El mensaje de las cacerolas

Por Gustavo PerilliMuchos "ex-caceroleros" votaron por un cambio que permita que el ahorro fiscal se transforme en inversión. Pero la experiencia en el mundo advierte que el rol de coordinar la inversión y el empleo no puede quedar exclusivamente en manos del mercado financiero

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Después de casi ocho años de un arduo trabajo por las calles de Buenos Aires, las cacerolas regresaron a la alacena. Ya no se escuchará el sórdido repiqueteo que bajaba en cataratas de los edificios, ni las efusivas expresiones de los caminantes; la clase media alta no comandará las protestas, ni la esquina de Santa Fe y Callao será su epicentro. Numerosos "ex–caceroleros" aún no disfrutarán sus éxitos y su bienestar económico ingresará en un confuso sendero ¿Por qué? Porque lo pretendido en materia de mejoras de la calidad institucional, mitigación de la inseguridad social y reducción definitiva de la corrupción, como era de prever, "seguirá navegando" sólo "en el mar" de las percepciones y las conjeturas (no tanto en el de la realidad), en un contexto en el que, paulatinamente, la determinación de su ingreso comenzará a transformarse en toda una incógnita.

¿Cómo están hoy los "ex-caceroleros"? Los identifico en cuatro categorías: "los más acomodados" en la pirámide social se sienten eufóricos por los resultados obtenidos; "los menos afortunados" esperan señales más firmes acerca de su futuro laboral (están expectantes y relativamente confundidos), "los castigados obcecados" se lamentan por las pérdidas de ingresos como consecuencia de la reducción de sus horas de trabajo pero se conforman asociando su situación actual con la herencia (mantienen la esperanza intacta), en tanto que "los perjudicados reflexivos" se arrepienten de su pasado reciente, entendiendo que el cambio no era el que esperaban dado el abrupto deterioro sufrido en lo laboral. Excepto estos últimos que fueron los más afectados y ya revisaron su opinión (seguramente la cantidad más reducida del conjunto de los "ex-caceroleros"), los restantes continuarán sosteniendo que la reducción del gasto público (vía disminución de subsidios, desarme de dependencias y regulaciones, achicamiento de nóminas salariales, interrupciones de obras y programas de investigación, entre muchas otras formas) siempre será el camino para que el ahorro repare "la grieta" impuesta por el grosero exceso de consumo "en plasmas y teléfonos celulares". Sin entenderlo demasiado, sostendrán que cuando concluya el necesario saneamiento del Estado y sean liberados recursos (haya ahorro), éstos pasarán fluidamente e instantáneamente a la órbita de un empresariado privado que los aplicará inteligentemente en la ampliación de su escala de negocios, la contratación de trabajadores siguiendo estrictas conductas productivas y competitivas y el mantenimiento de un dinámico proceso de innovación. En esa movida, "los más acomodados" y "los castigados obcecados" (el primer y el tercer conjunto de "ex-caceroleros", respectivamente), afirmarán que es el momento en el que el trabajador deberá esforzarse y adecuarse a los designios de la coyuntura para que, más adelante (no se sabe cuándo), la recompensa del funcionamiento de un mercado liberado del lastre del Estado emerja con la potencia con la que "el geiser" dispara agua y vapor. En términos técnicos, en función de sus manifestaciones, estos caminantes:

1) Profesarán una confianza ciega en el espíritu empresario argentino. Sostienen que, en adelante, los recursos que ahora no gastará un Estado de menores dimensiones (con menos trabajadores, menos inversión pública, menos investigación y menos corrupción, entre otras aplicaciones) pasarán a manos de un empresario proactivo, productor de bienes y servicios a bajos costos (eficientemente) en cantidades y calidades competitivas. La suma de estas acciones empresarias individuales, suponen, pavimentará un sendero productivo que, en definitiva, consolidará las bases de un capitalismo nacional y la estabilidad de la moneda. Transitando en ese camino, afirman, se logrará transformar un sistema económico arcaico en uno moderno y desarrollado que, en adelante, funcionará a la perfección sin la necesidad de engorrosos esquemas de subsidios. O sea que en la medida en que el empresario ejerza este rol social responsablemente, habrá menos desempleo y más bienestar social de largo plazo. De más está indicar que esta concatenación de sucesos luce demasiado ideal (haciendo comparaciones internacionales, incluso) porque, como lo demuestra la experiencia, el subsidio que dejará de percibir el trabajador por uno u otro canal lo cobrará el empresario (un mecanismo de subsidios siempre habrá, la historia lo atestigua);

El mercado financiero por sí solo no puede coordinar la inversión real

2) Confiarán en la estabilidad del empleo a partir del éxito futuro de la inversión empresaria. Más allá de lo optimista que seamos y la fe mística que profesemos en la racionalidad de la decisión privada, se debe tener presente que "la inversión fluctúa porque el conocimiento presente del futuro descansa en una base precaria y, por lo tanto, las decisiones que conciernen al futuro incierto son también precarias y están sujetas a revisión repentina y precipitada (Dillard, 1957)". Como se espera que el empleo de los trabajadores dependa enteramente de la rentabilidad de la inversión de largo plazo de los empresarios, es imprescindible comprender que se estará a expensas de manera (cuasi) incondicional de la percepción (las expectativas) de empresarios inmersos en desconocidos ciclos de negocios. En otras palabras, se tendrá que convivir con un empleo fluctuante todo el tiempo (tanto a la baja como al alza). Ahora bien, ¿estamos realmente preparados para ingresar en ese mundo? Es poco probable porque, en ese marco conceptual, el trabajador siempre deberá "dar muestras de iniciativa, de flexibilidad, de adaptabilidad; los grandes colectivos perderán su consistencia y los individuos se encontrarán abandonados a sí mismos (Castel, 1999)". El contrato de trabajo y los planes de consumo no tendrán coberturas ante estos cambios (no habrá subsidios) y será necesario comprender que la flexibilidad exigida implicará compartir linealmente riesgos con el empresario: cualquier avance o retroceso de la incertidumbre recaerá plenamente en el empleo (desempleo) y el salario.

3) No contemplarán que en países subdesarrollados como la Argentina, donde las instituciones poseen elementos sumamente endebles, lo señalado en el punto anterior es todavía más grave. Significa que proliferarán procesos de inconsistencia intertemporal de los planes de consumo en momentos de inestabilidad (y viceversa) ¿Por qué? Por la existencia de instituciones internas frágiles y la absoluta necesidad de poseer acuerdos contractuales sólidos: los derechos y obligaciones deberán estar bien aclarados y ser cumplidos por las partes y con posibilidades de ser reclamados si esto no sucede. No se requiere demasiada explicación para dimensionar la magnitud de nuestras carencias internas, el tiempo que necesitamos para que las reparaciones den sus frutos y la exposición al riesgo que enfrentaremos si adoptáramos un sistema de libre competencia en lo inmediato sólo para transferir recursos al empresario. Veamos que tan lejos estamos. Las instituciones constituyen marcos consistentes que en esencia proveen "un sistema de derechos de propiedad claramente definido, un aparato regulatorio que ponga freno a las peores formas de fraude, la conducta anticompetitiva y el riesgo moral; una sociedad moderadamente cohesiva que muestre rasgos de confianza y cooperación social; instituciones sociales y políticas que mitiguen el riesgo y manejen los conflictos sociales" (Rodrik, 2011). Debemos reconocerlo: estamos "a años luz" de estos estándares necesarios indicados por Rodrik.

4) No comprenderán que se requiere contar con un sistema estable y poco costoso que transfiera los fondos que libere el Estado (el ahorro señalado) a la inversión empresaria ¿Quién deberá realizar esta asignación de recursos entre ahorro e inversión? Como en todo el mundo sucede, la responsabilidad será del sistema financiero. De nuevo entramos en "otro corredor oscuro" porque, suponer la existencia de intermediarios financieros no generadores de distorsiones en la Argentina es como "pedirle peras al olmo" (en rigor de verdad, esta desgracia es mundial: recuérdese el costo social que provocó la reciente crisis de los bancos en los Estados Unidos). Con la afirmación de un reconocido especialista despejamos el problema: "los mercados financieros son manifiestamente incapaces de proveer la consistencia de los planes de producción y consumo de largo plazo (Leijonhufvud, 1968)". En función de toda la literatura académica y la experiencia, en general, resulta inaceptable pensar un mercado financiero "coordinando" la inversión real de la economía y el empleo social.

Concluyo. No sólo la acción de expresarse en pos de una administración más equitativa de justicia constituye un acto de responsabilidad; también lo es el hecho de entender como sociedad cuál es el fundamento del mensaje que se quiere transmitir. En lo económico, los "ex-caceroleros" expresaron más de lo que su entendimiento les permitió comprender. Sin pretenderlo (y repitiendo eslóganes y razonando de manera hogareña), ni contemplarlo en términos de evolución de desigualdad, simplemente defendieron el pasaje ideal de recursos desde el ahorro público a la inversión privada suponiendo que "cuando sube la marea, todos los barcos suben (discurso de J. F. Kennedy escrito por Ted Sorensen)". ¿Cuál es el problema? Empíricamente que todo el contenido de este célebre mensaje es sólo producto de un exceso de optimismo.


Gustavo Perilli es socio en AMF Economía y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli