¿A qué se debe la obsesión de la moda por la "clase obrera"?

Por VICE Staff

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Analizamos la doble moral de 'glamourizar' la ropa de trabajo y los peligros de convertir a la clase trabajadora en una subcultura.

Cuando Nordstrom anunció los "Barracuda Straight Leg Jeans" de Prps el pasado mes de mayo, su sitio web los describió como "Ropa de trabajo al más puro estilo americano, que ha sufrido la acción del trabajo duro con un recubrimiento agrietado y apelmazado de barro que muestra que no temes ponerte manos a la obra y ensuciarte". La etiqueta de la prenda vaquera, que marcaba 425$ (unos 380 €), no impidió que se agotaran rápidamente online y, para quienes no lograron hacerse con un par, la marca de lujo con sede en Nueva York tenía también los pantalones manchados de pintura "Splatter Paint Stretch Woven Jogger Pants" en oferta, por 300$ (unos 270 €). En palabras de Prps, permiten a quien los lleva "parecer que acaba de salir del estudio de arte".

Por supuesto, los vaqueros "sucios" llevan bastante tiempo entre nosotros, pero estos ejemplos son extremos. Donwan Harrell, fundador de Prps, admitió que sus procesos de fabricación estaban directamente inspirados en información proporcionada por trabajadores reales, lo que suscita la pregunta: ¿por qué un consumidor capaz de gastarse 300 € en unos pantalones querría desesperadamente parecer una persona que trabaja con sus manos?

En 1967, Roland Barthes dijo que la ropa era un lenguaje, un conjunto de símbolos combinados por quien la lleva para comunicar su idea de identidad. Pero lo que llevamos puesto no dice tanto de quiénes somos como de quiénes nos gustaría que la gente pensara que somos. La ropa nos permite ir cambiando de clase social, o al menos que así lo parezca. En la Inglaterra del siglo XVIII los hombres jóvenes y adinerados "vestían por debajo" de lo que dictaba su clase para rebelarse contra el sistema del que se beneficiaban. Décadas más tarde, durante el principio de la década de los 2000, las élites en ciernes combinaban un bolso Speedy de Louis Vuitton o artículos de las líneas más accesibles de las marcas de lujo con prendas básicas de cadenas populares de tiendas para proyectar la apariencia de que estaban escalando en la sociedad. Pero si avanzamos hasta la década de 2010, el gusto de la élite por la moda ostentosa ha quedado atrás, amenazado por la crisis financiera mundial.

AdWeek ha subrayado cómo las marcas industriales tradicionales de ropa de trabajo como Carhartt, Dickies' y Filsonnow ahora sirven a clientes urbanitas con cierta inclinación hacia los cortes y estilos utilitarios, pero estos looks como desgastados rara vez son producto del trabajo duro de quien los lleva sino del esfuerzo de los trabajadores de la moda. Tal y como indicó Al Jazeera en 2015, los empelados chinos todavía eran obligados a desgastar los pantalones vaqueros con la prohibida práctica del arenado, un proceso químico asociado a enfermedades pulmonares. El verdadero coste de "vestir de pobre" lo pagan los trabajadores explotados, no los consumidores.

Por supuesto, la creciente popularidad de marcas tradicionales de ropa de trabajo también tiene que ver con la funcionalidad. Más allá de los mensajes que puedan enviar las prendas, existe un pragmatismo moderno hacia prendas básicas como los monos o los petos. Sus numerosos bolsillos, en su día diseñados para que los trabajadores manuales llevaran diversas herramientas, tienen todas las probabilidades hoy en día de contener un smartphone y una cartera. El resurgimiento de estas prendas en la pasarela y en las calles también está relacionado con su duradera funcionalidad y, cuando no se presentan como parte de una fantasía inventada acerca de la clase trabajadora (es decir, cubiertos de barro falso), su lectura es bastante más siniestra.

Imagen vía @dickiesofficial
Imagen vía @dickiesofficial

Los comentaristas de moda se han dado cuenta de los peligros de diluir a la clase trabajadora y convertirla en una "escena" o subcultura, especialmente cuando el que lleva las prendas no tiene que hacer ningún esfuerzo aparte de un intercambio monetario. De modo que, ¿cuándo se convierte esta interseccionalidad de la moda en algo clasista? ¿Cuándo pasamos de sentirnos inspirados a convertir los hábitos de vestimenta de los trabajadores en un fetiche? Si la moda es un lenguaje sin palabras, como propuso Barthes, los que pueden elegir qué ponerse quizá quieran hablar más sinceramente acerca de quiénes son.

Publicado originalmente en VICE.com