Boulogne-sur-Mer, entre pena y olvido

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Hoy se cumplen 238 años del Natalicio del Libertador José de San Martín, en la ciudad de Yapeyú, Corrientes. Su figura ya no es evocada por los políticos ni por los ciudadanos. Ha vuelto a ser olvidado, como le sucedió en vida, en su largo destierro de 26 años.

¿Cuándo lo convertimos en simple cara de un billete? ¿O en monumento descuidado? ¿Nos molesta su ejemplo? ¿Se enseña a los jóvenes su verdadero legado?

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Con el fin de que reflexionemos juntos a partir de estas incriminatorias preguntas, les contaré una historia que viví en carne propia y que nos define lamentablemente como país.

Era mi segunda visita. Yo, simple ciudadano de pie, uno más de los que todavía se angustian con lo que ya conmueve a pocos en nuestro incomprensible país, sentí nuevamente la necesidad de estar en el sitio más alejado, menos visitado y más cruel.

No exagero. Es el que representa el ostracismo inmerecido de San Martín y el que refleja la ingratitud de sus contemporáneos. Si cuesta entender la ingratitud de sus coetáneos del siglo XIX, qué decir de nuestro comportamiento actual. Una gran mayoría de argentinos actúa como si no amaran la propia historia. No valoran nada, no les importa quiénes fueron nuestros predecesores ni qué hicieron por la Argentina. No desean recordar nuestras tumbas gloriosas, les molestan porque los cuestionan. Han decidido desmemoriarse para siempre. Viven el hoy, el placer inmediato; no les interesa saber de sufrimientos, de ideales, de proezas. Han sustituido la historia por la memoria. Difunden un relato, no la verdad.

¿Tiene sentido, entonces, reflexionar sobre San Martín y la casa donde dio su último suspiro? Sí, aun contra la corriente. Tenemos una inmensa necesidad de salir del abismo moral en el que hemos caído. Es por ello que les pido a los lectores, que nos concentremos en lo que viví hace un mes, en Boulogne Sur Mer, cuando llegué a la dirección indicada.

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Habrá sido una hermosa propiedad, pensé; pero ya no logro verla así, por los signos notables de abandono en su fachada, que cuando estuve en julio del 2013, quizás emocionado por la situación, me parecieron irrelevantes y leves. ¡Qué hicimos por Dios! La vergüenza se apodera de mí, esta es la impresión que reflejamos en el mundo.

Golpeo la puerta suavemente, como si el Libertador siguiera viviendo ahí. ¡Cuánto daría porque fuese él, aún anciano y dolorido, el que me diera la bienvenida! Asomándome a la ventana, oigo unos pasos. Vuelvo a ubicarme frente a la puerta. Tenso, firme, serio, escucho el ruido de la llave, abriendo el ingreso a una página de nuestra historia. Un hombre de 45 años me extiende la mano. Veo en él un granadero, un compañero de batallas de Don José. Me estaba esperando, ya me lo había anticipado por correo electrónico, cuando me contó que el museo cerraba en el mes de enero pero que, de todos modos, si le confirmaba la hora, aguardaría mi llegada, "ya que es un honor poder recibir a un admirador del Padre de la Patria". Es cordobés, es militar, es un patriota que se ha venido con los suyos hace unos meses, para ser el conservador oficial del inmueble. Su mirada señala que no desea ser un conservador más que pasará dos años allí. Es distinto, ya lo comprobaría.

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Víctor Jatuf, este exiliado voluntario que custodia con profundo amor un patrimonio despreciado, acepta mi petición de iniciar el recorrido por la habitación que más suele gustarme, aquella que contiene la biblioteca del hogar. Miro los libros, leo sus títulos, a muchos los he disfrutado en la soledad de mi cuarto. No es sólo su biblioteca personal, alberga también los tomos de los que han escrito sobre él después de su muerte. Al verlos siento que mi sueño está vivo, nunca lo ha estado tanto. He venido justamente con mi obra, San Martín: ¿está hoy la patria en peligro?, a dejarla aquí, como lo había prometido cuando la comencé hace seis años. En la sala contigua, veo un cuadro que lo representa victorioso después de los triunfos en suelo chileno, y me pregunto: ¿con qué sentimientos recordaría todas las mañanas lo que había sido, lo que había hecho?, ¿habrá pensado en sus batallas?, ¿habrá soñado con volverlas a pelear?

Subimos a la segunda planta, en donde se encuentran las armas, las obras de arte y los uniformes de la época de la guerra de la independencia. La intención es ubicar a los extranjeros en ese contexto, intuyo. ¿Es aquello lo que me llama la atención, que me quedo estupefacto y en silencio? No. Es otra cosa, es algo curioso. Los colores de las paredes no son los mismos de las que he estado contemplando abajo y se advierte que están descascaradas por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.

Pero si yo vi unas brochas, ¿estarán refaccionándola? Uno puntos y caigo en la cuenta de que este maravilloso ser humano que guía mis pasos por la vivienda la ha estado pintando en soledad, tratando de ponerla en condiciones. Tengo un nudo en la garganta. ¡No tiene más ayuda que la de su familia! A él también lo hemos abandonado, pero no le importa, parece. Lo hace por su héroe inmortal –además de por su padre, que se iba a dormir cada noche leyendo unas hojas de la obra de Mitre- y no se detendrá hasta verla reluciente como cuando en 1848 San Martín se instaló allí.

Comprendo el silencio cuando mencioné mi primera impresión del deterioro observado, la razón de las manchas en el suelo detrás de una de las puertas, los alambres que sostienen las persianas, el ascensor que no funciona, por lo que ningún anciano puede conocer la habitación que más toca las fibras sensibles, que es aquella en la cual dormía Mercedes y donde falleció su ilustre padre.

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Confío en que, con el cambio de diplomáticos en nuestra embajada en Francia, esto revertirá. Habrá un presupuesto específico para ponerla en condiciones y volverá a brillar. Caso contrario, espero que Dios y la Patria alguna vez demanden a alguien.

No lo niego, me toca el alma escribir sobre San Martín, sobre ese gigantesco Libertador sudamericano que, tras romper las cadenas de la esclavitud de tres países, murió casi ciego en una pequeña localidad del viejo continente. Solamente dos grandes hombres de nuestra historia lo visitaron durante su exilio de 26 años: Alberdi y Sarmiento. En cuanto a los tiempos más recientes, no he encontrado registro fotográfico de que haya ido algún presidente del siglo XX, aunque se presume, por una placa en el patio de honor y por los escritos de su embajador de entonces, que sí lo hizo Raúl Alfonsín, en 1985. Nadie más.

¿Volverá a brillar alguna vez el sitio en donde se apagó la vida de San Martín o seguiremos deshonrándonos con este abandono? Con el respeto debido a su investidura, le pregunto al presidente Mauricio Macri si pondrá fin a esta lamentable tradición de que jamás la autoridad máxima de la República Argentina estuvo presente un 17 de agosto en Boulogne Sur Mer, recordando con honor a quien nos dio la libertad que hoy disfrutamos.

Finalmente, les cuento que, después de despedirme de Víctor, decidí ir hacia el monumento que recuerda a San Martín en esta ciudad, y cuando lo vi, bajo una lluvia torrencial, en absoluta soledad, me sentí vocero de palabras que no son mías, sino de todos: "Perdónanos, te hemos traicionado".


El autor es historiador y autor del libro "San Martín: ¿está hoy la patria en peligro?"