La pobreza le gana al rengo

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Al rengo se lo conoce cuando camina. Poco podemos decir acerca del programa económico. No ha dado muchos pasos. Veamos.

Primero, eliminación de retenciones y cepo. El tipo de cambio lo fijó el mercado cambiario. No disparó, se ajustó hacia abajo y el Banco Central (BCRA) cosechó. Ni el nivel del tipo de cambio anterior, ni el modelo de cepo tenían fundamento económico; un despilfarro que hacía ricos a los turistas y generaba un plus salarial vía purecito. Un jolgorio.

Otros jolgorios k han quedado en pie y hacen rengo al programa. Uno, el acuerdo de Axel Kicillof con los petroleros de subsidiar más o menos 40 dólares por barril por encima del precio internacional. Se mantiene. Inexplicable. El segundo es el negocio del dólar futuro ofrecido por el BCRA, que vendió billetes premiados. Mereció una denuncia penal. Sin embargo, achicado, se mantiene. Inexplicable.

Ambas transferencias hay que juzgarlas en función de los costos que, para la mayoría de la sociedad, tendrán el aumento del dólar a los exportadores (devaluación más quita de retenciones) y a los importadores (devaluación). Mantener los escándalos k, favorables a los grupos concentrados (petroleros y financistas), hace cojear al programa MM.

La renguera estructural es más comprometida. Eliminación de retenciones y cepo más devaluación derivada implica que la rentabilidad de las actividades exportadoras con poco valor agregado ha crecido extraordinariamente. Cuando más primaria la producción, cuanto menos componente importado contenga, menos larga la cadena de producción y de valor agregado integrada, más alta la rentabilidad respecto de la situación anterior.

Este nuevo sistema de precios relativos, respecto del anterior, comprende señales que orientan la inversión hacia el sector primario o reducen la rentabilidad relativa de las actividades con cadenas de producción largas y de mucho valor agregado.

Las actividades primarias (agro, minería, etcétera) reciben un impulso y las actividades secundarias (industria), dependiendo del nivel de las restricciones al comercio internacional, reciben un impacto relativo negativo. No hay señales de vigor en materia de defensa de la producción nacional.

Nuestra economía es una de dos velocidades. Por un lado, el agro, que es el más eficiente del planeta y, por el otro, la industria, que, con excepciones, dista de tener el mismo nivel de eficiencia, producto de muchas causas. El sector primario ha pagado el descomunal déficit comercial externo del sector industrial de estos años. Pero el problema es el déficit.

Nuestra dotación de factores nos hace primarios. Pero el problema es que la explotación de los recursos naturales, por abundantes que sean, será incapaz de generar el pleno empleo productivo.

El programa de pobreza cero debe empezar por pleno empleo productivo, que significa más capital por persona ocupada. El sector primario con más capital, que es imprescindible, desplaza mano de obra.

En términos de bienes transables —para sostener el crecimiento—, la vía al pleno empleo con más capital es la industrialización. Hoy el producto industrial por habitante es igual al de 1974. Detrás de ese atraso está la mora en la inversión bruta en relación con el producto y el sesgo inmobiliario de la inversión.

Tenemos poca industria y poco capital reproductivo. Por lo tanto, estamos llenos de oportunidades. Siempre que las atraigamos con señales apropiadas. No están.

Por otro lado, contamos con una tasa de desocupación inmensa, pero fuera de la consideración pública. De 2003 a 2015 el empleo público creció, en promedio de todas las jurisdicciones, más de 70 por ciento. Eran dos millones y ahora son casi cuatro millones. Como no mejoró ni la seguridad, ni la salud, ni la justicia, ni la educación no hay argumentos para justificar esos empleos públicos. La escasa oferta de bienes públicos sigue siendo un problema estructural que se agrava con esos subsidios carísimos al desempleo.

Hay muchas ciudades en las que el principal empleador es el municipio. Hay ministerios en los que si todos los empleados fueran a trabajar al mismo tiempo, no habría lugar.

A esto hay que sumar que el 40 por ciento del empleo está en negro. Baja productividad y altísimo costo social futuro. Además, la tasa franca de desempleo bien medida supera 10 por ciento.

Las señales de precios derivadas de la política cambiaria tienen un sesgo hacia el sector primario, no son señales para el empleo productivo urbano y carecen de vigor para desarrollar la mejora del balance comercial industrial.

Nuestra economía de dos velocidades necesita de un tipo de cambio para la industria, para su desarrollo y de la política de empleo y de combate a la pobreza. Y otro para el campo, que puede competir con un tipo de cambio efectivo menor que el de la industria.

Poco importa cómo se componga esa diferenciación de los tipos de cambio. Sin diferenciación no hay atracción para la inversión industrial. Ese es el fundamento de las retenciones y la condición necesaria para el desarrollo.

Al rengo se lo ve cuando camina. El programa, hasta ahora, pasó por eliminar retenciones, liberar el mercado cambiario y logró el equilibrio en ese mercado. Pero el aparato productivo sigue en estrés y en riesgo de grave déficit comercial externo industrial. Ese programa rengo no puede correr para vencer la pobreza con trabajo productivo.

La pobreza corre rápido, está demostrado. Sin integración de la industria, el programa está rengo y correrá despacio, está demostrado.


Economista y escritor, autor del libro "Economía y política en el tercer gobierno de Perón"