Mito y verdad detrás de las apariciones de la Virgen María

De los miles de casos reportados, la Iglesia reconoce sólo 14. ¿Quiénes tienen estas visiones? ¿Son reales? ¿Cuál es su razón y mensaje? Un libro recorre las dudas y las posibles respuestas (Extracto)

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Capítulo XVI - Las apariciones

[Nota: cada capítulo está precedido de una breve introducción; luego sigue un diálogo entre los dos autores: Corrado Augias, periodista y escritor, y Marco Vannini, especialista en mística y tradición espiritual cristiana]

Una de las cualidades o prerrogativas que caracterizan a María son sus apariciones, un fenómeno que se ha repetido por doquier en el mundo en diferentes momentos y desde tiempos muy remotos. La fe cristiana cuenta en su haber con varias apariciones de santos, alguna que otra de Jesús, ninguna que yo sepa de Dios padre; en cambio, son innumerables las apariciones de la Virgen. [...] Nadie puede asegurar si se trata de auténticas apariciones o de alucinaciones del visionario. Sea lo que sea, la verdad queda circunscrita a la relación existente entre los que afirman «ver» y la «persona» vista, dado que solo ellos perciben algo y que no existen instrumentos capaces de registrar el acontecimiento. En todo caso podemos afirmar, como ya he dicho en el capítulo precedente, que si exceptuamos los casos de algunos charlatanes, en el momento de la aparición el visionario está realmente convencido de ver lo que luego afirmará que ha visto.

El culto a la Virgen es especialmente intenso en los países de cultura latina: mediterráneos y de Sudamérica

La frecuencia y la continuidad en el tiempo de las apariciones de la Virgen es una de las pruebas más evidentes de su necesidad. En el judaísmo, y también en el primer cristianismo, que se iba separando lentamente de su matriz para elaborar una doctrina autónoma, faltaba una figura femenina caracterizada por su dulzura maternal, capaz de encarnar el rostro afectuoso y comprensivo de la fe. María colmó esta carencia. La progresiva construcción de su amplia imagen a partir de las escasas alusiones que hacen a ella las Escrituras deriva precisamente de esta necesidad, sentida en especial en las clases populares y entre los fieles de condición más modesta.

De hecho, el culto a la Virgen, común a muchas confesiones cristianas, es especialmente intenso en los países de cultura latina, esto es, en los países mediterráneos y de Sudamérica.

Coinciden con aquellos en los que la presencia y la influencia de la «madre» en la vida familiar y en la educación de la prole es más sentida y fuerte.

De ello cabe deducir, con suficiente legitimidad, que el culto mariano es la transposición «celestial» de otro culto terreno igualmente fuerte de la figura femenina en el ámbito familiar. [...]

Este capítulo, centrado en las apariciones de María, tiene en el párrafo sesenta y ocho de la Lumen gentium [N.de la R: Constitución dogmática del Concilio Vaticano II, 1964] es una útil introducción: «La Madre de Jesús, de la misma manera que glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor».

Augias: Así pues, Esperanza y consuelo, dos palabras que podemos analizar para abrir el diálogo. Las apariciones de María, tan numerosas, ¿son una respuesta a estas exigencias, profesor?

Vannini: Empecemos por el tiempo. Ha hecho bien al recordar que las apariciones han sido muy numerosas a lo largo de los siglos y que se iniciaron muy pronto. Gregorio de Nisa habla de Gregorio el Taumaturgo, al que usted ha citado.

—¿Lo considera una fuente fiable? Era un místico protegido por Teodosio I, el emperador que proclamó el cristianismo como «religión de Estado», causando un buen problema.

—Estamos hablando de un tema en que la fiabilidad de las fuentes, como usted la define, tiene poco valor. Al respecto cuentan mucho más la coherencia, el ejemplo, la fuerza de la tradición, la credibilidad en los fieles.

Gregorio no carecía de ninguna de estas cosas y, además, era un orador formidable. Desde entonces las apariciones marianas han sido numerosísimas, con auténticos picos en la Edad Media. La literatura visionaria predomina en la literatura espiritual de la época, sobre todo en la femenina.

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Existe además un tipo distinto de visiones, más raras, en las que el espíritu del visionario es transportado a través del tiempo y el espacio para asistir a episodios de la vida de Jesús y de María. Estas nos revelan incluso episodios que no aparecen en los Evangelios. Dejando a un lado a la contemporánea italiana, Maria Valtorta (1898-1961), citaré solo los dos textos más célebres: Mística ciudad de Dios, de María de Ágreda (siglo XVII), una monja española famosa por sus bilocaciones y presencias milagrosas en México, y Vida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de Anna Katharina Emmerick (muerta en 1824), cuyas visiones fueron recogidas por el poeta romántico Clemens Brentano.

—(...) Interrumpamos por un momento la secuencia cronológica para decir algo más sobre este caso que, según creo, le interesa mucho.

—No me interesa en especial, pero es, en efecto, sumamente singular. Anna Katharina Emmerick era una monja agustina alemana, estigmatizada, a la que se atribuyen levitaciones, bilocaciones, capacidad de percibir la suerte eterna de los difuntos, y otras facultades excepcionales. Fue proclamada beata por el papa Wojty?a en 2004. Sus visiones conciernen, sobre todo, a la pasión de Jesús, pero también a la vida de María, que describe desde que a los 14 años se convierte en esposa de José hasta su muerte. En 1899 algunos arqueólogos alemanes, siguiendo las indicaciones de sus visiones, encontraron a nueve kilómetros de Éfeso los restos de una casa del siglo I a.C. que, como ya hemos dicho, podría haber sido la última morada de María.

—¿Quiénes son los visionarios? ¿Es posible catalogarlos, por decirlo de alguna forma?

—Para empezar las visiones se pueden dividir en privadas y colectivas. Las primeras son, por lo general, de místicos y santos, incluidas algunas personalidades de relieve. Por ejemplo: Bernardo de Claraval (alrededor de 1150), Hildegard von Bingen (muerta en 1179), Francisco de Asís, Angela da Foligno (aproximadamente 1300), Brígida de Suecia (aproximadamente 1310), Enrico Suso (discípulo de Meister Eckhart, aproximadamente 1310), Catalina de Siena, y muchos más.

En los primeros siglos del cristianismo el 80 por ciento de los videntes eran hombres. Con el tiempo, casi el 50 por ciento fueron niños

Las segundas conciernen a grupos de personas como, por ejemplo, los monjes de un convento o los soldados alemanes en la batalla del Marne (Primera Guerra Mundial), o episodios en los que han participado centenares, en ocasiones miles de fieles, y en los que se han producido unos fenómenos espectaculares como la aparición de soles que giraban, sin ir más lejos, en Fátima.

—¿División entre hombres y mujeres?

—También aquí hay estadísticas. En los primeros siglos del cristianismo prevalecieron los videntes hombres, con unos porcentajes de hasta el 80 por ciento. Esta cuota se redujo más tarde al 17, en tanto que subía, en cambio, la de las videntes, que superaba el 40 por ciento. No obstante, los que más ascienden son los niños, hasta casi rozar la mitad del total.

—¿Qué pretende decir la Virgen cuando se aparece? [...]

—La casuística es amplia. María sana, promete, anuncia, muestra algo, alaba, agradece, exhorta, protege, llora, calla, desea algo, profetiza, incita, ordena, realiza acciones muy diferentes en función de las épocas y lugares. En pocas palabras, se comporta como una persona viva, en relación con el vidente o los videntes.

—Última pregunta preliminar. ¿Cómo se comportan las autoridades eclesiásticas frente a esta nutrida casuística de Vírgenes que se aparecen por todas partes?

—De los miles —repito, miles— de apariciones la Iglesia solo ha reconocido la autenticidad de catorce, empezando por la de Guadalupe (México, 1531), hasta la de Kibeho (Ruanda, 1981). Está también el caso de Akita (Japón, 1973), que, sin embargo, no es una aparición sino la lacrimación de una estatua.

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—Supongo que la desconfianza de las jerarquías, que supera con mucho el 99 por ciento de los casos (catorce frente a varios miles), se explica por la fragilidad de los casos propuestos, por no hablar de los intentos de florear el naipe. Me gustaría dejar a un lado también a las estatuas que lloran, de las que, como hemos visto, hablaba ya Plutarco, que se multiplican especialmente en Italia en los periodos preelectorales. Vírgenes que lloran para favorecer la victoria de un partido político. Es uno de los casos en los que, en mi modesta opinión, Jesús habría empuñado el látigo y habría expulsado a todos con cajas destempladas.

La gran cantidad de casos rechazados debería garantizar, por antítesis, los pocos casos cuya autenticidad está, en cambio, reconocida. Dado que en un ámbito como éste no existen instrumentos objetivos de verificación, supongo que se trata de los criterios a los que usted aludía antes: tradiciones, coherencia, fiabilidad en las masas.

En fin, que una vez más se trata de una cuestión de fe. Pero, dado que hay que estar dispuestos a creer para creer, volvemos al principio del camino.

—Sobre esto no cabe duda alguna: recuerdo la obra de Plutarco que citamos en el capítulo anterior. Con todo, hay que tener presente que las apariciones, al igual que cualquier otro fenómeno carismático, se han considerado durante mucho tiempo «normales», por decirlo de alguna forma, en la vida de la Iglesia. Solo después del Concilio de Trento dichos fenómenos se sometieron al control de la autoridad, de forma que el obispo local decidía sobre la «autenticidad» de la aparición, autorizando el eventual culto.

Al respecto, no es casual que René Laurentin, el mayor mariólogo de nuestros tiempos, dijese que las apariciones de María no eran para la Iglesia una «buena nueva» sino un «mal negocio». Sus presuntos «mensajes», distintos según las épocas, los lugares, las personas que los reciben, se superponen, por decirlo de alguna forma, a la fe obligando a la Iglesia a pronunciarse sobre su posible fiabilidad.

—De hecho, hay que considerar también que estas apariciones nutren las supersticiones populares sin descuidar, cada vez más a menudo, las especulaciones comerciales.

—Bueno, los «pequeños recuerdos» de los santuarios no me escandalizan tanto: no hay que despreciar la devoción de los humildes, de los sencillos. Al respecto no es casual que en la obra espiritual de la India, el Bhagavad Gita, la «vía de la devoción» sea una de las vías de salvación.

Un gran erudito medieval, un lógico llamado doctor invincibilis por su agudeza, el franciscano Guillermo de Ockham, afirma que la fe cristiana está completamente contenida en la devoción de la viejecita que calienta los bancos de la iglesia.

Recordemos, en cambio, un dato importante. En los últimos dos siglos —digamos que a partir de la Revolución Francesa— los mensajes que ha comunicado María en sus apariciones se dirigían sobre todo a combatir la secularización de la sociedad, a reconducir la simple devoción popular a la fe tradicional.

Dichos mensajes contradicen con frecuencia a los sectores de la Iglesia que se esfuerzan por adecuarse al mundo moderno y a la cultura contemporánea. No es casual que las videntes pertenezcan a menudo a las clases más humildes. De la misma forma, es sobre todo popular el seguimiento, a con frecuencia amplísimo, además de las prácticas devotas que causan las apariciones.

Capítulo XVII - Los tiempos, los lugares

Ahora debemos entrar en el meollo de las apariciones marianas. El tema es complejo, los lugares numerosos y las historias apasionantes, así que es necesario abordarlas siguiendo un orden.

—Yo empezaría por la aparición quizá más célebre: Lourdes.

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—A decir verdad no se puede hablar de Lourdes sin incluir este episodio en una serie de apariciones que ocurrieron a lo largo de un siglo en Francia o, en todo caso, en territorios francófonos.

—¿Por qué lo dice?

—Porque Francia es el país de la Revolución y de Napoleón, es decir, el país donde fue más fuerte la secularización y la descristianización (o el intento), unas prácticas a las que se opusieron con firmeza las masas populares.

No es sorprendente que justo en Francia, hija primogénita de la Iglesia, se hayan producido estas apariciones

Incluso después de la Restauración (1815) la ideología laica y revolucionaria siguió haciéndose oír, a menudo en su apariencia anticristiana: socialismo, monarquía «burguesa» de Luis Felipe (1848), la Comuna de París (con el fusilamiento del arzobispo y de dos jesuitas), la Tercera República y su legislación antieclesiástica.

Así pues, desde un punto de vista estrictamente histórico no es sorprendente que justo en Francia, antigua «fille aînée de l'Église», hija primogénita de la Iglesia, se hayan producido estas apariciones, cuyo sentido se encuentra en el intento de reconducir a la fe tradicional, justo para combatir este proceso.

La serie comienza en 1830 con las apariciones a Catherine Labouré, una novicia de la Congregación de las Hijas de la Caridad, en el convento de la calle du Bac, en París. La noche del 19 de julio María se apareció a Catherine, en vísperas de la Revolución, que de hecho estalló al cabo de unos días (la «Revolución de julio»), y le aseguró que protegería al convento. Luego se volvió a aparecer dos veces más en el mismo año y pidió a la joven, que por aquel entonces tenía veinticuatro años, que hiciera acuñar una medalla con la imagen de la visión: la Virgen vestida de blanco con un manto azul claro, mirando al cielo, de pie sobre un globo medio iluminado, aplastando una serpiente.

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De la medalla difundida en millones de ejemplares en todo el mundo, se dice que es «milagrosa» debido a los numerosos prodigios que se le han atribuido.

Estas apariciones fueron reconocidas por la Iglesia. La identidad de la vidente solo se reveló después de la muerte de sor Catherine, en 1876 (canonizada en 1947). Su cuerpo incorrupto yace en la capilla de la Aparición, en la calle du Bac, número 140.

—Conozco bien el lugar. Delante del 140 hay siempre un sinfín de fieles y curiosos y un discreto número de mendigos. También el papa Wojty?a se detuvo en la capilla con ocasión de una visita a París. No he entrado nunca, pero lo que ha dicho sobre ella ha despertado mi curiosidad, de manera que lo haré lo antes posible.

—Cuando la Virgen se apareció en la cueva de Lourdes a la jovencita Bernadette Soubirous, esta llevaba al cuello una de las «medallas milagrosas». Lourdes es una pequeña ciudad situada en el sur de Francia, a los pies de los Pirineos. Por aquel entonces tenía unos cuantos miles de habitantes, hoy en día es el segundo centro hostelero francés después de París. Recibe seis millones de visitantes al año.

—La historia de esta muchachita infeliz es muy hermosa, como quiera que se la considere. Pienso que la singularidad de los personajes, del acontecimiento y de los lugares ha contribuido mucho a asegurar su difusión y su suerte.

—Empezaré entonces por la historia. El 11 de febrero de 1858 una muchacha de catorce años, Bernadette Soubirous, hija de un pobre molinero arruinado y obligado a vivir con su familia en la antigua y húmeda prisión de la ciudad, había salido a buscar leña en compañía de su hermana Marie, llamada Toinette, y de una amiga. Al llegar a la cueva de Massabielle, en la confluencia del canal del molino con el río Gave, se vieron obligadas a cruzar un vado para ir a coger leña a la otra orilla; pero Bernadette dudó, era una muchachita enfermiza y temía, no sin razón, caer enferma, era el mes de febrero, uno de los más fríos.

Entonces oyó algo semejante al estruendo de un viento impetuoso, solo que no soplaba ningún viento; después la cueva se iluminó y la joven vio a una mujer vestida de blanco con un fajín azul en la cintura, que le sonreía dulcemente y le hacía un ademán para que se acercase. Bernadette creyó que estaba teniendo una alucinación, de forma que sacó el rosario que llevaba en el bolsillo y empezó a rezar. Mientras volvían a casa contó a su hermana lo que había pasado, esta se lo dijo a la madre de ambas, que riñó a sus dos hijas asegurando que eran unas mentirosas. La madre era una pobre mujer oprimida por la pobreza con un marido borracho. El 14 de febrero las tres jovencitas volvieron a la cueva, luego el 18, ese día la blanca señora se volvió a aparecer y dijo a Bernadette: « ¿Serías tan amable de venir aquí durante quince días? No te prometo hacerte feliz en este mundo sino en el otro».

Del 19 de febrero al 4 de marzo tienen lugar catorce apariciones. En el curso de las mismas la señora hace descubrir a Bernadette un manantial cubierto de tierra, la invita a hacer penitencia y pide que erijan una capilla en ese lugar. La muchachita repite la petición al párroco, Dominique Peyramale, quien no la cree, al contrario, la regaña y le advierte que no debe contar semejantes fantasías.

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No obstante, la noticia corre de boca en boca: el 4 de marzo se reúnen casi ocho mil fieles y empieza a formarse un culto local, pese a la oposición tanto de la autoridad religiosa como de la civil. El 25 de marzo (justo la fiesta de la Anunciación de María) Bernadette vuelve a la gruta y pregunta a la señora cómo se llama; hasta ese momento la ha llamado simplemente Aqueró, es decir «esa», en dialecto occitano. Debe repetir la pregunta cuatro veces antes de obtener, siempre en la lengua local, la respuesta: «Que soy era Immaculada Concepciou», esto es, «Soy la Inmaculada Concepción».

—No pretendo poner en tela de juicio la veracidad de estos sucesos. Muchos lo han hecho, otros, en cambio, han defendido la naturaleza celestial de estas apariciones. Se trata de unos debates que carecen de relevancia y que jamás han hecho cambiar de idea a nadie, en parte como ocurre con las discusiones sobre la existencia de Dios. Estos fenómenos no se pueden discutir en el plano racional, dado que es imposible contar con cualquier tipo de prueba o de control que apoye una tesis u otra.

Me detendré, en cambio, sobre varias observaciones de tipo práctico, suponiendo que la práctica tenga algún peso en asuntos de este tipo. Catherine Labouré y Bernadette Soubirous son dos muchachas que han tenido una infancia infeliz. Zoe Labouré (llamada después Catherine) era la novena de once hijos en una familia campesina de Borgoña. Su madre murió cuando ella tenía nueve años. Varios días después fue vista abrazando una estatuilla de la Virgen a la vez que decía: «Ahora tú serás mi madre». Las visiones se iniciaron cuando tenía veinticuatro años, en el espantoso 1830, año de la Revolución de julio que destronó al inepto Carlos X, sustituido después por Luis Felipe de Orléans.

Podemos afirmar que las condiciones psicológicas de todos los jóvenes involucrados en las visiones eran especialmente frágiles

Bernadette era de una condición aún más desfavorecida, había nacido en una familia pobre y sufría unos penosos ataques de asma. Cuando tuvo lugar la primera visión, un crudo día de febrero, no se encontraba bien y tosía. Más robusta, aunque menor de edad, era su hermana, Toinette y, especialmente, la amiga que las acompañaba, Jeanne Abadie, hija de un picapedrero. Estas eran, así pues, las difíciles condiciones de partida; algo análogo se podría decir de los pastorcillos portugueses analfabetos de Fátima, quienes tenían, respectivamente, siete, nueve y diez años. También en este caso la Virgen se aparece, revela algunos «secretos» y pronostica ciertos acontecimientos futuros.

Sin sacar conclusiones, podemos, en cualquier caso, afirmar que las condiciones psicológicas de todos los jóvenes involucrados eran especialmente frágiles, todos compartían un estatus psicológico que puede facilitar el acceso a lo «sobrenatural » (sea cual sea su significado) o, más sencillamente, a esa forma de evasión de las realidades penosas o difíciles que consiste en soñar con los ojos abiertos.

El segundo elemento es el carácter elemental de las imágenes que describen. A estos visionarios se aparece siempre una señora joven y hermosa, vestida de blanco, de la que emana una luz maravillosa, que promete gracias y beatitud o «revela» unos acontecimientos previsibles.

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Sin animus alguno, creo francamente que se trata de unas imágenes que se parecen a lo que puede imaginar un niño cuando piensa en una criatura celestial. De hecho, la Virgen, además del blanco, luce los colores del cielo. Una última observación: la Virgen es joven y hermosa. Entiendo que sea hermosa, el imaginario opuesto, poblado de mujeres viejas y brutas, corresponde a las brujas y al demonio. Pero ¿por qué joven? ¿En qué periodo de su vida se encuentra María cuando se aparece? ¿Es la Virgen que acaba de dar a luz a Jesús? ¿Es la Mater dolorosa que lo ha visto morir en la cruz? ¿Es la mujer, ya madura, que participa con los apóstoles en Pentecostés? Según el dogma, María ascendió al cielo, también con el cuerpo, al finalizar su vida, cuando era ya una mujer marcada por los años y los terribles sufrimientos que había padecido. Así pues, ¿por qué habría rejuvenecido para aparecerse a estos muchachitos?

—El hecho de que, con frecuencia, aunque no siempre, las visiones las tengan unas personas con el cuerpo debilitado no debe sorprender a nadie. Desde la Antigüedad se sabe que a la fragilidad del cuerpo corresponde a menudo una mayor fuerza espiritual. Aristóteles asociaba la genialidad a la «melancolía» (en la actualidad hablaríamos de sufrimiento psicológico). La Historia del arte, de la filosofía y de la ciencia está plagada de ejemplos en este sentido y, además, ninguno de nosotros espera encontrar grandes dotes espirituales en los campeones deportivos o en los divos del cine, tanto mujeres como hombres, dueños de unos cuerpos esculpidos, «sanos y guapos», como los describe un eslogan publicitario.

—Comprendo, pero aquí nos referimos a unos pobres niños analfabetos o casi, necesitados de todo, afecto, belleza, protección, salud. Es evidente que no pueden por menos que «ver» una señora hermosa, rica y amable. La madre con la que sueña cualquier niño.

—María se aparece sobre todo en su forma más noble y gentil porque el pueblo se la imagina así. Confieso que incluso yo, cuando pienso en la Virgen, la «veo» como aparece representada en los cuadros del Beato Angélico, que he contemplado desde la infancia.

¿Sabe, en cambio, cuál es el problema más delicado? La frase que, por lo visto, María pronunció en Lourdes: «Que soy era Immaculada Concepciou». Estamos en 1858; solo cuatro años antes, en 1854, se definió el dogma de la Inmaculada Concepción, que tanta resistencia encontró en el seno de la Iglesia.

Una opinión extendida asegura que la humilde Bernadette ni siquiera conocía el significado de esas palabras, cosa que me parece extraña. No niego que era una jovencita ignorante, pero era también devota y no se requiere una gran cultura para comprender el dogma del pecado original, en la forma mítica del pecado de Adán y Eva, con la consiguiente necesidad de la redención en Cristo.

Si lo han comprendido millones de niños ignorantes, no se entiende por qué no habría debido comprenderlo Bernadette. Debía de haber oído hablar de la Inmaculada Concepción al párroco, dado que el dogma había sido definido cuatro años antes.

Pasaré por alto las interpretaciones que se han hecho sobre estas palabras, numerosas y, en algunos casos, muy profundas, para retomar la historia. Después de esa y de otras apariciones sucesivas, Bernadette tuvo que enfrentarse a una serie de exámenes e interrogatorios, tanto por parte de las autoridades civiles y científicas, como por parte de las eclesiásticas. También el obispo, monseñor Laurence, dudó mucho tiempo sobre la autenticidad del hecho. Con todo, al final, o casi, se convencieron de la veracidad de lo que decía la joven. Bernadette entró en la comunidad religiosa de las Hermanas de la Caridad y al cabo de varios años de enfermedad y sufrimiento físico y espiritual murió en 1879 con solo treinta y cinco años. Su cuerpo incorrupto se encuentra en el convento de Nevers, donde falleció. Fue canonizada en 1933.


[Extractado de: Investigación sobre María. La verdadera historia de la joven que se convirtió en mito, de Corrado Augias y Marco Vannini, Aguilar, 2015]