Cómo volverse más fuerte luego de sobrevivir a una catástrofe natural

Especialistas aseguran que es posible alcanzar el "crecimiento postraumático" tras experimentar una situación adversa

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"¡Por favor, tenés que irte de Miami!" me imploraban mis seres queridos a la distancia, desde mi Argentina natal. El panorama no era muy alentador, las imágenes emitidas en cadenas de televisión por cable y plataformas como Infobae anticipaban la llegada al sur de la Florida de una tormenta monstruosa, un huracán de características, dimensiones y poder de destrucción nunca antes registrados en la historia moderna.

Irma se acercaba lentamente y a pesar de los ruegos de todos a mi alrededor, no pensaba irme a ningún lado. No era la primera vez que un huracán se perfilaba a desatar toda su furia desde que llegué a la "Capital de las Américas" allá por 2011. Se me viene a la mente la "súper tormenta" Sandy, que en octubre de 2012 ocasionó grandes daños materiales en la costa noreste de los EEUU, pero logró perdonarnos en gran parte aquí en la ciudad de Miami y alrededores.

Años más tarde llegaría Matthew, precisamente en octubre de 2016, convertido en el primer huracán categoría 5 que tuvo lugar en el Atlántico luego de Félix en 2007. Su paso por Haití, Venezuela, Cuba, Florida y Colombia dejaría 603 muertos y más de 15 mil millones de dólares en daños.

Pero nada de lo que me había tocado vivir en carne propia los años anteriores siquiera se acercaba a la experiencia que tuvo lugar hace unas semanas. Los pedidos desesperados del gobernador de la Florida Rick Scott y a nivel local en Miami Beach emitidos por la administración del alcalde Philip Levine, ambos exigiendo la evacuación masiva de ciudades en la costa este produjeron el efecto deseado.

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La ciudad que logré, luego de mucho tiempo y esfuerzo llamar mi nuevo hogar, había quedado casi desierta. Un proceso que fue catalogado como una de las evacuaciones más importantes en la historia de los EEUU se estaba llevando adelante, por momentos de forma aceitada y en otros casos de manera cercana al caos, pero se podría decir que salvo contadas excepciones todos entendieron que debían dejar sus hogares para buscar refugio más hacia el noroeste.

Lo que parecía ser el pronóstico más apocalíptico para el sur de la Florida, terminó siendo mucho más duro para la costa del Golfo, gracias a un inesperado cambio de trayectoria que – sin desestimar la perdida de vidas y a nivel material además de las molestias que generó a cientos de miles de residentes que quedaron sin electricidad por días – logró que una vez más la naturaleza perdonara o al menos sea menos brutal con nosotros.

A los pocos días de superado lo peor de la furia de Irma, los residentes de Miami Beach y alrededores comenzaron a volver a casa. Tanto ellos como los vecinos que decidieron quedarse en sus hogares – en muchos casos dueños de mascotas que se sentían más cómodos no yendo a un refugio -al igual que personas que decidieron evacuar junto a familiares y amigos, coincidían en que la experiencia los había cambiado de alguna manera.

Amigos y simples conocidos que uno se cruza en la calle de forma esporádica habían logrado superar una experiencia que se suponía sería cuando menos traumática y de alguna curiosa forma se sentían fortalecidos. Muchos de ellos dejaron su casa aterrados y en un estado de pánico, pero al volver se los notaba confiados en que ahora podrían hacerle frente a cualquier cosa.

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Ninguno de nosotros había descubierto nada nuevo. Los psicólogos hablan de un fenómeno que se conoce como "crecimiento postraumático". Históricamente, la disciplina asoció a una situación traumática, como puede ser el perderlo todo por un desastre natural, con el consecuente dolor y las tremendas secuelas que puede dejar en el afectado.

Pero al parecer nuevos estudios demuestran que, a diferencia de lo tradición mas negativista que se ha venido asociando con el trauma, existe un paradójico poder transformador al dolor que permite a las personas crecer luego de atravesar una crisis.

Mucho se ha hablado de las consecuencias negativas como la depresión, ansiedad y trastornos de estrés postraumático pero poco se logra encontrar online sobre el aspecto positivo de vivir una situación adversa.

Fueron dos investigadores clínicos de la Universidad de Carolina del Norte los que acuñaron por primera vez a mediados de los noventa el revolucionario término de "crecimiento postraumático" y los que a su vez desarrollarían el inventario de Crecimiento Postraumático conocido como PTGI.

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Richard Tedeschi y Calhoun Lawrence fueron verdaderos pioneros de la psicología positiva, al considerar los efectos positivos que podrían tener – por más difíciles que sean – situaciones como guerras, abusos, muerte, o emigración forzada en las personas que lamentablemente se ven obligadas a atravesar estos retos.

Con el correr de los días definitivamente llegarían más desafíos para millones de personas en el Caribe y México. La llegada del devastador huracán María azotaría de nuevo a islas que ya habían sido duramente castigadas por Irma. Puerto Rico sería uno de los más afectados, territorio que al día de hoy tiene a la gran mayoría de sus residentes sin agua ni luz, a medida que la ayuda internacional llega lentamente desde países como los EEUU.

En el caso del país azteca, distintos movimientos telúricos que tuvieron lugar los días 7 y 19 de septiembre dejaron a la nación rendida de rodillas ante el poder de la madre Tierra. Nuevamente, me tocaría ser testigo de un suceso infinitamente más trágico y devastador del que semanas antes había experimentado en la Florida.

Sin intenciones de volver a detallar la cobertura de Infobae desde la ciudad de México y alrededores, las imágenes cercanas a un conflicto bélico se repetían adonde sea que me dirigía. Destrucción, edificios derrumbados con personas todavía esperando a ser rescatadas, familiares desconsolados esperando recibir la noticia más triste.

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Sin embargo, más allá de lo desalentador del panorama transcurridas menos de 24 horas luego del segundo sismo que afectó de gran manera a la capital, miles de personas se encontraban en la calle con la intención de ayudar a completos desconocidos, de las formas más variadas.

Ciudadanos comunes en su mayoría, armados con un pico, una pala y protegidos con un casco plástico, se unían a los brigadistas, "topos" y voluntarios en un esfuerzo sobrehumano destinado a salvar vidas de entre los escombros de decenas de estructuras colapsadas en colonias como Condesa, Coyoacán y la Roma.

Otros miles crearon en cuestión de minutos verdaderos ejércitos improvisados, con la intención de organizar las tareas en las decenas de centros de acopio que se comenzaron a levantar a los largo y ancho del territorio mexicano con el fin de organizar la posterior distribución de agua potable, alimentos no perecederos, insumos para primeros auxilios, pañales, cobijas y hasta alimento para perros y gatos.

A medida que recorría la ciudad con sus calles invadidas por personas de todo nivel socioeconómico y profesión, pero sobre todo de jóvenes pertenecientes a la vapuleada por su supuesta apatía generación de los Millenials, miles trabajaban codo a codo para sumarse a las fuerzas de la Marina, el ejército y cientos de voluntarios de distintas naciones como Japón e Israel que llegaron a prestar sus mano de obra, pero que por obvias razones no lograban llegar a cubrir la necesidad de ayuda que se requería y se continúa precisando al día de hoy para reconstruir ciudades y pueblos muy golpeados.

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Periodistas, bomberos, militares y simples ciudadanos parecían alimentados por una fuerza sobrenatural que los llevaba a trabajar sin descanso, en muchos casos sin dormir por días, conducidos por un anhelo de salvar al menos una vida de entre tanta destrucción.

Todas estas personas, que pasaron por un obvio trauma y sobrevivieron a una situación adversa, se mostraban confiados y con una fuerza de misterioso origen. Algunas personas que me tocó entrevistar en municipios como Jojutla, uno de los más afectados al ser designado como epicentro del terremoto del 19 de septiembre, expresaron haber encontrado un nuevo sentido a la vida y muchos llegaban desde cientos de kilómetros de distancia, pagando todo de su propio bolsillo, para dar una mano.

Sin lugar a dudas, ellos también estaban experimentando los distintos beneficios del anteriormente mencionado "crecimiento postraumático"entre los que científicos destacan una mayor valoración de la vida, relaciones humanas más profundas, un sentimiento de mayor fortaleza personal y un notorio a cambio a nivel espiritual y existencial.

En un contexto en el que parecemos cada vez más concentrados por reflejar en redes sociales una vida de aparente éxito y felicidad, pero en el que a la vez en muchos casos olvidamos hacerle frente a los desafíos que presenta la realidad fuera del mundo paralelo conocido como "online", muchos de los que tuvieron que atravesar por Irma, María, el terremoto en México o cualquier otra catástrofe que se presente en el futuro cercano, muy probablemente lograrán encontrar con el correr de los días y las semanas una conexión con algo mucho más grande y poderoso que ellos mismos.

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Los especialistas sugieren que, para poder ser parte de manera activa del proceso de crecimiento que puede darse luego del trauma, se necesita del apoyo social y espiritual que puede brindar la familia y los amigos, y sobre todo aceptar que no se puede cambiar la tragedia pero si se puede trabajar internamente para aceptarla, para de esta manera no permitir que destruya nuestra vida.

Durante mi asignación en México por momentos sentí que no podía seguir adelante. Tener que estar en contacto directo con todo el sufrimiento y dolor de familiares de los desaparecidos, que estallaban en un llanto desconsolado ante la incertidumbre de no saber si sus seres queridos se encontraban todavía sufriendo. Aferrados a una última esperanza de volver a encontrarse con ellos, poder abrazarlos y recordar al terremoto como una experiencia dura pero ya superada, fue definitivamente un desafío a nivel personal pero que sin lugar a dudas no se compara con el dolor que ellos todavía sufren.

La misión de compartir sus historias e intentar ayudar desde mi lugar de la forma que podía me alentaba a seguir adelante, a la vez que sentía no tener derecho a quebrarme o dejar que la situación a mi alrededor me desviara de lo que había ido a hacer allí.

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Fue mi anfitriona de Airbnb la que me dejó sin comentarios el domingo antes de partir de su casa, la cual se encontraba a sólo minutos del edificio derrumbado en Alvaro Obregón 286, en la colonia Roma. Tanto ella como su novio, dueños de un restaurante en el coqueto barrio, habían decidido dedicarse de lleno a organizar un centro de acopio en su establecimiento gastronómico, trabajando de manera incansable para poder coordinar el envío de las donaciones a los lugares que más lo necesitaban.

"El tiempo de sentir dolor y angustia ya pasó" me dijo al momento de despedirme. "Ahora sólo puedo pensar en ayudar, no estoy cansada ni siento que debo parar" agregó, convencida de haber encontrado una misión más grande y poderosa de las que seguramente se le habían presentado antes en su vida.

Fortalecida, empoderada, más conectada con las necesidades de todos aquellos a su alrededor al igual que millones de sus compatriotas que le demostraron al mundo cómo ser verdaderos ejemplos de lo que significa ser humano.

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