Un mundo desconcertante

Nuestra América Latina, en términos comparativos, no está tan mal, pero le cuesta entender los vientos de este tiempo

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Somos uruguayos, somos rioplatenses, somos latinoamericanos y somos occidentales. Esa es más o menos la definición cultural de los ciudadanos uruguayos. Y decimos "más o menos" porque hay gente que vive en otra galaxia, instalada todavía en una burbuja ideológica de tan difícil definición como que cree que Venezuela es una democracia o que el debate entre Ancap y los llamados "estacioneros" es un tema de lucha de clases.

En ese, nuestro mundo, estamos viviendo situaciones muy extrañas, algunas de ellas particularmente preocupantes.

España, nuestra madre patria, el país europeo más cercano a nuestra cultura, adolece de un fuerte deterioro político. Aquellos años notables en que la Unión de Centro Democrático (UCD) y luego el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP) construyeron por vez primera una gran democracia, con el amparo generoso del viejo rey Juan Carlos, se han terminado. El bipartidismo se ha quebrado y la fragmentación ha llevado a gobiernos particularmente inestables.

Francia, país que tanto inspira nuestras instituciones, la gran república de la "escuela laica gratuita y obligatoria" (como nosotros), está asediada por un creciente mundo musulmán, invadida por una inmigración a la que desgraciadamente le cuesta integrarse y con la amenaza terrorista a flor de piel. Su turismo se ha derrumbado. París parece una ciudad ocupada por el ejército.

Italia no le va en zaga al resto, con una inestabilidad económica que sigue acorralando a los sucesivos gobiernos y que vive rescatando náufragos de un Mediterráneo que es el dramático escenario de esa trágica crisis humanitaria que empieza en Siria y termina en el norte de África.

Inglaterra, la docta y flemática, ha caído en esta extraña situación en que se aleja de Europa luego de haberse beneficiado notablemente con esa integración, al punto de que se había transformado en la capital financiera de la región. Un voto conservador de los viejos les ha negado un futuro europeo a los jóvenes que caminaban claramente en esa dirección. La vieja Inglaterra ha detenido a la moderna, a la de las grandes ciudades.

Ni hablar de la incertidumbre que viven los Estados Unidos con este extravagante presidente que seguramente no hará ni la mitad de las locuras que propuso, porque felizmente se metió adentro del Partido Republicano y seguramente sus parlamentarios le van a limar muchas asperezas. En cualquier caso, estamos ante un personaje que hubiera sido impensable en cualquier época normal, salvo en este mundo de miedos en que vivimos, miedo al terrorismo, miedo a la inmigración, miedo a los cambios tecnológicos… miedo al miedo.

Nuestra América Latina, en términos comparativos, no está tan mal, pero le cuesta entender los vientos de este tiempo. Brasil vive todavía una fuerte turbulencia política y moral, y su situación económica acumula pérdidas de toda índole. Argentina se ha sacudido la locura de los Kirchner, tiene un gobierno que está en el buen rumbo, con un equipo sólido, pero con un país que no tiene todavía claro el desastre que se heredó.

El rumboso Chile de la Concertación ha pasado a ser un país enojado y protestador, con ansiedades que no se compadecen con su realidad. Colombia vive el trabajoso proceso de la búsqueda de una paz que se le hace esquiva. Acaso Perú sea el que en términos relativos va mejor, mientras Bolivia y Ecuador transitan su "bolivarianismo" moderado con menos aplausos que los de los últimos años. La tragedia es por cierto Venezuela, tragedia sin desenlace a la vista, con un gobierno en fuga hacia delante.

Del Oriente estamos lejos, pero todo indica que crece en influencia, frente a este Occidente tan alicaído. El sol naciente parece estar allá, mientras una luz crepuscular nos invade.

En ese paisaje, nosotros, uruguayos, herederos de una fuerza institucional construida en años, integrantes de una sociedad que fue la más equitativa del continente, vemos lentamente languidecer sus fortalezas. La seguridad pública ha llegado a un punto de crisis tal que ya es difícil hasta organizar un partido de fútbol porque la autoridad se niega a ejercer sus obligaciones, mientras la educación —paralizada por gremiales retrógradas— quiere entrar a los nuevos tiempos caminando hacia atrás, como decía Paul Valéry de la Francia de los años veinte. Lenta pero inexorablemente la sociedad se viene polarizando y en la última década, de rápidos cambios tecnológicos, se ha quedado atrás una generación (las generaciones hoy son más cortas), que difícilmente pueda vivir de su trabajo. La economía no se derrumba, pero vegeta y sólo los lugares modernizados, que recibieron de las anteriores administraciones a los gobiernos del Frente Amplio, pueden mostrarse como receptores de grandes inversiones: las zonas francas, la forestación, la logística portuaria, la agropecuaria de punta. Todo lo demás apenas sobrevive, por el momento sin estallidos, pero lentamente rumbo a un naufragio penoso en un mar de mediocridad. Cuesta decirlo a quien se siente optimista por naturaleza, pero es lo que vemos.