De la A a la Z, palabra de escritores: quinta y última entrega

Entre los años 1975 y hasta mediados de los 2000, el autor de esta nota entrevistó a más de 40 autores famosos. Esta serie buscó recuperar momentos y frases de aquellas charlas que, en algunos casos, conservan una sorprendente actualidad.

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Mario Vargas Llosa, 2000

"Volvamos a Trujillo (Rafael Leónidas) y a mi libro La Fiesta del Chivo. Fue un monstruo. Tan monstruoso, que me costó mucho humanizarlo. Un enano con aire, ropajes y medallas de emperador. Un criminal en el extremo de la degradación. Desmesurado, extravagante, cruel, brutal, teatral, inmensamente huachafo (cursi). Llegó a ser dueño de cada metro de su país y del alma y la voluntad de cada habitante. Su mujer no escribió una línea, salvo dos horribles libros que perpetró un periodista español y firmó ella, y sin embargo un grupo de intelectuales dominicanos… ¡pidió para ella el premio Nobel de literatura! Un dictador en estado puro, y una perfecta y espantosa síntesis de la historia de América Latina"

"Mi paso por la política fue una etapa muy negativa, pero muy instructiva. Porque aprendí cosas sobre mí que ignoraba. Aunque, a la hora de las sumas y las restas, el resultado fue muy traumático. Pérdida de ilusiones. Certeza de que la mayoría de los políticos, en la lucha por el poder, sacan a la luz lo peor de los seres humanos. Certeza de que echan todo por la borda con tal de conquistar el poder… o de conservarlo. Conocimiento directo del terrorismo, la sangre, la muerte. Viví mi campaña entre atentados, asesinatos, terror perpetuo, y supe entonces que mi idea previa de la violencia era distante, intelectual si quieres…"

Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa

Álvaro Vargas Llosa, 2000

"Para escribir este libro, En el reino del espanto, fui un clandestino en mi propio país. Sí… Entrando de incógnito, protegido por agentes secretos del régimen… que sin embargo no responden al régimen. Disfrazándome con gorras, pelucas, anteojos, barbas. Y corriendo peligro. No había otro modo, porque la dictadura de Alberto Fujimori es, como dictadura, perfecta. Todos desconfían de todos. El clima de espionaje y delación es continuo… Y mis informantes también corrieron riesgos inmensos. De muerte… Sobre todo el agente de Inteligencia que en la novela llamo Besitos… En definitiva, me convertí en un personaje de mi propio libro".

"Es cierto, las noticia que llegan desde Perú nunca hablan de horrores. La pregunta toca el nervio. Sucede que Fujimori representa al nuevo dictador. No el viejo gorila con uniforme y entorchados de los años 50 sino un hombre con una máscara civil y un sistema de formalidad democrática. Es un dictador tapado, velado por un sistema perverso. Pero ese velo empieza a desgarrarse. Su régimen va a caer, porque entró en una etapa de ilegitimidad muy, demasiado grande. Mantuvo su máscara contra viento y marea, pero en la última y escandalosa elección se la quitó. La mentira quedó expuesta en carne viva".

(N. de la R.: Mario y Álvaro, padre e hijo, empezaron al mismo tiempo sus novelas sobre dos dictadores, siguiendo los ejemplos literarios de Miguel Ángel Asturias (El Señor Presidente), Augusto Roa Bastos (Yo, el Supremo), Gabriel García Márquez (El Otoño del Patriarca), y hasta José Mármol (Amalia, contra Juan Manuel de Rosas). Pactaron no leerse uno al otro hasta el final. Terminaron casi al mismo tiempo, y descubrieron que en ambas novelas había "coincidencias milimétricas).

Alvaro Vargas Llosa
Alvaro Vargas Llosa

Manuel Vázquez Montalbán, 1998

"Soy hijo de un Vázquez gallego y de una Montalbán murciana. Padres que emigraron a Cataluña porque perdieron la Guerra Civil, que conocieron la desocupación y la miseria de vivir en el barrio chino de Barcelona, pero que vieron mi extraño privilegio: en ese barrio fui el único que llegó a la universidad. Título: doctor en Filosofía y Letras y en Periodismo. Y después, por ser de izquierda bajo Franco, la cárcel. Donde aprendí a cocinar para mis compañeros (presos políticos y delincuentes comunes) en un mechero hecho con latas de melocotones en almíbar. Y después de la cárcel, a buscar trabajo en el periodismo, pero siempre con el estigma del perseguido. Por eso tuve que escribir en revistas de decoración, de cocina, de ropa interior de señora, de cuanto te imagines…".

"¿Cómo nació Pepe Carvalho, el único detective célebre en lengua española? Más que nacer, fue armado. Es una especie de muñeco del doctor Frankestein, hecho con pedazos de otros. No me explico cómo pude escribir más de veinte novelas con él de protagonista en un cuarto de siglo, traducidas hasta al coreano, y ganar millones, cifras galácticas… Recién a los 32 años tuve mi primer pasaporte. Pero algo me enseñó la dictadura, aunque lo recuerde con tristeza: me obligó a inventar un lenguaje capaz de filtrarse por la coraza de la censura. Me enseñó esa forma de astucia que al final conduce a un estilo".

"Pues sí, un día me mudé a Buenos Aires. ¿Por qué? Porque la conocí en el 84 y quedé fascinado. Sólo tenía una idea de ella a través de las películas de Sandrini y Mirtha Legrand. A pesar de que llegué en plena hiperinflación –cualquier argentino era un experto en dólares, plazos fijos, mesas de dinero: ¡increíble!–, me deslumbraron las librerías abiertas hasta la madrugada, la capacidad de debate de la gente, y hasta la existencia de un guerrillero de terrible leyenda, Firmenich… ¡que cree en la Virgen María! Si con todo eso no escribes una novela, es porque no eres escritor… Amo a Baroja, a Valle Inclán, a Cernuda, a Vallejo, a Cortázar, a Gabo, al Vargas Llosa de sus primeras novelas, a Camus, a Sartre, a Pratolini, a Whitman, a Faulkner –¡ese encantador de serpientes!–, a Cervantes, a Shakespeare, y a tu Borges, que es la escritura. La Biblioteca Universal puesta encima. Lo que más me gusta de él es que siempre está mintiendo. Es, con la palabra, una especie de relojero invencible".

Manuel Vázquez Montalbán
Manuel Vázquez Montalbán

Oscar Hermes Villordo, 1993

"Mirá, tocáme el dedo mayor de la mano derecha. Tengo un callo viejo… Es que siempre escribí con tinta escolar y pluma cucharita. Eso te deja el dedo marcado y teñido de azul. En el hospital también escribía así… y usaba como pupitre un libro de actas. Ahora estoy escribiendo una novela por encargo: Ser gay no es pecado. Mezcla ficción con realidad, hechos autobiográficos con hechos ajenos. Pero los temas centrales son la homosexualidad y la marginalidad. No es una redención de mi propia vida: jamás oculté lo que fui. Soy homosexual, fui promiscuo, y jamás lo negué. Hablo en pasado (fui), porque a los enfermos de sida nos sucede algo extraño: una vez que conocemos el diagnóstico se nos muere el sexo. No me refiero a erecciones y esas cosas. Es algo mucho más profundo. Es como si un telón negro y pesado cayera sobre el sexo, sus órganos, sus recuerdos, sus fantasías. Es… tabla rasa sobre la parte de debajo de nuestro cuerpo".

"Nunca quise disfrazar el sexo, nunca quise ponerle careta. Sabés a qué me refiero: jamás tomé precauciones. La culpa que me tiraba encima me impulsaba a dar placer. Ni siquiera a recibirlo. Dar, dar, dar: eso quería. Ponerle una careta a ese acto era mitigar el placer. Nunca fui feliz, no. Porque el homosexual arrastra una tragedia básica: quiere el amor de un hombre heterosexual, y lo quiere para siempre. Quiere reemplazar a la mujer, y eso es algo absolutamente imposible. Ese hombre puede darle momentos, unos meses, hasta unos años, pero más tarde o más temprano se irá. Y entonces llegarán la soledad y la desesperación. Porque en definitiva el drama no es el sexo: es la soledad. Entonces llega el andar de noche, la lujuria, la promiscuidad… Pero nunca fui un marica con plumas ni manoteé braguetas. Perdoná la crudeza del lenguaje…".

(N. de la R.: esta entrevista sucedió en octubre de 1993. Villordo murió el primer día de enero de 1994)

Oscar Hermes Villordo
Oscar Hermes Villordo
 

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