Rosa Montero: “La pasión y el despecho nos vuelven niños de cinco años”

La autora de “Te trataré como a una reina” y tantas otras obras inolvidables habló con Grandes Libros sobre “La carne” (Alfaguara), su nueva y desafiante novela.

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En los últimos años se hizo varios tatuajes y le gusta exhibirlos, casi como en un gesto rebelde y de resistencia vital. Lleva en su piel una salamandra, una bandada de pájaros y, más recientemente, se hizo grabar en la espalda una frase del gran poeta chileno Raúl Zurita que puede servir como manifiesto: "Ni pena ni miedo". Dice Rosa Montero con una sonrisa generosa que se trata de la consigna ideal para esta etapa de su vida, "la frase perfecta para cuando te vas poniendo mayor", dice exactamente. Como tantas veces antes, la gran escritora y periodista española autora de libros exitosos como La loca de la casa, La hija del caníbal o La ridícula idea de no volver a verte llegó a la Argentina para presentar una nueva novela en la que una vez más los personajes se preguntan por el amor y el desamor, por el paso del tiempo, las marcas de origen que pueden ser una tortura y, también, por el miedo al fracaso.

“Las novelas son como sueños que sueñas con los ojos abiertos y nacen del inconsciente”, dice Montero
“Las novelas son como sueños que sueñas con los ojos abiertos y nacen del inconsciente”, dice Montero

—La carne es un gran título.

—Sí, ¿Verdad? Si todo va bien, a mí normalmente el título se me aparece cuando ya voy por el primer tercio de la novela pero esta vez de repente apareció y me dije: qué titulazo, qué esencial, qué sencillo, como el huevo de Colón. ¿Cómo es posible que no haya veinte novelas que se llamen así? Y no, no hay… Y qué fuerte. La carne que nos aprisiona, porque no hemos escogido el cuerpo en el que vivimos, la carne que nos enferma, que nos envejece, que nos mata. Pero además es la carne que nos hace rozar la gloria a través del sexo y nos hace sentirnos eternos porque en ese momento la muerte no existe.

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—En tu novela la protagonista, Soledad, de 60 años, acaba de terminar una relación con un amante que estaba casado y que va a ser padre y ella está muy celosa y muy enojada y quiere que él la vea muy bien y para eso contrata a un gigoló…

—Sí, son esas cosas absurdas que hacemos los seres humanos porque la pasión y el despecho nos vuelven niños… el amor pasional nos vuelve de cinco años. Al comienzo de la novela, Soledad se entera que este ex amante va a ir al estreno de la ópera "Tristán e Isolda", de Wagner, una ópera que tiene relación con su historia y entonces se le ocurre la peregrina idea de contratar a un gigoló. Ella no quiere acostarse con él aunque podría hacerlo, por la tarifa que paga, que son 600 euros por cinco horas que, por cierto, es la tarifa: me ocupé de investigarlo. Al igual que mi protagonista, entré a una página de internet, contacté a uno de ellos, nos citamos en una cafetería, le conté que estaba haciendo a novela y fue por él que me enteré de que se trata de una profesión poco profesionalizada -por lo menos en España-, y que hay más oferta de chicos que demanda de mujeres, por lo que todos tienen otros trabajos, es decir, con esto de cuando en cuando sacan un sobresueldo. En mi novela, el gigoló, que es ruso y se llama Adam, tiene 32 años y trabaja como electricista.

Todas mis novelas son tremendamente existenciales, todas hablan del tiempo, de lo que el tiempo nos hace al pasar, del vértigo de la muerte.

—Un tema redundante en tu obra es la presencia de gemelos. También en La carne. ¿Por qué?

—Las novelas son como sueños que sueñas con los ojos abiertos y nacen del inconsciente. Es algo que no controlas bien, y muchas veces el autor es el último en darse cuenta de lo que está escribiendo. Me he dado cuenta hace relativamente poco tiempo que los gemelos están todo el tiempo en mi obra; en la vida real no tengo gemelas y, es más, no tengo siquiera una hermana, solo un hermano. Todo el rato sin embargo mis protagonistas tienen hermanas gemelas o hermanos gemelos…creo que esto representa muchas cosas. Representa la dualidad, la escisión, las muchas formas del ser que tenemos, las posibilidades de ser… Tal vez los escritores estamos más escindidos o somos más conscientes de esa escisión. La vida es un puro azar, dependemos del puro azar, ese medio segundo que tardes en salir por una puerta te puede cambiar la vida y los gemelos, de alguna manera, representan eso también.

“La carne” (Alfaguara) es la nueva novela de Rosa Montero
“La carne” (Alfaguara) es la nueva novela de Rosa Montero

—"La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y a de lo que ya no vas a poder vivir". Así comienza tu novela.

—Esa frase es lo primero que se me ocurrió, antes de todo. Sabía que quería escribir una novela que partiera de esa frase. Esa preocupación forma parte de todo lo que he escrito durante toda mi vida, no es algo que haya crecido con la edad. Todas mis novelas son tremendamente existenciales, todas hablan del tiempo, de lo que el tiempo nos hace al pasar, del vértigo de la muerte, es algo que está ya desde la primera novela, que publiqué a los 28 años.

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—Soledad está muy preocupada por la edad pero tiene también pulsiones que la muestran aferrada a la vida. Eso también es carne…

—Es la carne maravillosa que de repente nos hace eternos. Y la carne animal, que nos salva de ser solo humanos, esa carne vital y disfrutona; la alegría de vivir que es puramente producto de la sopa química que tenemos. Soledad, que tiene una vida muy complicada y que vamos entendiendo por qué es tan complicada a lo largo de la novela, es una superviviente. Creo que termina la novela en mejor manera que como se la lee al comienzo.

La carne nos enferma, nos envejece, nos mata. Pero además es la carne que nos hace rozar la gloria a través del sexo y nos hace sentirnos eternos porque en ese momento la muerte no existe.

—Se lee en tus novelas cierta fascinación con la enfermedad mental.

—Es un tema que me interesa muchísimo en la vida real y en mis novelas. Es otra de las fronteras del ser, y es una frontera movible. Lo que llamamos locura tiene mucho que ver con la aceptación social. Es salirte de la convención social, que nadie te entienda, es ese aislamiento, la soledad social, es uno de los extremos de la vida. El dolor psíquico siempre me ha fascinado. Soledad es un personaje que, aunque tiene éxito profesional como comisaria de arte, toda su vida ha tenido miedo de caer en la marginación social. Ella se siente en el borde de la aceptación; piensa que la van a arrojar a las tinieblas exteriores. Ella está preparando una exposición de arte para la Biblioteca Nacional sobre escritores malditos y se mira en esos malditos con los que trabaja para su muestra. Esta novela habla de todo eso, que es muy trágico, pero lo hace con mucho sentido del humor y es el sentido del humor lo que nos permite colocar las cosas en su lugar e impide que esto sea un melodrama.

—Decías que todas tus novelas son de alguna manera existenciales.

—Esta novela habla de cosas tremendas para hombres y para mujeres, habla del paso del tiempo, de cómo se nos va llenando la espalda con una mochila de piedras; de todos los sueños rotos, del daño que nos han hecho, del daño que hemos hecho, de las traiciones, de los miedos que nos han impedido hacer cosas. Trata también de la falta de amor. Yo quería poner a un personaje, un hombre o una mujer, que llegara en torno a los sesenta, donde ya te queda poco tiempo para reparar y en donde la biografía es irreversible (en realidad, ya lo es a los cuarenta), es decir, en donde cada vez tienes más piedras en la espalda y menos tiempo para reparar. Quería como personaje a una persona que a esa edad no hubiera tenido nunca una historia de amor verdadera. Y Soledad ha tenido muchos amantes pero nunca una pareja de verdad. Me interesaba entender qué le pasaba a una persona en esa situación, la amargura de alguien que quizá se dice a los 60 años: tal vez yo nunca conozca el amor. Y cuando estaba terminando la novela me di cuenta de que no tenía que haberme ido tan lejos, no hacía falta, porque hay un montón de hombres y mujeres que llevan treinta años de casados o se han casado y vuelto a casar tres veces y que así y todo arrastran la misma herida de Soledad, porque tienen una llaga en el corazón ya que sienten que nunca les han amado de la manera en que querían ser amados.

Me interesaba entender la amargura de alguien que quizá se dice a los 60 años: tal vez yo nunca conozca el amor

—En esta novela aparece Rosa Montero como personaje, incluso hay ironías por parte de Soledad con respecto a vos.

—Me divirtió mucho escribir esa escena, me gustó verme a través de los ojos de Soledad. Sin embargo, no me gustan las novelas muy cercanas a mí, normalmente utilizo mucho al personaje como una máscara, por eso la mayoría de mis novelas parten de mundos y personajes muy lejanos, como una cantante de boleros semi analfabeta, un taxista de mediana edad que acaba de perder a su mujer o una replicante del siglo XX pero ya hacía varios años que sentía el deseo de hacer una novela de la Madrid contemporánea, con personajes de mi edad, familiares, muy cercanos y que se movieran en un mundo creativo, artístico, intelectual. Tengo la certeza de que ya soy lo suficientemente mayor para poder hablar de mi mundo sin hablar de mí, sin que mi mundo empequeñezca la novela. Para escribir La carne partí de la frase del comienzo y de una anécdota. Un amigo me contó que una conocida suya había contratado a un gigoló para darle celos a un ex amante en una cena de gala multitudinaria y, de repente, entre esa historia y la frase se empezó a armar la novela.  A montones de personas les pasa, piensan: "no he sido querido como querría" y probablemente todo es un equívoco. Hay una frase de Oscar Wilde que dice que para la mayoría de nosotros la verdadera vida es la vida que no vivimos. Es amarga pero sabia y habla de la insatisfacción permanente, de esa loca ambición de plenitud que tenemos los humanos, que nunca se alcanza…

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