El caos y el orden en un mundo en cambio

Por Henry Kissinger

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Henry Kissinger alertó sobre los desafíos de Occidente en el presente y los actualizó desde la perspectiva de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher
Henry Kissinger alertó sobre los desafíos de Occidente en el presente y los actualizó desde la perspectiva de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher

Lady Thatcher fue una de las líderes más importantes de nuestro tiempo. Decidida, efervescente, valiente, leal, se entregó a darle forma al futuro en lugar de seguir las recomendaciones de los focus groups.

La conocí a comienzos de los 70, cuando estaba en funciones como ministra de Educación en el gabinete de Edward Heath. En nuestra primera reunión, la señora Thatcher expresó su desdén por la creencia popular de aquel momento, según la cual la pelea se trataba de ganar el centro. Para ella, el liderazgo era la tarea de mover el centro político hacia principios definidos, en lugar de lo inverso.

Al implementar esta filosofía, a lo largo de una carrera extensa generó una nueva dirección política para su sociedad. Lo hizo con una combinación de personalidad y coraje: personalidad porque las elecciones trascendentales que exigen los procesos políticos se suelen tomar con margen muy escaso; coraje para avanzar por un camino inexplorado.

La conferencia de Margaret Thatcher en Westminster College es profética, opinó Kissinger, sobre los problemas políticos de hoy. (Foto de Keystone/Getty Images)
La conferencia de Margaret Thatcher en Westminster College es profética, opinó Kissinger, sobre los problemas políticos de hoy. (Foto de Keystone/Getty Images)

Margaret Thatcher mostró estas cualidades de manera articulada en la alocución en [la Fundación John] Findley en Westminster College en Fulton, Missouri, el lugar del discurso "La Cortina de Hierro" de Winston Churchill, 50 años antes. Ella postuló desafíos que, en su esencia, hoy son aún más urgentes:

¿Se debería mirar a Rusia como una amenaza potencial o como un socio?
¿La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debería desviar su atención a temas "fuera de la zona"?
¿La OTAN debería admitir a las nuevas democracias de Europa central, con responsabilidad totales, tan pronto y tan prudentemente como sea posible?
¿Debería Europa desarrollar su propia "identidad defensiva" en la OTAN?

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Henry Ford, Henry Kissinger y David Rockefeller.

Dos décadas después del discurso profético de Lady Thatcher el mundo transatlántico enfrenta otro conjunto de cuestiones de naturaleza comparable. El orden mundial que Occidente creó para terminar la Guerra de los Treinta Años en 1648 se basaba en la noción de soberanía de los estados, garantizada por un equilibrio de poderes entre una multiplicidad de entidades. Ahora enfrenta conceptos de orden tomados de diferentes experiencias históricas y culturales, que implican visiones de dimensiones religiosas continentales o universales. Por ende, la cuestión a largo plazo es si estas cuestiones se van a resolver según las máximas del estado-nación o conceptos nuevos, más globalizados, y con qué consecuencias para el futuro orden mundial. Permítanme hacerlo al adaptar los desafíos de Lady Thatcher a los de nuestras circunstancias.

Rusia

El reto de Rusia —la primera pregunta de Lady Thatcher— hoy se concentra en Ucrania y Siria, pero refleja una enajenación más profunda. Con una extensión que abarca 11 husos horarios desde Europa y por las fronteras del islam hasta el Pacífico, Rusia ha desarrollado una concepción original del orden mundial. En su búsqueda eterna de seguridad a lo largo de fronteras extensas con pocos límites naturales, Rusia ha desarrollado el equivalente a una definición de seguridad absoluta, lo cual raya en la inseguridad absoluta para algunos de sus vecinos.

Al mismo tiempo, la escala geoestratégica de Rusia, su concepción de grandeza casi mística, y la voluntad de su pueblo de sobrellevar las privaciones han contribuido, a lo largo de los siglos, a preservar el equilibrio global contra los planes imperiales de los mongoles, los suecos, los franceses y los alemanes. Para Rusia el resultado ha sido la ambivalencia: un deseo de ser aceptada por Europa y de trascenderla, simultáneamente. Este particular sentido de la identidad ayuda a explicar la declaración del presidente Putin, que dijo: "La desaparición de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo".

Vladimir Putin, presidente de Rusia. (AFP)
Vladimir Putin, presidente de Rusia. (AFP)

Con frecuencia se describe la mirada de Putin sobre la política internacional como una reaparición del autoritarismo nacionalista europeo de la década de 1930. Con más exactitud, es la herencia de una cosmovisión que se identifica con el novelista Fiódor Dostoievski, tal como la ilustró en su discurso de 1880 en la inauguración de un monumento al poeta Pushkin. A finales del siglo XX, Alexander Solzhenitsyn acaparó su llamamiento apasionado en favor de un nuevo espíritu de grandeza rusa basado en las cualidades espirituales de la naturaleza rusa.

Al abandonar su exilio en Vermont para regresar a Rusia, Solzhenitsyn, en su libro El problema ruso: al final del siglo XX, llamó a la acción para salvar al pueblo ruso que había sido "expulsado" de Rusia. Fiel a ese espíritu, Putin ha clamado contra lo que él ha interpretado como un esfuerzo de tres siglos de Occidente por refrenar a Rusia. En 2007, en un exabrupto dostoievskiano en la Conferencia sobre Seguridad de Munich, acusó a Occidente de haber explotado injustamente los problemas de la Rusia post-Guerra Fría para aislarla y repudiarla.

El mandatario ruso Vladimir Putin en su encuentro con su par estadounidense, Donald Trump. (REUTERS/Carlos Barria)
El mandatario ruso Vladimir Putin en su encuentro con su par estadounidense, Donald Trump. (REUTERS/Carlos Barria)

¿Cómo debería Occidente desarrollar las relaciones con Rusia, un país que es un elemento vital de la seguridad europea pero que, por razones históricas y geográficas, tiene una perspectiva diferente en lo fundamental sobre lo que constituye un acuerdo mutuamente satisfactoria en las zonas adyacentes a Rusia? ¿Sería el camino más inteligente presionar a Rusia, y castigarla si es necesario, hasta que acepte las visiones occidentales de su orden interno y global? ¿O queda margen de acción para un proceso politico que termine, o al menos mitigue, el mutuo aislamiento en busca de un concepto acordado de orden mundial?

¿Hay que tratar la frontera con Rusia como una zona de confrontación permanente, o se la puede convertir en una zona de cooperación potencial, y cuáles son los criterios para ese proceso? Estas son las preguntas sobre el orden europeo que necesitan consideración sistemática. Cualquier concepto requiere una capacidad de defensa que elimine la tentación de la presión militar rusa.

China

Hoy en día el interrogante de Lady Thatcher sobre cuestiones fuera de la zona incumbe principalmente a China y Medio Oriente. China ha lanzado su iniciativa Nueva Ruta de la Seda como un gran designio con implicancias políticas, económicas, culturales y de seguridad desde el Mar de la China Oriental al Canal de la Mancha. Evoca recuerdos de una conferencia de Sir Halford Mackinder ante la Royal Geographic Society en 1904, que describió el corazón de Eurasia como el eje geoestratégico del planeta.

El presidente chino Xi Jinping. (Getty)
El presidente chino Xi Jinping. (Getty)

Al intentar conectar China con Asia Central y eventualmente con Europa, la Nueva Ruta de la Seda cambiará, en efecto, el centro de gravedad del mundo desde el Atlántico hacia la masa continental de Eurasia. La ruta atraviesa una diversidad inmensa de culturas humanas, naciones, creencias, instituciones y estados soberanos. A lo largo de ella se extienden otras grandes culturas —Rusia, India, Irán y Turquía— y en su extremo las naciones de Europa Occidental, cada una de las cuales tendrá que decidir si se le suma, si coopera con ella o si se le opone, y de qué maneras. Para la política internacional, las complejidades son tan impactantes como imperiosas.

La Nueva Ruta de la Seda se ofrece en un ambiente estratégico internacional nacido del Tratado de Westfalia, definido por la filosofía occidental del orden. Pero China es única, y trasciende las dimensiones del estado-nación: es a la vez una civilización antigua, un estado, un imperio y una economía globalizada. De manera inevitable China buscará una adaptación al orden internacional compatible con su experiencia histórica, su poder creciente y su visión estratégica.

La República Popular iniciará su segunda centuria en 2049 y Xi Jinping quiere que sea con el sueño chino cumplido: ser una potencia desarrollada.
La República Popular iniciará su segunda centuria en 2049 y Xi Jinping quiere que sea con el sueño chino cumplido: ser una potencia desarrollada.

Esta evolución marcará la tercera transformación de China en el último medio siglo. La de Mao trajo unidad, la de Deng trajo reforma y ahora el presidente Xi Jinping busca cumplir con lo que él llama "el sueño chino" de regresar a los reformistas de finales de la dinastía Qing, al hacer realidad "los dos 100". Cuando la República Popular China ingresa a su segunda centuria, en 2049, será en la definición de Xi tan poderosa como, si no más poderosa que, cualquier otra sociedad del mundo, y tendrá el PIB per capita de los países completamente desarrollados.

Durante ese proceso, los Estados Unidos y China serán los dos países más relevantes del mundo, tanto en lo económico como en lo geopolítico, obligados a acometer adaptaciones sin precedentes de su pensamiento tradicional. Desde que se convirtió en un poder global luego de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos no habían tenido que competir con un par geopolítico. Y nunca en su historia milenaria China ha concebido que una nación extranjera sea más que tributaria a ella, el Reino Central o "Medio".

El presidente estadounidense Donald Trump con su par chino, Xi Jinping.
El presidente estadounidense Donald Trump con su par chino, Xi Jinping.

Ambos países se piensan a sí mismos como excepcionales, aunque de maneras fundamentalmente diferentes: los Estados Unidos ven como parte de su misión la difusión de sus valores y su sistema a otros países; China históricamente actuó a partir de la premisa de que la grandeza de su desempeño llevaría a otros países a una jerarquía basada en el respeto.

En ambos países existen muchas opiniones sobre cómo conciliar estas diferencias de perspectivas: si según las máximas del estado-nación o de acuerdo con conceptos nuevos, más globalizados, algunos de los cuales ilustra el "sueño chino" del presidente Xi. Para ambas sociedades —y para el resto del mundo— su evolución conjunta es una experiencia definitoria del período.

¿Cuál será el papel de Europa en ese mundo? ¿Como parte del mundo atlántico o como una entidad que se redefina a sí misma y se adapte de manera autónoma a las fluctuaciones que la rodean? ¿Como un componente de un acuerdo transatlántico? ¿O como una entidad diferenciada cuyos elementos participan en un modelo de equilibrio histórico del poder? ¿Qué clase de orden mundial dependerá de cómo se sincronizan los conceptos transatlánticos con los de la Nueva Ruta de la Seda?

Medio Oriente

En Eurasia y a lo largo de las fronteras de Rusia, el orden mundial enfrenta el reto de las consecuencias de la consolidación. Alrededor de la periferia de Medio Oriente, lo amenaza el descontrol de la disolución. El sistema de orden basado en el estado-nación que surgió en Medio Oriente con el final de la Primera Guerra Mundial hoy está en caos. Cuatro estados de la región han dejado de funcionar como soberanos: Siria, Irak, Libia y Yemen se han convertido en campos de batalla donde las facciones intentan imponer su mando.

Una de las fotos más emblemáticas del conflicto sirio.
Una de las fotos más emblemáticas del conflicto sirio.

A lo largo de grandes zonas de Irak y Siria un ejército religioso de ideología radical, ISIS, se ha declarado como enemigo implacable de la civilización moderna, y con su violencia busca reemplazar la multiplicidad de estados del sistema internacional por un único imperio islámico gobernado según la sharia [ley islámica]. En estas circunstancias no corresponde el adagio tradicional de que el enemigo de tu enemigo puede ser considerado tu amigo. Medio Oriente afecta al mundo por la volatilidad de sus ideologías tanto como por sus acciones específicas.

La guerra del mundo exterior con Isis puede servir de ejemplo. La mayoría de los poderes ajenos a ISIS —incluido el Irán chiíta y los principales estados sunitas— están de acuerdo sobre la necesidad de destruirlo. ¿Pero cuál entidad se presume que heredará su territorio? ¿Una coalición de sunitas? ¿O una esfera de influencia bajo el dominio de Irán? La respuesta es esquiva porque Rusia y los países de la OTAN apoyan a facciones opuestas. Si el territorio de ISIS lo ocupan los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria de Irán, o fuerzas chiítas entrenadas por ellos y bajo su dirección, el resultado podría ser un cinturón territorial que fuera desde Teherán a Beirut, que podría marcar el surgimiento de un imperio radical iraní.

Las fuerzas iraquíes se enfrentan al Estado Islámico en este caso en la antigua ciudad de Mosul. (AP Photo/Felipe Dana)
Las fuerzas iraquíes se enfrentan al Estado Islámico en este caso en la antigua ciudad de Mosul. (AP Photo/Felipe Dana)

El cálculo occidental se complicó por la transformación que asoma en Turquía, que alguna vez fue una influencia moderadora clave, de un estado secular en una versión ideológicamente islámica. El apoyo de Turquía a la causa sunita afecta a Europa por su control sobre la corriente de inmigrantes desde Medio Oriente a la vez que frustra a Washington por el movimiento de petróleo y otros bienes por su frontera sur, y sucede de la mano de sus esfuerzos por debilitar la autonomía de los kurdos, la mayoría de cuyas facciones Occidente ha apoyado hasta el presente.

El nuevo papel de Rusia afectará la clase de orden que surgirá. ¿Su objetivo es ayudar a la derrota de ISIS y a la prevención de entes semejantes? ¿O la mueve la nostalgia por la búsqueda histórica de la dominación estratégica? En el primer caso, una política de cooperación entre Occidente y Rusia podría ser constructiva. En el segundo, es probable una repetición de los patrones de la Guerra Fría. La actitud de Rusia ante el control del territorio actual de ISIS será una prueba clave.

La derrota de ISIS es capital, argumentó Kissinger, tanto como un acuerdo sobre qué sucederá con los territorios que hoy controla.
La derrota de ISIS es capital, argumentó Kissinger, tanto como un acuerdo sobre qué sucederá con los territorios que hoy controla.

Occidente enfrente la misma elección. Debe decidir cuál resultado es compatible con un orden mundial emergente y cómo lo define. No puede comprometerse a una elección sobre la base de agrupamientos religiosos abstractos, dado que están divididos entre sí. Su apoyo debe apuntar a la estabilidad y contra cualquier grupo que sea el que más amenaza la estabilidad. Y el cálculo debería incluir el largo plazo, y no impulsarse por la táctica del momento.

Si Occidente permanece involucrado sin un plan geoestratégico, crecerá el caos. Si se retira en teoría o de hecho —como ha sentido la tentación durante la última década— los grandes poderes como China e India, que no pueden darse el lujo del caos a lo largo de sus fronteras ni del descontrol dentro de ellas, ocuparán gradualmente el lugar de Occidente junto con Rusia. El patrón de la política mundial de los recientes siglos será depuesto.

Ubicación de la Alianza Atlántica

Estas tendencias suponen dos implicancias para la Alianza Atlántica. En tanto que las turbulencias en los continentes amenacen el equilibrio de poder, representan una amenaza para la seguridad. Pero también retan a Occidente para que participe en la construcción de un nuevo orden mundial.

La OTAN se formó en 1949 para proteger a sus miembros contra el ataque directo de la Unión Soviética. Desde entonces se ha transformado en una red de naciones que se combinan en distintas dimensiones para reaccionar a situaciones de desestabilización internacional.

La reciente reunión de la OTAN en Polonia.
La reciente reunión de la OTAN en Polonia.

Pero la OTAN ha sido más precisa en su objetivo original que en su evolución; es más clara sobre sus compromisos defensivos que sobre su papel en la contribución al orden mundial.

El concepto que Lady Thatcher tenía de la Alianza Atlántica era muy distinto de la realidad actual. Ella lo describía como, en esencia, compuesto por "los Estados Unidos como el poder dominante, rodeado por aliados que en general seguirán su guía". Ya no es el caso completamente. Los Estados Unidos no guían a la manera de Thatcher, y la actitud de demasiados europeos consiste en explorar las alternativas.

Los datos crudos sobre población, recursos, tecnología y capital garantizan un papel global decisivo para unos Estados Unidos involucrados y una Europa militarmente comprometida. Eso no sucederá, sin embargo, sin una estrategia y una concepción política acordadas.

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En el mundo rápidamente en cambio de hoy, la OTAN debe empeñarse en una reevaluación permanente de sus objetivos y sus capacidades. El cambio en la estructuras que componen el orden mundial contemporáneo debería impulsar a la OTAN y sus miembros a preguntarse: ¿Qué cambios, además del control del territorio de sus miembros buscará prevenir, y con qué medios? ¿Cuáles son los objetivos políticos, y qué medios está preparada para reunir?

Así que permítanme concluir repitiendo el desafío que Margaret Thatcher estableció en la Conferencia de Findley hace dos décadas:

"¿Qué hay que hacer? Creo que lo que hoy se necesita es una iniciativa atlántica nueva e imaginativa. Su propósito debe ser redefinir la noción de lo atlántico bajo la luz de los retos que he descripto. Existen pocos momentos en los que la historia está abierta, y su curso cambia con medios como estos. Justo ahora podemos estar en uno de esos momentos".

La cita de Lady Thatcher reflejó, sobre todo, una exhortación y la definición de una tarea. Hoy estamos en una coyuntura aun más tensa.

Henry Kissinger, ex secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Richard Nixon, premio Nobel de la Paz en 1973, escribió estas observaciones para participar en la Conferencia sobre Seguridad Margaret Thatcher.