Inflación: la meta no ha muerto aún

Ríos de tinta sepultaron durante la semana pasada las metas de inflación del Banco Central

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(IStock)
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Se dijo que la Jefatura de Gabinete ya había blanqueado que el Gobierno pensaba más bien en una inflación del orden del 20% al 22% para el 2017 y que nadie tomaba ya literalmente el anunciado 17 por ciento. Sin embargo, las metas de inflación no son un concurso de pronósticos en el que la autoridad monetaria arriesga su estimación, sino un objetivo que determina la política monetaria.

Esto quiere decir que mientras el BCRA no modifique la meta, seguirá buscándola mediante el endurecimiento de la política monetaria.
Lo cierto es que durante la semana pasada las tasas en el mercado secundario continuaron al alza y, aunque tengan menos prensa que las licitaciones de LEBACS o que el anuncio del corredor de pases, evidencian que desde el edificio de Reconquista siguen trabajando para desacelerar los precios.

Es importante entender esta diferencia, porque incluso la apuesta de la Jefatura de Gabinete, de cerrar 2017 entre 20% y 22% –lo cual sería la inflación más baja de los últimos 8 años–, peligra si el BCRA deja de buscar el 17 por ciento.

Lógicamente la presión para que el Central relaje la meta existe. En castellano: insistir en el 17% se traduce en tasas altas y dinero insuficiente para hacer todas las transacciones de la economía, a precios más altos. De manera que a muchos les gustaría que Federico Sturzenegger anunciara que, en vez de 17%, la meta cambia a 20% o 21%, porque eso implicaría que baje la tasa de interés y suba un poco el dólar. Pero el problema es que también implicaría más inflación y no está claro si eso deprimiría el consumo, por caída de la capacidad adquisitiva de los salarios.

Algunos piden que el BCRA abandone directamente las metas y vuelva en todo caso a controlar los agregados monetarios, pero la convergencia a una inflación más baja sería en ese caso mucho más lenta y con una profunda recesión en la transición.

La gran ventaja de las metas es que la autoridad monetaria coordina las expectativas de los formadores de precios, evitando que el canal por el que opere la contracción monetaria sea el de la imposibilidad de vender a precios altos, que genera recesión primero y desinflación después.

El Banco Central tiene dos maneras de controlar la inflación: achicar la cantidad de dinero, pero tarda mucho en impactar en la economía; o fijar metas de inflación. Aunque el gran desafío del esquema de metas es cuánta credibilidad tenga la gente, porque son ellos los que están formando precios con una inflación de 20 por ciento.

En este contexto, además, el consumo global no está bajando. Hay mediciones de ventas minoristas y ventas electrónicas en la Argentina que crecen al 50% anual. Mientras que las ventas mayoristas están creciendo fuertemente. En autos, motos y productos de la construcción está el mayor despegue.