Diez cosas que siempre has querido saber sobre un traficante de inmigrantes ilegales

Por Jorge Damián Méndez Lozano

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"Una vez crucé a un sacerdote de Michoacán al que acusaban de pedofilia", cuenta El Trampas, pollero.

El Trampas es pollero (traficante de simpapeles que les cruza desde México a los Estados Unidos) y esta noche está muy preocupado. Tiene que hacer saltar (literalmente saltan una valla) a dos pollos (simpapeles) que llevan dos días sin poder pisar territorio estadounidense. La constante vigilancia de la patrulla fronteriza no se lo ha permitido, pero cree que hoy será diferente.

Estamos fuera de una vivienda en el tercer piso de un edificio en la calle Cristóbal Colón, una transitada avenida que colinda con el muro fronterizo Mexicali-Caléxico. Los dos futuros indocumentados, el Trampas y yo, nos dedicamos a mirar en silencio y desde las tinieblas una camioneta de la patrulla fronteriza norteamericana que vigila sobre J A Roadney Ave, una calle que separa los campos agrícolas de la última urbanización de la mancha urbana. No podemos ponernos de pie, ni encender un cigarrillo y mucho menos tomar fotografías, porque el agente de inmigración subido en el coche nos vería con sus prismáticos de visión nocturna, y si eso sucede, no se moverá nunca de ese punto, y justo por ahí pasa la ruta de escape de 200 metros que los pollos deben seguir antes de esconderse en la zona residencial de Caléxico. Al llegar a ella se ocultarán debajo de un coche, detrás de arbustos, dentro de un cubo de basura, junto a un matorral o donde puedan. Llamarán por teléfono al Trampas y le darán su ubicación exacta: el nombre de la calle, la descripción de las casas a su alrededor; cualquier detalle que ayude al raitero (el encargado de transportar a los indocumentados) a dar con su paradero antes de llevarlos a una casa segura en el condado de Imperial a la espera de su destino final: Los Ángeles. Esta ciudad californiana no es el destino de Marcos, uno de los dos pollos que espera con impaciencia. Él es tapatío (de Guadalajara), tiene 25 años y se dirige al estado de Washington a recoger manzanas. Ahí hizo su vida, en el estado que vio nacer a Nirvana y Pearl Jam. No lo deportaron, salió de Estados Unidos para viajar a Guadalajara a visitar a su madre enferma. Ahora vuelve y, si todo sale bien, estará en Los Ángeles en un par de días: pagará por el servicio y contratará un transporte que lo llevará a casa.

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Antes de formular mi primera pregunta, un niño sale del piso junto al nuestro. Lo hace gateando, porque conoce las medidas que deben tomarse para no ser advertidos por el agente de la patrulla fronteriza. "El migra ya sabe que desde aquí los vigilamos, tiene controlado este edificio; si nos ven no se moverán y no podremos saltar", me dice el Trampas. "Dice mi papá que si quieren un bocadillo o un vaso de agua", nos pregunta el niño. "Su papá trabaja conmigo", vuelve a intervenir el Trampas. "¿Tienen ahí la cuerda?", pregunta el padre del niño desde la oscuridad.

"Este negocio ya no es lo que era, desde el 11 de septiembre cayó en picado. Antes cruzaba hasta 200 pollos a la semana, ahora si saltan cuatro me va bien. Febrero y marzo son buenos meses porque las personas hacen su declaración de impuestos y el gobierno les devuelve dinero que usan para que enviemos a sus familiares hasta Los Ángeles; les cobramos entre 6.000 y 7.500 dólares (entre 5.600 y 7.000 euros). Si vas más lejos, como a Denver, Nueva York, Chicago o Washington, se te consigue un raitero que te llevará en coche por 1.500 dólares (1.400 euros). A mí me pagan 300 dólares (284 euros) por cada persona que cruzo", dice el anfitrión, antes de pedir que bajemos un piso para poder hablar "más relajado".

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VICE: ¿Cómo te iniciaste en el tráfico de indocumentados?
Trampas: Soy de Mazatlán, Sinaloa. A los que viajan en tren sin pagar les llaman "trampas", de ahí mi apodo. Me colaba en los trenes de carga de la estación de ferrocarril. A los 14 años me fui sin pagar a Guadalajara, pero regresé pasados algunos meses para hacer los exámenes del segundo semestre de la escuela preparatoria. Me gustó viajar. Cuando cumplí 15 años, un amigo (que en paz descanse) me invitó a Tijuana, me convenció y nos marchamos: no teníamos dinero, ni familia, ni casa a donde ir; solamente la dirección de unas mujeres del barrio que estaban de prostitutas en la calle Coahuila, donde está todo el lío.

Llegamos sin dinero y sin nada. Las amigas del barrio nos ofrecieron que nos quedáramos con ellas, pero seguíamos sin dinero y empezamos a asaltar a los borrachos de la zona centro de Tijuana. Les hacíamos la llave china en el cuello, se desmayaban y les robábamos. Así aguanté siete meses hasta que me detuvieron y me encerraron un año en una cárcel para menores de edad. Cuando salí estaba en las mismas: sin dinero y sin nada, y otra vez empecé a robar.

En el hotel donde me alojaba eran polleros. "Nos falta un guía, ¿quieres hacer un viaje tú solo? No tendrás que volver a pagar hospedaje ni comida, y aquí te puedes quedar a vivir", me dijo uno de los que dirigía el hotel, y acepté. Él vivía en la colonia Castillo, pegado a la frontera. Me presentó al que tenía que cruzar; como ya lo había acompañado varias veces, ya me sabía el camino. Estuvimos los tres estirados en el maletero de un coche esperando a que la patrulla fronteriza se moviera. En cuanto se movió, cruzamos. Caminamos unas horas hasta la parada del trolley (tren ligero) de San Ysidro. "Voy a llamar desde el teléfono público para que me traigan el dinero", me dijo. Pero el hijo de su puta madre corrió y corrió, y no me pagó. ¡Mierda!, volví a pie muy triste por donde entré, ni siquiera salí por la frontera. Era nuevo, me acobardé y me jodieron. Eso fue en 1993, hasta la fecha sigo en esto. Así fue como empecé.

¿Es posible sobornar a los agentes de la patrulla fronteriza?
Solamente he sabido de casos en Texas, pero tengo una anécdota que primero me asustó y después hizo gracia. Una mañana, un tío y yo entramos a unos pollos por la zona de Los Algodones, junto a Arizona. En CINHGA fuimos a esconderlos a El Centro, California. Había como 50 personas, la casa estaba llena. Me senté en el sillón a ver la televisión y oí que llamaron a la puerta. Me asomé por la ventana y vi que era un gringo agente de la patrulla fronteriza, con uniforme, pistola y patrulla. "Puta madre, la hemos cagado", pensé. Siguió llamando, pero está prohibidísimo abrir la puerta. "Abre", me dijo uno de los encargados. "Es un migra, un agente de la patrulla fronteriza", le dije en voz baja, lleno de pánico. "Ábrele la puta puerta, chingado!", me gritó. Resulta que el migra se tiraba a la dueña de la casa. El migra nos saludó y se fue directo al cuarto con ella; se estuvo dos horas y se fue, solo fue a follársela. El migra no era parte de nosotros, pero seguro que sí sabía a qué se dedicaba su novia mexicana.

Durante un tiempo viví en Browley, California. Ahí conocí a un muchacho que ahora es CBP (de Aduanas y Protección Fronteriza), agente de la frontera. A veces me lo encuentro en el club nocturno La Casona, que está antes de cruzar a Caléxico. Los dos sabemos a qué nos dedicamos. "Tú a lo tuyo y yo a lo mío", le digo cuando me lo encuentro, así de bien nos llevamos.

La constante presencia de la patrulla fronteriza al otro lado del muro
La constante presencia de la patrulla fronteriza al otro lado del muro

¿Cómo es un día en una casa de seguridad?
En el Valle Imperial podemos aguantar hasta 15 días refugiados en una casa de tres habitaciones con 40 o 50 ilegales; esperamos a que se despejen las carreteras de retenes de la patrulla fronteriza para poder conducir hasta el destino final, Los Ángeles. Tenemos gente en las carreteras que nos avisan cuando retiran los retenes. Pero en general es muy aburrido estar en las casas de seguridad. Solo hablamos, cocinamos, jugamos a cartas o vemos la televisión. Imagínate cómo se enfadan por no poder salir a la calle. Hay algunos que aprovechan cualquier descuido, pero no salimos a buscarlos. Total, ¿hasta dónde llegarán si no saben dónde estamos? Acaban regresando porque las localidades del Valle Imperial son muy pequeñas; aparte es muy probable que los detenga la patrulla fronteriza. Se distingue claramente a los que cruzan: van muy mal vestidos, con greñas y cara de asustados, no saben hablar inglés y algunos ni leer español. Pero allí en Los Ángeles es diferente: todas las casas de seguridad están enrejadas y con candado, los tenemos con nosotros hasta que la familia nos paga. Pero en ocasiones los pollos se escapan, ya no vuelven y la familia no nos paga. Date una vuelta por las zonas de MacArthur Park o por la cantina El Gallo Giro en Huntington Park, y verás puro paisa, gente de Oaxaca o Chiapas. En estas zonas, si salen de la casa ya no los encontramos, porque está lleno de mexicanos y se confunden".

¿Has cruzado a personas poco típicas como europeos, por ejemplo?
Sí, a un tipo de Inglaterra y a un sacerdote michoacano que estaba acusado de pedofilia. No sé qué hizo ese inglés, pero lo habían deportado. Cuando quiso volver a entrar a Estados Unidos, viajó de su país a Ciudad de México, después voló a Tijuana, se bajó en Mexicali y se hospedó en el Hotel Plaza. No hablaba español, pero logró comunicarse con un deportado, quien le puso en contacto con otra persona y me lo hizo llegar a mí. Lo crucé saltando la baya de Caléxico, pero lo detuvieron y ya no sé qué pasó.

Lo más raro fue cruzar al sacerdote, porque supimos que estaba huyendo por haber violado a un menor, pero no somos policías como para arrestarlo. Lo crucé por el Río Nuevo, por el agua del desagüe con un neumático; uno de mis ayudantes se lo llevó y, en cuanto cruzó la frontera, yo ya estaba esperando en una camioneta para esconderlo en un rancho en Hotville y después a Los Ángeles.

Cuando una persona quiere cruzar ilegalmente a Estados Unidos, ¿cómo te contactan? ¿Cómo se ponen en contacto con un pollero?
Cuando una persona llega a Mexicali, no llega buscando quién lo ayude a entrar. Llega porque un familiar suyo de Riverside o Fresno ya contactó con algún pollero. El familiar, a la vez, contacta con otro pollero de Mexicali que me puede llamar a mi o a otros para que lo crucemos. Si la persona es de Michoacán, llegará en avión a Tijuana y luego bajará a Mexicali porque es más fácil cruzar, la recogerán en la central de autobuses y me lo traerán a mí. Si llega un miércoles por la mañana, por la noche ya le estamos dando batería, intentando a ver si se puede cruzar. Lo malo es que si los agarra la patrulla fronteriza cruzando por Mexicali, te devuelven por Ciudad Acuña, Coahuila; y si te atrapa por Nogales, Sonora, te devuelven por Tijuana. Y así te trae la migra por todo el país, he cruzado a gente que agarraron por Tamaulipas y los sueltan por Mexicali, pero si te atrapan y quieres volverlo a intentar, no te cobramos.

Me han tocado personas que vienen del desierto de Altar, en Sonora, y los podemos cruzar tres o cuatro veces y los atrapa la patrulla. Los pillan porque son gente muy negativa; los subes hasta lo más alto de la valla y cuando ya están listos para bajar y corren, se lo piensan y dicen: "bájame porque ahí está la migra". Así no se puede. "Si no quieren ver a la migra saquen su pasaporte o váyanse por el desierto, van a pasar mil sensores y en algún momento los arrestarán, pero no verán agentes de la migra", les digo.

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¿Cuáles son las indicaciones que les das a las personas que cruzas?
Antes de acercarme a la valla con la persona, ya le he explicado en un mapa qué es lo que debe hacer cuando estén en el lado gringo; si no hace exactamente lo que yo digo, le atraparán. Nosotros ya conocemos los movimientos de los migras, por dónde pasan, por dónde giran; es como un juego de ajedrez, si el migra mueve a su reina, se la meto, pero si el pollo se mueve hacia donde él quiere, se la meterán a él. Nos pegamos a la valla, y si veo que el migra está distraído con el móvil, subo al pollo en mis hombros hasta arriba del cerco y se baja. Cuando ya ha hecho exactamente lo que le dije, me habla por teléfono y me dice dónde está escondido. Solo le pido que me dé el nombre de las calles o que me describa qué hay para yo decirle al raitero dónde recogerlo para llevarlo a una casa de seguridad en el Valle Imperial a veces es complicado porque hay personas que no saben leer. "Solo me sé las vocales", me dicen. Lo bueno es que conozco las calles y con que me digan cómo es la casa o el coche que ven, ya puedo saber dónde están. Si es de noche deben vestirse de negro, y si es de día, con la ropa que sea.

Háblame de los bajadores (asaltantes de inmigrantes), ¿has tenido problemas con ellos?
En Mexicali se puede cruzar por varias partes, una de ellas son las montañas de La Rumorosa. A unas horas está el pueblo de Ocotillo, por la Interestatal 8 que va a San Diego. Un día iba de guía de un grupo de 20 pollos. Los bajadores aparecieron cuando ya estábamos dentro de las montañas. La verdad es que a las mujeres las tratan como perras, son abusones.

Las desnudaron y las revisaron enteras para robarles el dinero. Fueron pollo a pollo revisando los zapatos, la ropa y las costuras, porque algunos meten ahí el dinero. Nos retuvieron como cinco horas. Ya les habíamos advertido a los pollos que no se llevaran nada de valor. "¿Quiénes son los guías?", nos preguntaron los bajadores. Contestamos quiénes éramos y nos dijeron: "ustedes pónganse detrás de esa piedra", porque ya saben que los guías no llevamos nada de valor porque corremos el riesgo de que nos asalten. Los bajadores no te salen por la orilla de la carretera, te salen de entre los cañones, te están viendo desde lo alto. Son personas que se dedicaban a cruzar y dejaron de hacerlo. Conocen las montañas y van armados con escopetas y pistolas, son muy cabrones.

¿De qué estados de la república mexicana cruzas más personas y cuáles son sus características y diferencias entre ellos?
La gente de Sinaloa solo va a vender droga; yo soy de allá y sé cómo está el tema, a mí nadie me va a contar. Claro que en Sinaloa hay gente trabajadora, pero de cada 50 que cruzan ilegalmente, solo uno lo hace para trabajar en el field (campo agrícola).

A la gente que siempre ves trabajando son los de Michoacán, Oaxava, Zacatecas, Guanajuato y Chiapas. Pero los de Sinaloa van a traficar con heroína, cristal o cocaína. En el Valle Imperial me pasé viviendo siete años ilegalmente, nunca he tenido pasaporte trabajaba en una casa de seguridad donde escondíamos a los pollos para después llevarlos a vivir a Los Ángeles. Me daba cuenta de que los sinaloenses solo hacían negocios con la droga, escuchaba sus llamadas telefónicas. En cuanto llegábamos a la casa de seguridad, algún familiar pagaba por ellos y se los llevaba.

En 24 años de pollero, ¿cuánto dinero has reunido?
Hace exactamente 12 años, cuando trabajábamos por Los Algodones, ganaba entre 20 y 30 mil dólares (20-25 mil euros) por semana como guía. Cruzábamos hasta cincuenta personas diarias. Llegábamos a Los Algodones a casa de una gente que no se dedicaba al tráfico de indocumentados, pero que nos dejaba esconderlos allí. Uno de los hijos de los señores de la casa nos prestaba una lanchita para cruzar el canal Todo Americano que divide a México de Estados Unidos, nos cobraba cien pesos por persona. Que son veinte, pues son dos mil pesos, otros veinte otros dos mil, y de repente podía haber hasta cien pollos diarios para cruzar. Al tipo para el que yo trabajaba le metía hasta cincuenta pollos diarios; a mí me tocó guardarle en mi casa más de 700 mil dólares (650 mil euros). Era un bolsón, porque como supondrás, eran billetes de dólar, de cinco dólares y de veinte.

¿Cómo es hacerte viejo en este negocio?
Esto no es vida. Vida es cuando has hecho un montón de dinero, viajas por todos lados, pero no. Aquí acaba mi vida, tengo casi 43 años, en dos o tres años más esto se va a acabar. Nadie me va a dar trabajo y, ¿qué voy a hacer, trabajar de vigilante nocturno? Entonces todo lo que hice no sirvió. No tengo prestaciones, ni antigüedad, ni pensión ni jubilación.

Por desgracia el cuerpo se va agotando, se va haciendo más lento: corres, te cansas y te atrapan. Hay una edad en la que ya no podré cruzar personas por el cerco cargándola en los hombros como lo hago ahora, y eso que cada día hago pesas, voy a correr y no bebo alcohol ni fumo. Hasta ahora me he salvado de estar cinco o siete años en la cárcel, pero siempre puede pasar. El final de esta historia es la edad. Nunca he tenido pasaporte y viví ocho años en el Valle Imperial. Tengo cuatro hijos y todos nacieron en California. Espero que cuando sean mayores de edad me saquen los papeles para que cuando me retire del negocio pueda vivir con pensión. Una cosa sí voy a decir: los migras más cabrones son los mexicanos y los filipinos, son unos mierdas; los gringos no tanto. Igual pasa con los mexicanos que viven en Caléxico aunque ellos también estén indocumentados, son muy cabrones. Te entregan a la migra, te insultan, te discriminan, te marginan. Por eso la gente en Caléxico que no tiene papeles no lo dice, no confía en nadie.

Publicado originalmente en VICE.com