Cuando Monzón destrozó a Benvenuti

El día que el argentino destronó al campeón italiano y comenzó su exitoso camino arriba del cuadrilátero

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En el banquito de enfrente, en diagonal, un campeón del mundo, ilustre, galán, gentilhombre, seductor de admiradoras enamoradizas, y mundano, jadea. Le ponen una bolsa con hielo en la nuca al tiempo que una botella de agua helada se derrama totalmente debajo de su pelvis. Le hacen aspirar sales reconstituyentes para ayudar a reanimarlo. Y le dicen: "Mantenete lejos, estamos muy cerca y el tipo es un animal, un verdadero criminal, andate Nino, ponete distante, que no te llegue con la izquierda…".

El Palazzo dello Sport de Roma trasunta la impiadosa angustia de los espectadores convertidos en masa. La gente, que ciertamente lo ama y lo admira, no sabe cómo ayudarlo. El humo de miles de cigarrillos anillan un espacio ruidoso, febril y anticipatoriamente catastrófico.

Nino Benvenuti, ex campeón olímpico, artista de cine y de televisión, campeón mundial de peso mediano, 1.80 de estatura, ídolo de todos, pero más de las mujeres. Cabello lacio rubio, facciones florentinas apenas deformadas por el leve declive de su nariz, héroe de 81 peleas incluidas sus dos batallas con Emile Griffith en Nueva York y una lista interminable de gladiadores acerados, perdidos en la historia: Don Fullmer, Luis Manuel Rodríguez, Fraser Scott, Doyle Baird…

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Secondi fouri (¡Segundos afuera!), grita el cronometrista. Y anuncia: "Duodécima vuelta".

Ahora andá y liquidalo. ¡Está muerto! No da más. Apretá Carlos, por favor te lo pido metete adentro y presionalo.

¿Cómo estas de aire?

Bien, Don Amilcar, muy bien…

¿Te duelen mucho los nudillos cuando pegas?

Un poco, un poco sí

No le pegues en la cabeza, ni en los codos, andá al cuerpo, a las partes blandas

Sí, Don Amílcar

La gente de las plateas bajas se pone de pié. Desde las tribunas viene el aliento: "¡Ni -no, Ni – no!".

Le secan la cabeza y una nueva capa de vaselina queda esparcida en sus pómulos y sus cejas. Giran el balde. El referí alemán Rudolph Drust los llama al centro del ring. Por lo bajo, vuelve a martirizar a Monzón con una indicación que le resulta inentendible. El santafesino sale catapultado a la acción por un empujón de José Menno, un medio pesado que fue figura del Luna Park, y ahora, radicado en Italia, forma parte del equipo de Monzón.

Al comienzo del round se advierten dos cosas en Nino: la pelea es un martirio irremontable y su cabeza tras cada golpe de Carlos, parece desprenderse del torso que la sustenta. Gira buscando distancia. La situación estratégica se transmuta: Monzón pasa al ataque y Benvenuti gira en derredor suyo. Para el manager de Nino es una pesadilla. Tres meses antes vino a Buenos Aires. Fue al Luna Park. Se entrevistó con el empresario Tito Lectoure. Luego, tomando un café del que participé, le repreguntó:

– Entonces, Tito, ¿difícilmente Monzón pueda ganarle a Nino?

Mirá, eso no te lo puedo garantizar. Lo que sí te digo es que Benvenuti es ampliamente superior, boxea mejor, tiene más experiencia, ha peleado en todo el mundo, le ganó a Griffith en el Madison. ¿Qué querés que te diga? El mío –Monzon- desde la lógica no tiene cómo ganarle a menos que lo enganche, ¿ viste esas cosas que tiene el boxeo? Por que eso sí: pegar, pega fuerte, no te lo voy a negar. Pero tiene las manos muy débiles por el raquitismo que tuvo de chico, después tiene una fistula anal de la que va a tener que operarse en cuanto regresemos, nunca hizo 15 rounds, qué se yo… Es muy difícil que le pueda ganar.

¿Y entonces por que me insistís tanto para que hagamos la pelea ahora?

Mirá Bruno (Amaduzzi), en algún momento lo vas a tener que pelear. Agarralo ahora, yo sé por qué te lo digo. La única chance del mío es que le pegue. Te pregunto: ¿Es fácil pegarle al tuyo?

Y verdaderamente, pegarle a Nino es difícil. Pero Monzón…, Monzón no dice nada como negocio. En Italia no lo conoce nadie, no vale nada.

No te hagas problemas Amaduzzi, decime cuanto querés para pelear aquí, en mi estadio, en el Luna Park y la hacemos acá y chau. Aquí en Buenos Aires, Benvenuti es idolo. Peleamos acá y chau.

No, no, si peleamos , peleamos en Roma

Ok, haceme una oferta buena y vamos

Te llamo por teléfono o le digo a Rodolfo Sabbatini, el promotor, que te llame. Más o menos anda pensando en 20.000 dólares como mucho.

Salieron del barcito Ring Side de la calle Bouchard, en la misma vereda del Luna, y se dieron la mano. A Bruno Amaduzzi lo esperaban para llevarlo a Ezeiza. Y Tito llamó a Brusa a Santa Fé para que comience a preparar a Carlos Monzón. Único boxeador argentino con la siguiente particularidad: una vez concretada la pelea, dejaba automáticamente de fumar, de tomar, de comer alimentos indebidos y de salir por las noches. Y en el mismo sentido dedicarse a entrenar, descansar y mentalizarse para el combate.

A medida que transcurrieron las vueltas, Monzón se fue distendiendo. No había rigidez en ninguno de sus músculos. Y Menno, que era muy experto, le fue automatizando los mecanismos de la neutralización: agarrar, trabar con la presión de los pulgares en los bíceps, pegar hasta el límite del cinturón, mitad golpe bajo y mitad legitimo, traer el cuerpo de Nino hacia el de él atenazando la nuca con su antebrazo.

Monzón, que en los primeros rounds lució lento y frontal, había crecido hasta transferirle a Benvenuti la responsabilidad del desarrollo del espectáculo. De tal manera, se notaba un crecimiento entre el segmento del 1 al 5, respecto del 6 asalto en adelante.

Suelto y audaz, Monzón permite que el italiano tome el centro del ring. Y desde allí ensaya sus partidas curvas. Swing externo y gancho ascendente. En esta 12° vuelta, además, encuentra la distancia tan pacientemente buscada. La derecha, que le había hecho daño a Nino en el round anterior, vuelve a tocarlo. Y a moverlo hacia atrás con un uppercout en la sien izquierda.

Hernan Santos Nicolini, relator esa noche junto a Osvaldo Caffarelli-el narrador habitual de Radio Rivadavia, el enorme relator deportivo–, le toca en turno preanunciar el final. Eran dos relatores y sortearon los rounds que le tocaría narrar a cada uno. Los impares Osvaldo y los pares Santitos y el comentarista para ambos fue el enorme y querido gordo Horacio García Blanco.

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Es que nadie quiso poner un peso por los derechos. Santitos hipotecó un departamentito y los compró en 5.000 dolares más todos los gastos de transmisión. Luego, con los derechos en su poder vendidos por Rodolfo Sabbatini, el empresario de la pelea, buscó una radio para transmitir. Y tras desfilar por varias que se negaron, Rivadavia le aceptó con la condición de incluir a su equipo de transmisión. El cuello del relator pareció explotar: "Una izquierda de Monzón a la cabeza, se va Benvenuti hacia atrás, busca una salida, lo ataca Monzón…".

Ulises Barrera, maestro de muchos comentaristas de boxeo, era más cauto en la transmisión en vivo por Canal 11, hoy Telefé (que pagó 10.000 dolares por los derechos): "Va Monzón hacia el campeón mundial, pero debería tener cuidado con la réplica de…".

Y pensar que hasta ese momento el árbitro Rudolph Drust y los jurados Georges Pondré de Francia y Aimé Leschot de Suiza tenían ventajas para Nino Benvenuti. Hubiera sido un robo. El milagro se iba produciendo. Nadie confiaba en él. No sólo los medios. Tampoco los aficionados argentinos en general. Cuando se despidió peleando contra Andy Rosa en el Luna Park lo despidieron con silbidos a pesar de haber ganado por nocaut en el 4 round.

Una empresa de turismo que dos años antes había tenido cierto éxito llevando argentinos a las peleas de Ramón La Cruz con Curtis Cokes (Nueva Orleáns) en combinación con la de Locche–Fujii (Japón), debió suspender el emprendimiento por falta de interesados para ir a ver a Monzón en Roma.

Monzón se concentró a comienzos de octubre en Buenos Aires. Lo hizo en el modesto hotel Splendid Bouchard, frente al Luna Park. Corría por los bosques de Palermo desde las 7 de la mañana y al regresar colgaba su ropa en el balcón que da a la calle Lavalle para que el sol la secara y usar parte de ella por la tarde en el gimnasio.

El profesor Patricio Buby Russo Seibene del CUBA y del Colegio Militar se sumó como preparador físico. Y vendió su Fiat 600 para pagarse el viaje, ya que Sabbatini envió cuatro pasajes en clase Turista. Sus destinatarios fueron: Monzón, Brusa, Daniel González (sparring) y Tito Lectoure.

Tuvieron suerte. En Roma se alojaron en el Albergo Spórting, cercano a la plaza Euclide en el EUR, un barrio de diseño moderno a unos 20 minutos de la Roma Historica a traves de la Vila Borghese.

A los pocos días conocieron a Juan Carlos Casal, un argentino dueño de un taller de chapa y pintura que les facilitó la logística. Y el entrañable Juan Carlos Lorenzo, por entonces director técnico de la Lazio, amigo de Tito Lectoure quien llevó al médico del club para infiltrarle las manos con Novocaina, única manera de poder pelear.

A partir de ese combate sería el doctor Roberto Paladino quien perfeccionaría las infiltraciones: primero Xylocaina y después Corticoides. Las manos de Monzón, al término de las peleas quedaban destrozadas. La comida de cada noche se realizaba en el restaurante L Ambasciata d' Abruzzo. Este restaurante tenía como idea marketinera poner mesas con fiambres y quesos en la vereda. Eran para que los consumieran quienes esperaban mesa. A los pocos días de la llegada de la delegación y a medida que algunos compatriotas se fueron acercando a Monzón para apoyarlo, la mesa, mágicamente, fue quitada de la vereda.

Juan Alberto Aranda, un calificado boxeador argentino que tenía a Italia como meta para ser estelarista de carteleras principales, popular fondista del Luna Park, se agregó a Daniel González y a Jose Menno para ayudar a Monzón como sparrings. Ringo Bonavena por un lado y Goyo Peralta, por el otro, sin hablarse ni cruzarse, estuvieron apoyando a Monzón y hasta subieron al ring a saludar.

O sea, desde la solidaridad y el esfuerzo se fue formando un equipo azarosamente numeroso. La esposa de Casal le preparó el caldo de gallina con verduras hervidas que Monzón ingería después de la primera pelea: la de la balanza el día anterior al combate. Monzón llegaba con lo justo a los 72.375 kg. La noche anterior dormía metido en un buzo de latex y otro de tela encima, con la calefacción del cuarto a más de 25°. Esto le permitía bajar más de dos kilos. Después necesitaba hidratarse prioritariamente. Ese caldo debía provenir de un lugar absolutamente confiable, la casa de Casal.

Antes de tomarlo, tras bajar de la balanza en acto público, Benvenuti quiso ser gentil delante de una platea adicta llena y curiosa que vio a Monzon desnudo –40 gramos menos del slip- en el teatro Jovinelli, muy cerca de la estación Terminal.

"Uehh Carlos, guardame", exclamó Nino tocándole suavemente la espalda. Monzón siguió caminando. Benvenuti insistió pero con una palmadita en un glúteo. Al sentir la mano de su rival en ese lugar, Monzón giró sobre sí y le cruzó una mirada eléctrica tan profunda como amenazante. Fue tan impactante aquello que el campeón del mundo retrocedió hasta detenerse en el medio del profundo silencio de la sala. Es probable que ese instante le marcara a Benvenuti que ese hombre no sería un rival, sino un enemigo. Y que no estaba movilizado por la gloria, sino por el hambre.

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En el mismo momento en que Ulises Barrera advierte sobre la réplica de Benvenuti y Santos Nicolini se desgañita narrando el ataque de Monzón, presumiendo el momento culminante, el Palazzo dello Sport de Roma se hunde en la desesperación.

Se va a jugar Nino, intenta un ataque sostenido, Monzón lo recibe con la izquierda en swing y le hace mover la cabeza hacia atrás cual simpático muñeco de juguete. Busca las sogas para refugiarse. Monzón desata su ataque tomando riesgos al bajar su guardia. Tiene una mirada instintiva. Olfatea la inferioridad de su presa. Abre sus ojos hasta ampliar las órbitas. Aprieta los dientes hasta hacer visible el protector bucal. Se acerca para el ataque final. Mide con el jab zurdo. Nino sale hacia su izquierda intentando fabricar un espacio lateral para escapar. Monzón decide el remate. La gente se angustia, murmura, da su ultimo aliento. Brusa le pide definición: "Ahora, ahora Carlos, ahora, la derecha, la derecha…".

Bonavena se acerca al ring, Lectoure, desde abajo, le hace señas para que ataque, los fotógrafos de pie, mantienen sus lentes en la acción, las cámaras de televisión apuntan a ese encordado donde el gran Nino intenta zafar saliendo hacia su izquierda y Monzón le dispara el cruzado de derecha que lo derrumba verticalmente, primero se derriten las rodillas, después se le caen los puños y por ultimo se le resigna el tronco. El gran Nino cae mirando al infinito, le cuesta respirar, el estadio sufre. El referí cuenta… 7,8,9 y antes de llegar al out, un particular sube al ring con la intención de interrumpir la cuenta. Monzón levanta los brazos. Es el nuevo campeón mundial de peso mediano.

Una multitud lo aguarda en Ezeiza. Por primera vez en su vida la Policía lo protege. Un camión de los Bomberos Voluntarios de La Boca lo lleva hasta el Luna Park, paralizando la Richieri, la General Paz, diversas calles y la Avenida Corrientes. La sonrisa le confunde la emoción de sus ojos. El barro de San Javier, el cajón de lustrabotas en Santa Fé, el carrito del cirujeo tirado por el caballo flaco, las comisarias con castigo "por negro y por marginal" y aquel cielo abyecto y ausente de esperanzas quedaban atrás. También a ese pasado Monzón les había ganado por nocaut

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