibilidad de que se aumente la tasa de interés norteamericana, asociada a una previsible expansión fiscal a través de una mayor obra pública. El endeudamiento al que se ha lanzado el Gobierno argentino, entonces, podría resentirse con mayor costo de capital.

El gasto público ha subido 17 puntos del producto respecto a su nivel promedio de 30% en los últimos 50 años, con altibajos, naturalmente. El Gobierno no ha sido agresivo en la reducción del déficit, aspira a corregirlo hacia final del mandato y este es un punto complicado, porque no se condice con la política monetaria restrictiva. En lo que se refiere a la dominancia fiscal, está latente, si bien hay un compromiso de emisión acotada en 2017. El camino alternativo en 2017 quizás hubiese sido ser más duro en el frente fiscal y algo más laxo en el monetario, con menos tasa de interés que estimule el nivel de actividad.

Lo que no existe es margen para bajar el déficit por el lado de nuevos impuestos. En todo caso, los tributos distorsivos deberían disminuir. La presión tributaria está a la par de la brasileña, y en los sectores donde hubo disminuciones, como el caso del campo, la respuesta positiva se percibe. Los datos del blanqueo son promisorios para obtener recursos fiscales de corto plazo y la modificación del impuesto a las ganancias será oportuna.

Aunque al Gobierno se lo corra desde la ortodoxia y con razón, por no haber ajustado fiscalmente, es cierto que es un año de transición, con un contexto recesivo. Con el peronismo en contra es complicado hacerlo, pero se van estrechando los tiempos y se pierde una buena señal de confianza para los inversores.

 

El autor es miembro del Área de Economía del IAE Business School de la Universidad Austral.