Ritos secretos, cábalas de jugadores míticos y almas en pena: las historias y leyendas más increíbles de River Plate

Los 116 años de vida de los millonarios y la memoria del Monumental están tejidos de gloria y campeonatos ganados, pero también de inquietantes historias de ultratumba, aullidos en la noche y apariciones. Anímese a jugar este partido

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Las leyendas e historias más increíbles de River
Las leyendas e historias más increíbles de River

Corre 1901. En el Riachuelo, una barcaza se hamaca entre la niebla. Lleva carga. Unas grandes cajas que dicen River Plate. En el muelle, un grupo de obreros carboneros de la empresa Wilson toma mate y charla mientras mira las cajas. Algunos juegan al fútbol –traído desde Escocia por el profesor Alexander Watson Hutton en 1893– en el club Santa Rosa. Otros, en el club La Rosales. De pronto, uno se ilumina y propone fusionarlos. Los demás aceptan. Pero, ¿con qué nombre? Fácil: estaba escrito en aquellas cajas: River Plate.

Y el 25 de mayo de 1901, en la Boca –¡nada menos!– nace ese club que antes de llegar a Núñez –en realidad está en Belgrano: Figueroa Alcorta 7597, pero la costumbre puede más que el catastro municipal– pasa por Sarandí y por la Recoleta.

Ángel Labruna, uno de los ídolos máximos de la institución
Ángel Labruna, uno de los ídolos máximos de la institución

Pero como si un dios pagano hubiera decidido que ese club necesitaba un rival eterno, el 3 de abril de 1905 se erigió Boca Juniors. Primos hermanos…, pero gladiadores siempre dispuestos a matar o morir en la arena. O en el verde césped, como Ángel Labruna, ángel sin alas y mortífero, llamaba a la cancha…

Este Año de Gracia de 2017 los encuentra –como siempre– vivos y con los dientes afilados. Uno justifica al otro, y viceversa. ¿Qué serían el blanco y el rojo sin el azul y el amarillo? Apenas una mitad sin drama…

La Máquina: Pedernera, Moreno, Muñoz, Labruna y Loustau
La Máquina: Pedernera, Moreno, Muñoz, Labruna y Loustau

Bien. Demos paso al mayor de edad. Hablemos de River. Campeonatos locales: 36. Leyendas: La Máquina y su letal delantera: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Nacen en 1942 y juegan… sólo 18 partidos. Suficiente para entrar en el bronce.

Labruna, máximo goleador histórico de River (293 en 515 partidos). Y fiel a su cábala. Entraba a la cancha, trotaba hacia el arco de Figueroa Alcorta con una pelota en sus pies, y la empujaba suavemente hasta la red…

Pero un momento. Interrupción de la historia. Se dice que en River –hoy y desde hace largo tiempo– suceden cosas extrañas. Los testigos, empleados del club, hablan de puertas que se abren y se cierran sin razón alguna, de noche, y que en los largos pasillos se oyen aullidos y gimoteos.

Salvo error u omisión, las almas en pena, los aullidos, los gimoteos o el ruido de cadenas que se arrastran son patrimonio de los cementerios, los castillos, las casonas lúgubres y abandonadas. Jamás, por ejemplo, en estadios enormes, abiertos, albergue de muchedumbres, y sólo dueños de las leyendas y mitos de sus cracks de antaño… o no tan lejanos.

La tribuna Sívori media y baja que se realizaron con la venta del futbolista a la Juventus
La tribuna Sívori media y baja que se realizaron con la venta del futbolista a la Juventus

Sin embargo, el estadio de River Plate Antonio Vespucio Liberti, inaugurado el 26 de mayo de 1938, llamado La herradura monumental porque el dinero no alcanzó para cerrarlo, y completado en 1958 gracias a los 10 millones de pesos por la venta del mágico jugador Enrique Omar Sívori a la Juventus, parece tener esos ingredientes de ultratumba…

Por las dudas y de momento, huyamos. Recordemos una tarde de sol en el Monumental. Salida desde el túnel. Un gigantón de casi dos metros corre hacia uno de los arcos. Lleva gorra inglesa con visera. Lo reciben con aplausos, claro, pero lo más notorio es la ovación de las damas (platea baja). Solteras y casadas. Porque él, Amadeo Raúl Carrizo, Tarzán de justo sobrenombre, inventor del arquero móvil –jugar en toda el área–, nació con dotes de galán, y ellas lo imaginan su príncipe azul…

Amadeo Carrizo, uno de los futbolistas emblemáticos del club
Amadeo Carrizo, uno de los futbolistas emblemáticos del club

Un alto. Imposible soslayar el runrún de los hechos misteriosos del Monumental. Al parecer, tales espíritus –si de ellos se trata– van de mayor a menor. Comunes y top. Porque en el reino de ultratumba también hay categorías… En el panorama de los comunes –pero cotidianos: un punto a favor– se apuntan los gritos y aullidos (siempre nocturnos), y la ya rutinaria sinfonía de puertas que se cierran con estruendo y sin nada que las impulse. Sólo para inquietar.

Desde luego, el puro y duro realismo se niega a aceptarlo: todo fenómeno físico tiene una razón. Pero algunos empleados del club, veteranos vigías de oficinas, pasillos y rincones del gran estadio (68 mil espectadores, el mayor del país), contestan con el clásico "Creer o reventar".

Mejor pasemos al día, al fútbol, a la leyenda real e indiscutible. Y a sus héroes. A los cinco verdugos de La Máquina, la tribuna los llamaba "Los caballeros de la angustia". ¿Por qué? Porque seguros de su absoluta superioridad… muchas veces hacían los goles y ganaban los partidos… ¡sobre la hora!

Eso era antes de que el fútbol fuera "un trabajo", como dicen todos los DT, manejara cifras dignas del Rey Midas, y las víctimas de un foul cayeran como fulminados… y pidiendo tarjeta amarilla, como el chico alcahuete del colegio. Y antes de las dietas feroces y las concentraciones dignas de una prisión.

El “Charro” Moreno: la leyenda dice que había que despertarlo con un café y ducharlo
El “Charro” Moreno: la leyenda dice que había que despertarlo con un café y ducharlo

José Manuel Moreno (El charro), delantero de La Máquina de quien los más grandes técnicos juran que fue tan o más grande que Maradona y Messi, y maestro del milagroso Alfredo Di Stéfano, otro gigante de River… se entrenaba en el cabaret. Su mundo. Mujeres y copas. Trasnoches eternas. Es leyenda que antes de un partido había que despertarlo con café, ducharlo y vestirlo para que pudiera salir a la cancha. Y allí, en 90 minutos, toda la maravilla que puede surgir de dos piernas y una pelota…

¿Su almuerzo un poco antes del partido? Una olla de puchero de gallina y una botella y media de vino. Y cierto día, en vísperas de un partido decisivo contra Independiente y por primera vez, siguió los consejos del técnico: una semana sin cabaret, ocho horas de sueño, leche en lugar de vino, y almuerzo liviano. Confesión: "Fue el peor partido de mi vida. No la vi ni cuadrada. Es inútil: la vida sana puede terminar con mi carrera". Y jugó… ¡hasta los 40 años!

Pero volvamos a ultratumba. ¿Qué pasa realmente en el palacio de Figueroa Alcorta, el fortín de Los Millonarios, de La Banda, y hasta de La Gallina, burla que siempre asumió con grandeza?

Los pasillos del Monumental
Los pasillos del Monumental

Testimonio de un empleado, en voz muy baja:

–Los portazos más fuerte se oyen a la madrugada en los palcos de las plateas San Martín y Belgrano. Y no es por el viento, se lo juro…

Y no es todo. Hay (habría) fantasmas terrenos, pero también acuáticos. Al menos es lo que cuentan los encargados de seguridad de la pileta olímpica y zona adyacente:

–Sin ningún motivo, a veces el agua se agita como si alguien estuviera nadando, y también de noche, cuando aparecen figuras, fantasmas, o vaya uno a saber qué…

Otros testigos, frente a los incrédulos que dudan de la orquesta de portazos y aullidos en el área de oficinas, deslizan un argumento algo más sólido:

–Las empleadas que limpian el Monumental, aterradas, escuchan música para huir de esos ruidos y lamentos…

Imaginemos que, por arte del mago Merlín u otro no menos prestigioso, volvieran a la vida aquellos grandes. Félix Loustau, wing izquierdo, locomotora humana, corría como un guepardo… y fumaba como un escuerzo hasta en el entretiempo. Nunca pudo vencer el vicio. Y con la última bocanada, se reiría de esos fenómenos. Para él, el único aparecido era Labruna, al que debía mandarle un exacto centro que terminara en gol…

“Mostaza” Merlo cumplía con su cábala de cada partido
“Mostaza” Merlo cumplía con su cábala de cada partido

Y también allí –la fantasía permite jugar con el tiempo–, Reinaldo (Mostaza) Merlo, para espantar espectros, recurriría a su cábala de cada partido: usar el mismo calzoncillo, mientras Labruna, un poco más lejos, practica puntería volteando a pelotazos botellas puestas sobre el travesaño del arco.

Sin embargo, en el museo del estadio, que atesora los nombres, las fotos y las copas de sus 79 años de Monumental, otros testigos juran que cada tanto y de noche, envuelta en una túnica blanca, se pasea una niña. 

¿Quién es? ¿A quién recuerda? ¿Por qué no descansa en paz? Nadie, en River –ni los más viejos– lo saben ni se ponen de acuerdo. Oscilan entre la hija de un socio que murió a los ocho o diez años, o una niña atropellada por un auto frente al estadio. Certeza cero…

Rito común en las canchas: muchos hinchas apasionados –también dirigentes y empleados– piden que, al morir, su cuerpo pase por las llamas crematorias, y sus cenizas sean esparcidas en el verde césped.

Ceremonia íntima entre familia o amigos, se cumplía detrás del arco que mira al Río de la Plata. Pero después del 26 de junio de 2011, la fecha más aciaga para el club de la banda sangre, como lo bautizó el periodista e hincha Julio César Pasquato (Juvenal), caído en el pozo de la B Nacional, el presidente José María Aguilar prohibió esa costumbre funeraria. Acaso por el luto del descenso, pero también porque en el área de ese arco, y en poco tiempo, se lesionaron Luciano Figueroa, Radamel Falcao y Fernando Crosa: argumento suficiente para adjudicarle a las inocentes y puras cenizas el sayo de la mala onda…

Por supuesto, no todas fueron fantasmagorías. En 1975, cuando después del desafío de Labruna al asumir como técnico después de dieciocho años sin dar la vuelta olímpica ("¡Vengo a sacar campeón a River!") se cumplió la profecía, su figura alcanzó rango de tótem. Tanto, que la silla de umpire de tenis que usaba para dirigir a su equipo durante los partidos "porque al ras del piso no veo bien el juego", y que todavía se conserva, es fetiche inevitable: muchos creen que tocarla acarrea buena suerte. No sólo en el fútbol: también en la vida.

Y por cierto, no falta quien jura que en algún partido nocturno, recortada contra el negro cielo, ve volar el alma corpórea de Enrique Omar Sívori, delantero de los irrepetibles, ídolo absoluto, que desde allí abraza plateas, tribunas, y sobre todo aquella que se construyó con el dinero de su pase…

La trágica historia de la puerta 12 en 1968
La trágica historia de la puerta 12 en 1968

Pero la triste madre de todas las batallas, la que despertó todo tipo de dolorosas leyendas, fue la tragedia de la Puerta 12.

La que hasta hoy, y por todos los años que sigan –casi la eternidad– hace imaginar que vagan y gimen en pena, en ese rincón, los 71 hinchas de Boca que murieron del modo más atroz.

Sucedió el 23 de junio de 1968. Era un River–Boca. El partido fue tan anodino como el resultado: cero a cero. Previendo disturbios, se ordenó que los hinchas de Boca salieran del estadio en primer lugar, y los de River, media hora después.

Sobre el suceso flotan todavía decenas de versiones. Que los barrabravas de River cerraron la Puerta 12 (sobre Figueroa Alcorta) para que los de Boca quedaran atrapados. Que la 12 estaba abierta. Que la 12 estaba cerrada. Que había molinetes. Que no los había. Que la policía montada amedrentó a los que intentaban salir, y los que bajaban detrás los aplastaron. Etcétera.

Nunca se aclaró, y poco importa. Porque quedaron allí 71 vidas. Porque el promedio de edad de los muertos era de 20 años. Porque murieron de la peor manera imaginable: aplastados, asfixiados, triturados. Porque ese sector de la calle fue un lago de sangre en el que flotaban zapatos, gorros, prendas rasgadas, vinchas, banderines, documentos…

¿Culpas? Todas las investigaciones terminaron en punto muerto. Pero la leyenda se agigantó: 71 víctimas fueron (son) otras tantas almas en pena que en víspera del clásico de los clásicos vuelven a la memoria…

Desde ese negro día, y en cada aniversario, se dice que el club lleva hasta la Puerta 12, que hoy lleva la letra L (cambio que si no ahuyenta malos espíritus… sí terribles recuerdos ) a los jugadores de las divisiones inferiores, cada uno enciende una vela, y un sacerdote imparte su bendición.

Y como cierre, una anécdota que nada tiene que ver con ánimas, fantasmas, portazos, aullidos y toda la parafernalia esotérica. Durante años, en cada víspera de un Boca–River, y de noche, Mario Ruza, en los años 60 director de la revista Así es Boca, la primera publicación de lo que sería el imperio de Héctor Ricardo García (Crónica y la revista Así, de tirajes millonarios), iba hasta la cancha de River… y orinaba contra una de sus paredes.

Una vez sumó a esa excursión a tres compañeros hinchas de Boca: los fotógrafos Enrique Capotondo y Tolentino Alegre Reyes, y el director Ricardo Gangeme.

Los dos fotógrafos murieron en distintos accidentes, y el director fue asesinado de un balazo en la cabeza al llegar a su casa de Trelew.
Sin comentario…