A 54 años de la aparición de "Rayuela", le proponemos jugar, divertirse y pensar con la infinita imaginación de Cortázar

Llegó a las librerías nativas en junio de 1963 y no fue (ni es) un libro más: todavía asombra, rompe esquemas, hace reír, hace pensar. Todavía es una gran aventura

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Julio Cortázar era todo un flâneur: un paseante callejero que gustaba recorrer las ciudades
Julio Cortázar era todo un flâneur: un paseante callejero que gustaba recorrer las ciudades

"Yo creo que desde muy pequeño mi dicha y mi desdicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra 'madre' era la palabra 'madre' y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas."

Trate, más que de leer estas líneas, oírlas desde la arenosa garganta de Julio Cortázar, que nació en Bélgica bajo el eco de los cañones de la primera gran guerra, la del 14–18, y se murió en París, hace treintaitrés años y con aguacero (tal como el enorme César Vallejo predijo su propia muerte, así sucedida en 1938). Trate de oírlas, algo cavernosas, pausadas, con las erres sonando como grrr, como ese gruñido francés que no le imprimió su larga vida parisiense sino una pirueta biológica: apenas el frenillo más corto.

Hecha esa operación, imagine que Cortázar vive, que usted es escritor –o lo intenta–, y que quiere escribirle una carta. Y aquí lo quiero ver. Aquí lo quiero ver, compañero.

“Rayuela” es su novela más aclamada: este año se cumplen 54 de su publicación
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Listos el papel y la pluma, usted vacila. Porque, ¿cómo empezarla? No pierda tiempo. Siga las instrucciones del destinatario. Aquí van…

"Usted se reirá, pero es uno de los problemas argentinos más difíciles de resolver. Toma una hermosa hoja de papel y pone: 'Señor Oscar Frumento, Garabato 1787, Buenos Aires'. Pero usted no es amigo de Frumento. Por lo tanto, no le puede decir 'Querido Frumento', por la sencilla razón de que usted no lo quiere. Ponerle querido es casi lascivo. La gran solución argentina parece ser 'Estimado Frumento'. Pero si usted lo admira, ¿cómo lo va a tratar de estimado en una carta? Estimado es un término que rezuma indiferencia, oficina, balance anual, desalojo, ruptura de relaciones, cuenta del gas, cuota del sastre. Variantes como apreciado o distinguido quedan descartadas por tilingas y cursis. No hay caso: los argentinos necesitamos que nos desalmidonen un poco, que nos enseñen a escribir con naturalidad. Por ejemplo, 'Pibe Frumento, gracias por tu último libro'. O '¡Ñato, qué novela te mandaste!' O, con distancia pero sinceramente: 'Hermano, ¡con las oportunidades que había en la fruticultura!'. Pero será difícil, porque todos nosotros somos estimados o queridos, y así nos va".

El juego como técnica lúdica narrativa está presente en todos sus escritos
El juego como técnica lúdica narrativa está presente en todos sus escritos

"¡Ay, patria mía!". Dice la historia oficial que estas fueron las últimas palabras de Mariano Moreno, muerto en alta mar en 1811, mientras viajaba rumbo a Londres. Sin las mismas palabras, Cortázar escribió también su lamento, con este preludio: "Enemigo de confidencias directas, estos poemas mostrarán un estado de ánimo en la época en que decidí marcharme del país. La patria lo resume, años después, con algo que será acaso mal entendido. Para mí, detrás de tanta cólera, el amor está allí desnudo y hondo como el río que me llevó tan lejos".

He aquí, en fragmentos, La patria, escrito en 1955…

"Te quiero, país tirado abajo del mar; pez panza arriba / pobre sombra de país, lleno de vientos, de monumentos y espamentos / de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos / escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas / repartiendo escarapelas en la lluvia / salpicando de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides. (…) / Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking / vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga / tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas / tango, coraje, puños, viveza y elegancia. / Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado / en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia. / Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, / y algo saldrá de ese sentir. / (…) Ser argentino es estar triste / ser argentino es estar lejos".

Cortázar dividió la especie humana en dos bandos: los cronopios y los fama. Una interesante mirada sobre su época
Cortázar dividió la especie humana en dos bandos: los cronopios y los fama. Una interesante mirada sobre su época

Para abreviar, para simplificar: Cortázar dividió la especie humana en dos bandos: los cronopios y los fama. Para que usted pueda llenar las líneas de puntos (ya sabe: …………), van estas referencias. Los cronopios sueñan, se ríen, no planean (improvisan), reparten globos en las oficinas públicas, escriben "¡Se acabó!" en las paredes con tizas de colores, llenan los formularios con errores, sacan la lengua cuando les toman una foto carnet, y cuando viajan, llevan osos de felpa y estrellas de mar en las valijas. Los famas no sueñan, roncan. No se ríen, hacen muecas. Planean todo el día, hora por hora, minuto por minuto, y lo agendan. En las oficinas públicas no reparten globos, piden el Libro de quejas. Llenan los formularios con prolija caligrafía y sin error alguno. Van a la peluquería, se afeitan, se recortan el bigote y se ponen saco, cuello y corbata para la foto carnet (y si sale mal, retan al fotógrafo). Y cuando viajan, despachan la valija sin temor, porque solo han puesto en ella lo útil, lo necesario, lo previsible.

Y bien, empiece. Advertencia: aquí no hay multiple choice ni "no sabe / no contesta".

Juéguese si es guapo.

Los gatos eran su debilidad. Dejan entrever a un hombre dotado de ternura
Los gatos eran su debilidad. Dejan entrever a un hombre dotado de ternura

Si no leyó Rayuela, léala. Pronto. Salió hace cincuenta y cuatro años y está en todas las librerías: no tiene excusa. Nada de "no me enteré" ni "está agotado". Como creo que me hará caso, le tiro estas líneas para ponerlo en clima. En el invierno de 1963, cuando Astor Piazzolla irritaba a los tangueros de crencha engrasada y solapas como aletas de tiburón, los militares nativos eran azules o colorados y los civiles nos jodíamos, y Lee Harvey Oswald no había comprado el Manlicher-Cárcano que le volaría los sesos a John Kennedy, llegó a las librerías de Buenos Aires una novela: Rayuela. La firmaba Julio Cortázar, del que los nativos tenían pocos y vagos datos. Los más notorios: medía casi dos metros, vivió en el barrio Agronomía, fumaba negros, a pesar de sus 49 años tenía cara de adolescente eterno, y había publicado sus primeros poemas como Julio Denis, alias que sugería más un cantor de boleros ("Me iréeee cuando mueeera la taaarde", etcétera) que un poeta.

En la primera página, primer cross a la mandíbula: "A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El primero termina en el capítulo 56. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue. El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73, y…", lo que sigue II.

Pero ese juego transgresor, esa piedra en el zapato de las almas simples, ni por asomo prefigura lo que sigue. Porque Rayuela es una novela colosal. Una contranovela que dispara, por el absurdo, contra el absurdo de la vida humana edificada sobre costumbres y pasos administrativos. Una sublimación del arte y del artista. Un viaje exasperado de encuentros y desencuentros rumbo al Cielo, la última casilla de la rayuela.

Quinientas y pico de páginas con cien o mil lecturas posibles y no menores que Ulises, El castillo, Viaje al fin de la noche, Lolita o cualquiera de los monstruos sagrados.

Pronto hubo capillas que oficiaron misas cortazarianas. Pronto, todos sus devotos quisieron ser Oliveira, La Maga, Rocamadour. Tanto, que Abelardo Castillo recordó en una evocación del autor: "Muchas boutiques de Buenos Aires pasaron a llamarse Rocamadour, y algunas señoritas, se sopetón, te decían 'Yo soy La Maga, yo estuve con Julio en París, yo…'".

Si después de todo esto no larga ese best seller que está leyendo y se mete en Rayuela, ¿qué quiere que le diga?

Pocos escritores han influenciado tanto a su generación y las generaciones siguientes como Julio Cortázar
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Tal vez necesita un empujón para subir esa escalera… y Cortázar, previendo ese problema, escribió:

"Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto como para que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie…"

¿Es necesario seguir?

Bien. Si la intriga lo mata, esa loca joyita de J.C. se titula… (suspenso)… Instrucciones para subir una escalera.

Segunda instrucción para subir una escalera. Usted, que ha llegado con paciencia hasta aquí –como corresponde a un cronopio que se precie o a un fama converso–, ya está curtido para un consejo, una imploración, un ruego, casi una orden. Suba la escalera. Pero no la de peldaños convencionales. La otra. La luminosa escalera que Julio Cortázar edificó, palabra a palabra, hacia el conocimiento, el placer, el humor, la reflexión. Le juro que llegará a un Cielo más alto que el escrito con tiza en las baldosas.  

 

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