Venezuela pone en peligro la estrategia papal para la región

César Mayoral

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Desde la asunción, hace tres años, del obispo argentino Jorge Bergoglio como papa Francisco, la Iglesia Católica ha venido jugando un papel político sumamente importante en la región latinoamericana. Los viajes papales a Bolivia, Paraguay, Brasil, México y Ecuador son un signo evidente de la importancia que reviste en la actualidad el subcontinente para los intereses de la Iglesia Católica.

La elección de un papa latinoamericano no ha sido un hecho casual, sino que se inscribió en el marco de una estrategia global de la política vaticana.

Las continuas denuncias por hechos de pedofilia que involucraron a obispos y sacerdotes venían mermando la autoridad de la Iglesia y la de sus ministros; la falta de vocaciones, unida a un creciente escepticismo entre los creyentes (especialmente los europeos) eran elementos que no podían pasar desapercibidos para la curia vaticana.

Era hora de cambiar, de renovarse, de impulsar reformas necesarias para que todo el andamiaje no se viniera abajo. Y así fue que se eligió un papa distinto, el primer papa no europeo, con características populares (o populistas, si se quiere), que viniese a acercar a los fieles a esa Iglesia que tenía una conducción fría y alejada de los problemas reales del mundo de los pobres, que buscase compañía entre los jóvenes alejados de la Iglesia para que "hiciesen lío", modificando las viejas y caducas estructuras.

Los gobiernos latinoamericanos existentes en la época de la asunción del nuevo pontífice, que se encontraban en una pronunciada tendencia progresista-populista, se sintieron apoyados por esa nueva figura universal que venía a sostenerlos.

Esa tendencia se veía favorecida por el accionar de la diplomacia de los Estados Unidos, que reconoció en la figura papal su principal aliado para poner fin a años de violencia y desencuentro en el continente. Colombia fue el principal escenario donde la diplomacia norteamericana contó con el invalorable apoyo de Francisco para terminar con 50 años de una guerrilla obsoleta y manchada por el narcotráfico.

La reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos también contó con el apoyo papal, en la inteligencia de que ello redundaría en cerrar años de Guerra Fría y ayudaría a resolver conflictos ideológicos en la pos Guerra Fría.

Es decir, todo parecía marchar color de rosa para la nueva estrategia vaticana, que, si bien debía vencer la resistencia de algunos obispos conservadores, en especial en México y en Brasil, contaba a su favor con los resultados electorales de sociedades que, hartas de las obscenas diferencias socioeconómicas que la región latinoamericana exhibía, se obstinaban en apoyar a diferentes regímenes de marcado acento antiliberal (al menos en sus discursos y sus relatos) que les prometían horizontes justos y equitativos que, lamentablemente, en la gran mayoría de los casos no se lograron.

Toda esta ofensiva papal en busca de recuperar prestigio y apoyo popular en el subcontinente que cuenta con mayoría de católicos se basó en anudar apoyos políticos con los gobiernos populistas de la región y buscar, a la vez, la anuencia del Gobierno norteamericano. Pero todo ello de pronto encontró sus límites.

La Venezuela de Nicolás Maduro no pudo pasar el examen que sí pasaron Lula da Silva-Dilma Rousseff, Cristina Kirchner, Evo Morales, Michelle Bachelet y Rafael Correa. Los excesos y las desmesuras de su Gobierno no pudieron contar con el apoyo de la jerarquía católica.

El ex nuncio papal en Caracas, monseñor Pietro Parolin, ahora secretario de Estado en el Vaticano, fue un duro crítico durante su gestión hasta que fuera trasladado a Roma. Lograr que no se hiciese pública la condena papal al régimen fue lo máximo que pudo obtener el régimen chavista, insuficiente, pero al menos le sirvió para no tener que soportar la pesada mochila de la Iglesia.

En la hora actual, después del freno al revocatorio efectuado por Maduro, a sabiendas de que lo perdía y ante una crisis económica de grandes proporciones que hace intolerable la situación política, Francisco y sus ministros no podían seguir mudos ante esa caótica realidad que vive el pueblo venezolano. Muy posiblemente este temor es el que ha influido en el hecho que el hijo de Hugo Chávez haya sido recibido en Roma y aconsejado en el sentido de llamar al diálogo.

No obstante ello, las condiciones objetivas, más allá de la voluntad de la Iglesia y de su emisario, el nuncio apostólico en la Argentina Emil Paul Tscherrig, hacen muy difícil su puesta en marcha. La oposición sabe que, si acepta dialogar, quedará encerrada y si rechaza el diálogo, será condenada por obstruir el proceso. No se ven muchas salidas después del regreso de Maduro y de su discurso amenazante.

Es público que Maduro no quiere retroceder y se aferra al poder, tiene el apoyo de las armas al contar con gran parte del Ejército, pero lo que más pesa a su favor es la posición papal que coincide, a estas horas, con la de Estados Unidos en que no se agoten todos los caminos hacia una solución negociada.

Sabemos que es extremadamente dificultoso predecir el futuro político de Venezuela, pero lo que parece evidente es que, de aquí a diciembre, se juega el futuro del régimen de Maduro y, lo que es más importante, la democracia en la región. Además, y esto quizás sea determinante para el futuro político latinoamericano, se está jugando también la estrategia política global del papa Francisco.

 

@cfmayoral

 

El autor es diplomático, ex representante permanente ante la ONU, ex embajador en China.