Una presidencia de Hillary hubiera sido devastadora

Mucha población de color vio en Clinton una elitista que no los atraía; al contrario, muchos ciudadanos negros con alto sentido común escogieron a Trump y los jóvenes idealistas estaban decepcionados con Hillary

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El Presidente en funciones de los Estados Unidos es una persona con enorme autoconfianza y un hombre extrovertido que ganó más que una elección. Donald Trump ganó la confianza de la gente con sentido común. Las personas que lo acompañaron con su voto no son las que viven en las grandes ciudades y conservan estilos de vida tradicionales. Quienes dieron su voto a Trump a menudo fueron rechazados y burlados por las élites de las grandes ciudades.

Las élites citadinas norteamericanas han permanecido años bajo el adoctrinamiento constante de los medios de comunicación, la prensa, el cine y la educación progresista favorecedora del marxismo cultural de la escuela de Frankfurt que encuentra representación en los Marcuse y los Fromm, entre otros. Son la resultante de la influencia de cuatro décadas de las ideas de Frankfurt y de una desaprensiva ingeniería social y cultural que Barack Obama impuso en Estados Unidos.

La ciudadanía estadounidense con sentido común se vio oprimida y machacada por "la dictadura de lo políticamente correcto y el marxismo cultural". Estos ciudadanos vieron cómo las libertades que sus padres y sus abuelos construyeron en el pasado, en poco tiempo y bajo la era Obama, se convertían en cenizas. Así, millones de votantes vieron en Trump un camino distinto, una persona que hablaba con sentido común y se atrevió a decir lo que todos opinan, lo que todos piensan pero nadie se atreve a decir para evitar "el garrote de la dictadura de lo políticamente correcto".

Trump captó a la mayoría con sentido común, la misma que todavía vive bajo la ley y la ética, sin la influencia del marxismo cultural de San Francisco, Nueva York o Chicago; también ganó el apoyo de los famosos demócratas de Ronald Reagan, votantes naturales del partido de centroizquierda, es decir, el Demócrata, que abandonaron su espacio natural para votar por Reagan en los ochenta, y más de 30 años después han vuelto a abandonar al elitista Partido Demócrata para votar por Trump.

Aquellos que repudian y critican la elección de Donald Trump ignoran la resultante de la ira popular contra la crisis que despertó el desgobierno de la era Obama. Y lo más importante, la voluntad que la ciudadanía manifestó en su voto al elegirlo como su presidente.

A mi juicio, fue la inconformidad de la mayoría silenciosa estadounidense humillada y aplastada por las élites de Hollywood, por los profesores universitarios negadores, la televisión y las grandes cadenas de noticias que trabajaron para el antiguo statu quo lo que facilitó a Trump crear un verdadero movimiento que derivó en una auténtica contrarrevolución cultural.

Muchos colegas, académicos y personas comunes que sin mala fe son víctimas de la corriente de la escuela de Frankfurt fogonean la idea de que Trump no ha obtenido la mayoría de los votos. Ellos ignoran que ese punto es materia de otro debate —sobre el sistema político electoral estadounidense que lleva más de 200 años— y no forma parte de la realidad del triunfo de Trump. A ellos y a los que aún reclaman la ilegalidad de la elección hay que decirles que gran parte de la población negra estadounidense y jóvenes blancos que en su tiempo se abalanzaron sobre Obama con pasión extrema no lo hicieron del mismo modo con Hillary Clinton. Mucha población de color vio en ella una elitista que no los atraía; al contrario, muchos ciudadanos negros con alto sentido común escogieron a Trump y los jóvenes idealistas e ingenuos formados en la generación políticamente correcta del marxismo cultural estaban decepcionados con Hillary y preferían por mucho al socialista Bernie Sanders.

Así fue que tuvo lugar una imponente contrarrevolución, una reacción a 45 años de adoctrinamiento universal y total de la escuela de Frankfurt acentuada por 8 años de desaciertos de Obama. En consecuencia, lo que hoy vemos no es más que una realidad en la cual la revolución cultural inspirada por las ideas de esa escuela en los sesenta finalmente se encontró con su natural contrarrevolución 45 años después.

En América Latina la percepción sobre Trump es todavía mucho peor, ya que una vez que los medios de Estados Unidos manipulan su figura enviando sus versiones a la prensa local, en su mayoría hijos fieles del marxismo cultural del Foro de San Pablo y seguidores del fracaso del socialismo del siglo XXI que luego distorsionan más aún las noticias y la información que le llega al latinoamericano de a pie, y recibe una información doblemente manipulada y sacada de contexto.

Sobre los europeos se observa más de lo mismo, continúan naufragando en su propia envidia pueblerina contra los Estados Unidos y Trump.

En concreto, el marxismo cultural perdió la elección. Ganó Trump y no anda con rodeos; seguramente se unirá a Rusia para acabar con los terroristas islámicos en Oriente Medio y lo hará con Vladimir Putin como socio. A nivel interno también será auspicioso, ya que reconoce que el terrorismo islámico se alimenta de las poblaciones locales; sus posiciones contra la corrupción y el gasto público se verán en su gestión, pero a pocos días de gobernar el país más poderoso del planeta no desentonó en la toma de medidas relacionadas con sus promesas electorales.

Guste o no, Trump representaba la némesis del marxismo cultural. Como sostuvo el historiador H. W. Crocker, Trump es lo que él llama el "exorcista de lo políticamente correcto".

En mi opinión, en materia de conflictos internacionales no hay peligro de guerra nuclear con Trump como presidente. No aplica en este escenario mundial lo que el anciano Mijaíl Gorbachov vaticinó días pasados. La probabilidad de una guerra nuclear con Rusia se reduce drásticamente con Trump, por lo menos a la mitad. Hillary quería imponer una zona de restricción de vuelos en Siria, lo cual, como señaló el jefe del Estado mayor, general Dumford, significaba ir a guerra con Rusia.

El plan de Hillary era un verdadero disparate, algo suicida. Con Trump ese riesgo y los millones de víctimas que provocaría se reducen enormemente. Aunque muchos lo subestimen, Trump tiene un sentido de visión global parecido al de Putin; ambos creen en el Estado nación. Rusia acaba de divorciarse del nuevo orden mundial y está teniendo su propia revolución nacionalista. Ambos líderes piensan de manera similar, por lo que tienen menos probabilidades de involucrase mutuamente en un conflicto nuclear.

Aunque es cierto también que la sociedad estadounidense está más polarizada que nunca; por un lado, están los que se han dejado adoctrinar por Hollywood, Lady Gaga, Modern Family, Cher, la CNN, Oprah y el Día de la Tierra, entre otros. Sin embargo, las personas con sentido común los han confrontado y hay una brecha entre los primeros y los ciudadanos con sentido común que llaman a las cosas por su nombre.

En consecuencia, aquellos que manifiestan sorpresa no deberían asombrarse de que Donald Trump sea hoy el presidente estadounidense en ejercicio. Una presidencia de Hillary Clinton hubiera sido apocalíptica y devastadora en este momento de la historia para Estados Unidos y para Occidente.