Las diez definiciones de Eduardo Sacheri en la presentación de “La noche de la usina”

Ayer por la tarde, frente a un auditorio que llenó una de las salas más grandes de la Feria del Libro, Eduardo Sacheri presentó “La noche de la usina”, novela con la que ganó el premio Alfaguara.

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Eduardo Sacheri junto a Patricio Zunini en la presentación de “La noche de la usina”
Eduardo Sacheri junto a Patricio Zunini en la presentación de “La noche de la usina”

Con la crisis del 2001 como marco, La noche de la usina (Penguin) cuenta la historia de un grupo de vecinos de O'Connor —un pueblito ficticio de la provincia de Buenos Aires— que se organiza para robarle al hombre que los estafó y les quitó los dólares y los sueños. Ayer por la tarde en la Feria del Libro, ante una Sala Leopoldo Lugones repleta de público, Eduardo Sacheri habló con el periodista Patricio Zunini sobre esta novela, con la que ganó el premio Alfaguara. Entre otras cosas, anticipó que ya comenzaron los planes para llevarla al cine, aunque no será de la partida Juan José Campanella, con quien filmó "El secreto de sus ojos" (Oscar a la mejor película extranjera en 2010).

Estas son las diez definiciones más destacadas que dijo Eduardo Sacheri en la presentación:

Me acuerdo de ese verano tétrico de 2001-2002. Pensaba: “De qué me disfrazo, cómo voy a hacer para criar a mis hijos”.

El recuerdo del 2001. La ventaja de recordar en la literatura es que uno recuerda más mansamente. Me hace peor recordar mientras no escribo. Escribir es un modo más inofensivo del recuerdo, es un recuerdo domesticado. En esa época trabajaba como profesor de Historia full time, con un montón de horas en escuelas y en la universidad. Como soy de la provincia de Buenos Aires, cobraba buena parte de mi sueldo en patacones. Era un lío cambiarlos, no te los aceptaban en todos lados. Pero ese año habíamos tenido un golpe de suerte: mi mujer, llenando unos cuponcitos, se había ganado un auto cero kilómetro. Vivíamos en una casa muy chiquita. Fuimos a ver al auto a la agencia, pero no lo sacamos: lo vendimos, compramos dólares y los dejamos en el banco… Me acuerdo de ese verano tétrico de 2001-2002. Estaba con mi hija, que entonces era un bebé, en la pelopincho del patio, yo le tiraba agua en la cabeza para que no se insolara y escuchaba por la radio los cambios de gobierno y los líos que había. Y pensaba: "De qué me disfrazo, cómo voy a hacer para criar a mis hijos". Ese recuerdo sirvió de motor para que apareciera todo lo demás de aquella época depresiva de la novela.

Borges y Soriano. A los escritores nos preguntan mucho por las influencias. A mí me da pudor responderlo porque me parece una falta de respeto con esos tres o cuatro autores que te son centrales, pero que lo son por lo que te representaron como lector. Si digo: "Borges es una influencia", cualquiera me va a decir: "Para, flaco, vos no escribís como Borges", y tiene razón. Sin embargo, cuando escribo, seguramente hay cosas de mi experiencia de haberlo leído que me están dando vueltas. Con Soriano también. Supongo que esa cuestión de pueblo chico, esa pampa inmensa, esos personajes tirando a minúsculos son una manera de tributar a Soriano, porque me encanta leerlo y porque también es el tipo de gente que a mí me gusta.

El arte tiene mucho de reparación en nuestras vidas

La literatura como reparación. Los protagonistas de la novela me caen bien, pero, como los conozco bastante, sé que no son tan buena gente. En un punto tienen una reacción valiente, pero no quieren cambiar el mundo ni hacer la revolución ni la reforma agraria. Los tipos quieren recuperar lo que les sacaron. A lo mejor, lo que sí buscan es una reparación. Y yo creo que la literatura tiene mucho de reparación. El arte tiene mucho de reparación en nuestras vidas.

La cuestión política. La política me interesa mucho, pero no opino públicamente. No me gusta ser ofensivo con quienes piensan distinto que yo. Si uno no tiene tiempo como para ponerse a charlar, mejor no charlar de política. Pero será porque soy licenciado en Historia que creo que la Historia nos afecta a todos. Uno es el producto de su época, de las situaciones económicas y de los modelos políticos. Mis dos novelas en donde más se nota eso son La pregunta de sus ojos, con la Argentina de los años 70, y La noche de la usina, que, de un modo parecido, refleja los años de antes y después del 2001, y esa desorientación, esa desprotección, esa suerte de soledad frente a fuerzas que te exceden.

El arte no es sólo una manera de sentir sino también una manera de pensar

Para qué sirve la ficción. La ficción es otra manera de pensar la realidad. No creo que reemplace a los estudios históricos; yo estudié Historia —valoro la historia y la ciencia y el método— pero me parece que el arte no es sólo una manera de sentir sino también una manera de pensar. Como lector me molesta cuando siento que el autor me está tirando por la cabeza un mensaje cerrado, una determinada visión. Me gustan los libros que me disparan para seguir pensando. Hace una semana leí El monarca de las sombras, de Javier Cercas, que tiene que ver con un personaje de su familia en la guerra civil española. Ese libro me hizo pensar un montón de cosas de la guerra. Eso está bueno de la literatura: que te despierte un montón de preguntas y que tengas ganas de contestarte.

Descubrir a los personajes. Trabajo los libros en dos etapas. Primero le dedico muchos meses a armar la historia en mi cabeza. Tengo un cuaderno de apuntes donde voy anotando frases, descripciones de lugares y personajes, flechas de relaciones. Cuando empiezo a escribir ya tengo en claro lo que le va a pasar a cada personaje. Lo que me cuesta mucho al principio es conocerlos, porque de entrada todos se parecen a mí, todos piensan como yo y reaccionan como yo y hablan como yo. No es así la vida. Esa es la parte que más se me empasta la escritura. Lo realmente placentero es cuando llega el día en que escribís un capítulo como si fueras el escribano que va tomando notas de lo que dice otra gente.

¿Quién soy yo para decirte cómo es la mujer más linda del mundo?

Los rasgos de los personajes. Mis personajes tienen caras anónimas. Hay escritores que se imaginan un rostro prototípico y hasta un rostro muy característico de un actor o una actriz. En mi caso, tienen caras absolutamente anónimas. Y diría que hasta poco definidas. Cuando uno escribe indudablemente pone cosas de sí mismo como lector y a mí no me gusta que los autores definan los rasgos físicos de un personaje. No me gusta que me condicionen. En mis libros, no vas a encontrar una definición física de los personajes. Por ejemplo, Florencia, uno de los personajes de La noche de la usina, es "la mujer más linda del mundo". ¿Pero quién soy yo para decirte cómo es la mujer más linda del mundo?

Martín Kohan y Eduardo Sacheri, dos escritores que comparten la pasión por el fútbol
Martín Kohan y Eduardo Sacheri, dos escritores que comparten la pasión por el fútbol

Las novelas en el cine. La mayoría de los escritores venden los derechos y se alejan, pero a mí —y de nuevo me pongo en el lugar de lector— muchas veces me ha pasado ver la película de un libro que me gustó y sentirme decepcionado. Que no es lo mismo que sentirme confundido o sorprendido. Decepcionado por sentir que hay ciertas cosas que están en la sangre de un libro que no están en la película. Me da un poco de temor que pase con mis libros. Por eso, y no es que yo haya insistido, pero el haber participado en el guion con Campanella y Taratuto me tranquilizó.

Quiero entender mi vida y la vida de la gente que tengo alrededor

La épica. Supongo que necesito contar la vida tal como la entiendo y debe ser que entiendo la vida con épica, entonces en mis novelas termina apareciendo la épica. Empecé a escribir hace poco más de 20 años. Ya era licenciado en Historia, tenía pensado convertirme en académico; siempre me había apasionado leer literatura, pero no tenía la intención de convertirme en un escritor de ficción. Pero empecé a escribir cuentos y me di cuenta que eso me servía para entender mejor la vida. Pasa que quiero entender mi vida y la vida de la gente que tengo alrededor. Son viditas así de chiquitas. No me servirían grandes vidas extraordinariamente distintas y distantes para contestarme aquello que quiero contestarme.

El dinero. Será por una cuestión de historia familiar, que es muy típica: abuelos inmigrantes, tener trabajo, tener un techo. Cuando gané el premio Alfaguara, que incluye bastante dinero, algunos me preguntaban —yo no lo preguntaría nunca— qué iba a hacer con la plata. Con "El secreto de sus ojos" nos compramos la casa y con el premio Alfaguara les compré un departamento a mis hijos para que tengan en el futuro. Con eso ya estoy. Ya tengo una casa y mis hijos tienen un techo para arrancar, que es más de lo que tuve cuando arranqué.

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