Argentina: tiempos electorales, modernidad y globalización financiera

Por Gustavo Perilli

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En las próximas elecciones se dirime también el respaldo a dos modelos económicos
En las próximas elecciones se dirime también el respaldo a dos modelos económicos

Semanas atrás comenzó formalmente otro período electoral en la Argentina. Los participantes y el "folklore político", continuaron siendo prácticamente los mismos. Guiado por sus percepciones, el "pensamiento doméstico" siguió embistiendo contra la clase política tradicional con poco análisis sobre los modelos que están (y estarán) en pugna, las potenciales consecuencias sociales del proceso y la praxis política que predominará. Desde lo estrictamente individual, escaso vuelo tuvieron las demostraciones de cohesión social, de aprendizaje provisto por las crisis del pasado, de templanza para esquivar los sistemáticos "tornados de ira", de criterio para impedir "combates contra molinos de viento" (en Plaza de Mayo y Comodoro Py) y de objetividad para resistir el individualismo.

Quedaron sin respuesta otros aspectos esenciales. No se trataron de manera formal y metodológica los motivos de las recurrentes implosiones de la credibilidad de la estructura política, ni las causas de la ya famosa "grieta social" que, lejos de haber sido introducida por el Gobierno anterior, su origen podría datar del siglo XIX, cuyas imágenes más palpables y recordadas, entre muchas otras, surgen de la dudosa muerte en alta mar del insigne Mariano Moreno en marzo de 1811 o el intento de Bernardino Rivadavia de frustrar el izamiento de la bandera nacional a orillas del Río Paraná (para "generar confianza" y evitar la embestida de los realistas) en febrero de 1812 por parte del economista, abogado, periodista, pensador e ilustre Manuel Belgrano. Tampoco se intentaron mejorar las técnicas de la búsqueda de la verdad: abundaron los episodios de invasión de la privacidad, denuncias "amarillistas" típicas, escuchas (¿ilegales?) y afirmaciones y desmentidas en un marco de una profusa coreografía periodística. Sin ser resuelto adecuadamente los problemas del pasado, el proceso electoral volverá a ser confuso, deslegitimizado y "carreteará" sobre una superficie institucional endeble expuesta a "tormentas de modernidad" que moldearán el carácter de un individuo autodefinido como invulnerable y dueño de la verdad.

La interpretación del panorama, conlleva más certezas que dudas en su análisis. Las frágiles instituciones de este proceso electoral argentino, sufren el acecho de un avanzado fenómeno de modernidad que, tal como la define Zigmunt Bauman, escinde las dimensiones espacio / tiempo de la vida cotidiana e incorpora inestabilidad. No es un hecho inédito. Para el sociólogo francés Alain Touraine, "casi todas las sociedades están penetradas por formas nuevas de producción, consumo y comunicación (Touraine, 1992). Pero, también, Touraine descarta la viabilidad de los paradigmas aislacionistas y rechaza la entrega de "porciones de soberanía" para apuntalar la confianza inversora en la economía (en contraposición con "la lógica de rivadaviana" de 1812). Touraine cuestiona el modo de vida "Robinson Crusoe" en esta instancia del capitalismo global pero, al mismo tiempo, enjuicia severamente la superficialidad y el individualismo impuesto por una modernidad que, por ejemplo, asegura que la liberalización de los movimientos de capitales es necesaria y suficiente para fortalecer del stock de capital interno, el crecimiento económico y el empleo.

Los movimientos financieros efímeros y el endeudamiento se pueden transformar en desempleo y pobreza

¿Qué depara el futuro? Es un hecho cierto que las limitaciones de la institucionalidad en marcos de una cerrada modernidad (manipulada por un intenso flujo de comunicación social), cercenará la capacidad de construir mecanismos formales a partir de la experiencia y el aprendizaje (ninguna organización interna queda exenta). Impedirá, por ejemplo, utilizar la información obtenida de los episodios disruptivos de las últimas décadas, condicionados por los requerimientos impuestos por la globalización financiera y los desbocados ingresos de inversiones de cartera que apreciaron el valor de la moneda, aumentaron ilógicamente los precios de los activos y pasivos domésticos (inflación de activos y pasivos financieros) y recrearon ambientes de bienestar "confianza inversora" que, de la noche a la mañana, se evaporaron. ¿Cuál es la información que no será posible capitalizar? Que ese proceso sólo acumuló deuda externa y ganancias financieras extraordinarias a los inversores internacionales capaces de aprovecharlo sin una tenue "herencia virtuosa" en materia de desarrollo económico (inversión real). Para el especialista Barry Eichengreen "el grueso de las pruebas de operaciones transfronterizas muestran que los países que abren su cuenta capital (se integran financieramente al mundo) logran elevar la proporción de capital privado con respecto al producto (PIB), pero que los países menos desarrollados no cosechan esos beneficios (Eichengreen, 2002). Sintéticamente, en este proceso electoral, es necesario entender que aunque "todos estamos embarcados en la modernidad, la cuestión está en saber (y debatir) si estamos como remeros de galeras o como viajeros con sus equipajes (Touraine, op. cit.)".

En segundo lugar, Touraine sostiene que debería omitirse del análisis la idea de "imponerse un siglo de duros esfuerzos y conflictos sociales antes de entrar en la tranquilidad de la abundancia, la democracia y la felicidad. Esta visión optimista de las etapas del crecimiento económico no resiste un juicio realista sobre el mundo actual, perturbado y desgarrado (Touraine, op. cit.)". El denominador común de la propuesta electoral que, en adelante, denominaré "el cambio", al hacer un diagnóstico de un gasto (heredado y desbordado) del modelo "antiguo" y propiciar el ahorro como una receta supuestamente "inédita y adecuada" para la recomposición de los equilibrios, instala la idea de suspender gastos y reducir empleo para estabilizar la economía. Es lógico suponer que, bajo estas circunstancias, "el cambio" desplome el consumo privado presente y desinflen los planes futuros de compra y el ritmo de crecimiento económico. El pensamiento "antiguo", por el contrario, concentra todos sus recursos en reducir el desempleo, aumentar el ingreso y estimular el consumo pero descuida el ahorro como elemento amortiguador necesario y defenestra al capital extranjero. Inmersos en la modernidad de un mundo financiero validador de burbujas (precios inflados e irreales), el paradigma "antiguo", al aislarse financieramente (desaconsejado por Touraine) y maltratar a los representantes de la banca internacional, se expone a "los cambios de humor" de los capitales especulativos, la generación de inflación y desempleo.

Finalmente, en tercer lugar, se entiende que el individualismo será el denominador común del modernismo. Touraine señala que, como se escindieron ciertos mecanismos y sistemas (por ejemplo, el de la política con el de la religión o el de la economía y el de la política, entre otros), los controles sociales y culturales que antes aseguraban la permanencia de cierto orden, ahora se encuentran desactivados. Según Touraine, "la imagen más visible de la modernidad es la imagen del vacío, de un poder sin centro, de una economía fluida y de una sociedad de intercambios más que de producción. En suma, la imagen de la sociedad sin actores. Touraine se pregunta si: ¿se puede llamar actor al operador financiero o industrial que sabe interpretar la coyuntura y las indicaciones del mercado? (Touraine, op. cit.)". Esto también debería ser materia de reflexión, en el largo camino hacia 2019.

El ansia del elector argentino por defender la democracia debería tener presente que la soberanía es un patrimonio no transferible (un norte no negociable). Podría, perfectamente, seguir tendencias modernistas pero, también, tendría que auto exigirse reflexión sobre las implicancias de sus decisiones. Tal como lo demuestran las experiencias de fines de los setenta y todos los noventa, los movimientos financieros, el endeudamiento y la creación de ambientes ficticios y efímeros se transforman en desempleo, pobreza y erosión de las bases del desarrollo. "El cambio" sugiere asimilar pasivamente el modernismo y exhorta a los asalariados estar preparados para digerir décadas de duro sufrimiento (contrariamente a lo que sugiere Touraine), mientras que "el modelo antiguo" plantea un escenario totalmente diferente pero su estrategia requiere un arduo pulido para que comprenda que, en ocasiones, dar un paso atrás no necesariamente significa admitir una derrota. Soslayar "el espejismo" es otra tarea donde el votante tendría que esforzarse. La disminución de la inflación y de los niveles de tipo de cambio y tasa de interés no debería entenderse como rotundos éxitos, sino como manifestaciones que requiere un examen minucioso.

 

(*) Gustavo Perilli es Profesor de la UBA