La vida según San Lorenzo: siempre hay tiempo para un milagro más

Soñar, sufrir y festejar. Estos jugadores y dirigentes nos acostumbraron a jugar todas las finales posibles. Inmensamente gracias. Ahora toca, con el corazón, emular a los Matadores y dar la vuelta olímpica otra vez en el Monumental

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Copa Argentina en Catamarca, última fecha contra Vélez en Liniers, Superfinal ante River en San Luis, la primera Copa Libertadores de la historia, Mundial de Clubes frente al Real Madrid, la Recopa Sudamericana, la Supercopa con goleada y baile a Boca. Pero ahora llegó el turno de animar la octava Final en poco menos de tres años. Se gana y se pierde, pero que lo sepan jugadores y dirigentes: tienen merecido un lugar preponderante en la historia de este club.

Porque nos acostumbraron a usar el traje de candidato y alcanzar las instancias decisivas de cada torneo. Porque defienden como se debe los colores a cada momento. Porque entendieron que la grandeza de esta institución reclama protagonismo constantemente. Pero, fundamentalmente, porque nos llevaron a lo más alto varias veces con el auténtico ADN sanlorencista: sacrificio, compromiso, amor propio y determinación para buscar siempre más pese a las adversidades.

Así es la vida según San Lorenzo. Soñar, sufrir -bastante- y finalmente festejar. Esta vez no fue la excepción. Se hablaron muchas pavadas, en Mendoza y en todo el país. El Ciclón jugó uno de los partidos más flojos del certamen ante Banfield, padeciendo las ausencias de tres titulares importantísimos y la inesperada superioridad del Taladro en el primer tiempo. Torrico salvó una ante Erviti, tapó otra ante Simeone pero ya nada pudo hacer ante la definición de Silva.

¿Será posible, justo cuando perdía Godoy Cruz? Sí, porque así funcionamos. Bajo presión, con todo en contra, obteniendo fuerzas de fuentes desconocidas y posiblemente empujado por un Dios aparte. A veces, uno ya no sabe qué más pensar. Cuando las cosas vienen torcidas y el equipo no halla los caminos, será el nacimiento como club ligado a la religión la razón que nos fortalece en situaciones lúgubres. Entonces llega el gol de Blanco, el insólito cabezazo que falla el chico de Banfield en el descuento y allá en San Juan la atajada para el recuerdo de Ardente.

Para lo que viene, necesitamos los regresos de Caruzzo y Mas para devolverle la solidez al fondo ante un rival como Lanús, cuyas mejores virtudes se observan en ataque. También de Mercier, quien se convirtió en un líder equilibrista indispensable para esta estructura. Y como milagros a la medicina no le podemos exigir, ojalá que Guede esté iluminado y acierte con el sustituto de Ortigoza, el MVP al que perdimos en el momento menos deseado del semestre. ¿Deprimirnos por jugar la Final sin el mejor que tenemos? Lo dicho: una prueba de carácter sucede a otra.

Al tiempo que disfrutamos seguir definiendo campeonatos mientras otros se conforman con despedir jugadores que ganaron poco (en algunos casos, directamente nada), nos permitimos pedirle a los nuestros un último esfuerzo. Los hermanos de San Martín fueron cordiales y nos dieron el gusto con la remake del Clausura '95. Ahora dependemos de lo propio para emular la gesta del Metropolitano '68, la que tanto nos describieron los abuelos cuervos y originó el mote de Matadores, para empezar en el Monumental y terminar en San Juan y Boedo.

Siempre hay tiempo para un milagro más.