La medalla de oro más ridícula que la humanidad recuerde

Por Niccolò Massariello

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Por suerte o por desgracia, el azar es un factor clave en cualquier deporte.

El mundo del patinaje de velocidad sobre pista corta es duro y muchas veces injusto. El hecho de ir a tanta velocidad en tan pocos metros —110, para ser exactos— implica que muchas veces la suerte y el azar jueguen un papel clave… y te manden a la mierda años de entrenamientos en apenas un segundo.

No es el caso de Steve Bradbury, el patinador australiano que hace 14 años logró el que para muchos es el oro más afortunado de la historia de los Juegos Olímpicos de invierno —y se convirtió en un personaje de culto.

Según Urban Dictionary, la expresión 'hacer un Bradbury' significa "ganar por circunstancias increíbles, a pesar de partir de una posición de desventaja". El caso original fue exactamente así: Bradbury tuvo una serie increíble de golpes de suerte que no tienen precedentes en la historia del deporte.

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Toda la suerte que Bradbury tuvo en las Olimpiadas del 2002 parece una respuesta del karma a todo lo que ha tenido que tragar a lo largo de su (escasamente gloriosa) carrera.

En 1994, a los 21 años, el australiano había ganado 3 medallas en Mundiales de patinaje en pista corta —todas en pruebas de relevos– y un tercer puesto en los Juegos Olímpicos de Invierno de Lillehammer, en Noruega. En esa época, Bradbury empezó a acumular mala suerte, empezando por un incidente muy grave donde él mismo contó que un patín le traspasó el cuádriceps femoral casi al completo. Necesitó 11 puntos de sutura y varios meses para recuperarse.

La mala suerte siguió en los Juegos Olímpicos de invierno de 1998, donde Bradbury no logró absolutamente nada. Dos años después, mientras entrenaba, otro patinador chocó contra él y el australiano terminó golpeándose la cabeza contra las vallas protectoras de la pista: se fracturó dos vértebras del cuello y casi se rompe literalmente todo el cuerpo.

Para el desafortunado patinador australiano, la carrera parecía a punto de acabar sin demasiada pena ni gloria, pero Bradbury no era tan fácil de doblegar. Se apuntó a las pruebas para los JJOO de invierno de Salt Lake City de 2002 y se inscribió a todas las categorías disponibles.

Contra todo pronóstico, justo en ese momento empezó a cambiar su suerte. Sé que esto te parecerá un anuncio cutre de Facebook, pero… bueno, no creerás lo que ocurrió a continuación.

Bradbury superó la primera ronda con comodidad y alcanzó las semifinales. Allí, el australiano no esperaba poder sacar nada: él mismo contó que en realidad sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganar, porque era ya de los atletas más veteranos y no disponía de tiempo suficiente como para recuperarse entre carrera y carrera.

Su estrategia, pues, consistiría en quedarse a la cola, esperando que algo pasara —lo cual es bastante común en el patinaje sobre pista—… y ciertamente pasó algo.

El árbitro dio inicio a la carrera. Bradbury debía enfrentarse al coreano Kim Dong-Sung, al japonés Satoru Terao, al chino Li Jiajun y al canadiense Mathieu Turcotte. El australiano empezó el último, y probablemente allí se hubiera mantenido si en la última recta el coreano Dong-Sung no se hubiese caído… y poco después también se hubiesen caído Li y Turcotte en rápida sucesión.

Bradbury pasó segundo, pero el japonés Terao fue descalificado, así que, increíblemente, el australiano llegó a la final como primero. Li y Turcotte, a pesar de sus respectivas caídas, pasaron a la final con él.

La historia de Bradbury fue tan popular en Australia que hasta le dedicaron un sello de correos. Foto de Mark Baker, Reuters
La historia de Bradbury fue tan popular en Australia que hasta le dedicaron un sello de correos. Foto de Mark Baker, Reuters

Si superar a las semis ya había sido toda una proeza, hacer una buena final parecía una quimera para Bradbury. Además de Li y Turcotte, el australiano debía enfrentarse al estadounidense Apolo Anton Ohno y al surcoreano Ahn Hyun-Soo, que posteriormente ganó tres oros en Turín 2006.

Bradbury se preparó para repetir la estrategia de las semis: sabiéndose físicamente inferior a sus competidores, se quedó detrás de todo a la expectativa.

Y entonces llegó la última vuelta.

Bradbury seguía último, pero entonces Li, que iba tercero, perdió el equilibrio y salió de la pista. Hyun-Soo, intentándolo esquivar, chocó contra las piernas de Anton Ohno; Turcotte, que pasaba por allí, también terminó tirado.

Bradbury, que estaba lejísimos de los demás competidores, pasó la meta tranquilamente… en primera posición. A sus 29 años, el patinador australiano acababa de ganar un oro olímpico prácticamente sin querer.

Mejor míralo tú: aquí tienes la secuencia de la final.

"No estaba seguro de si debía irme celebrarlo o a esconderme en un rincón", admitió Bradbury tras la carrera. En una entrevista para la BBC hecha poco después de haber ganado el oro, el australiano aseguró que se sentía el "hombre más afortunado del mundo".

No es para menos.

Steven Bradbury frente a la inmensa belleza de la realidad. Foto de Rick Wilking, Reuters
Steven Bradbury frente a la inmensa belleza de la realidad. Foto de Rick Wilking, Reuters

Steven Bradbury hoy en día tiene 42 años y se dedica al mundo del 'coaching' (vaya, qué sorpresón). En 2005 se publicó una biografía sobre él; hoy, su cuenta de Twitter es un listado infinito de frases que deberían motivarte a darlo todo, porque ya sabes, el universo conspira para hacerte feliz, la vida es una solamente y nunca se sabe qué te reserva el futuro.

Aunque bueno, eso es fácil de decir para alguien a quien literalmente le tocó el premio más gordo de la lotería en las Olimpiadas.

Publicado originalmente en VICE.com